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Tribuna
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“¿Atrapado en la nieve? A mí no me va a pasar”

Muchos ciudadanos no están preparados para valorar adecuadamente las alertas de riesgo y actuar en consecuencia

Caos circulatorio por la nieve en la A-6.
Caos circulatorio por la nieve en la A-6.Hernán Rodríguez (EL PAÍS)

El colapso de carreteras vivido por las nevadas acaecidas en el día de Reyes, así como hechos puntuales como el de los jóvenes bloqueados en el puerto de montaña del Angliru, han propiciado un intenso debate social. Unos señalan que la responsabilidad es de las autoridades y de su falta de previsión, pero hay quien también ha apuntado a los conductores que ignoraron las alertas y se adentraron en una tormenta de nieve sin estar adecuadamente preparados para ello.

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Lo cierto es que son explicaciones compatibles. Si las autoridades tienen que prever es precisamente porque muchos ciudadanos no están preparados para valorar adecuadamente las alertas de riesgo y actuar en consecuencia. Existen y son bien conocidos una gran variedad de sesgos que influyen en la percepción del riesgo, como por ejemplo el optimismo ilusorio. La mayoría de las personas creemos que tenemos menos posibilidades que otros de que nos ocurran acontecimientos negativos, como por ejemplo accidentes de tráfico. A la vez, creemos disponer de mayores probabilidades que los demás para superar las dificultades y para que nos sucedan acontecimientos positivos. Este optimismo se denomina ilusión de invulnerabilidad, y optimismo irreal cuando se refiere a acontecimientos positivos.

¿Cómo deben actuar entonces las autoridades y los ciudadanos ante situaciones de riesgo? Muy sencillo: contrarrestando este tipo de sesgos. Cuando nos enfrentamos a una situación de nevadas como las vividas, y las que vendrán, podemos estar ante varias opciones. Si es una situación nueva, sin memoria anterior disponible, tenemos que usar la capacidad de la imaginación para prever. Pero si es algo ya vivido con anterioridad, y estamos planificando un viaje, debemos contemplar qué riesgos se podrían correr durante ese viaje y las posibles contingencias.

Por eso, en una sociedad libre e inteligente, la clave en la comunicación del riesgo es proporcionar la información necesaria para que las personas expuestas al mismo sean capaces de tomar sus propias decisiones, y así adoptar las necesarias medidas de prevención y autoprotección. La información que se proporcione debe buscar que los ciudadanos adquieran la necesaria conciencia situacional; es decir, sean capaces de reconocer ciertos patrones que puedan suceder. Ese conocimiento que tienen los niveles superiores, las autoridades, responsables o gestores, debe trasladarse al ciudadano, y este debe estar en condiciones de procesarlo. Es evidente que todo ello se basa en una sociedad bien formada y educada en el riesgo, y por supuesto en contar con estructuras adecuadas en la gestión de los riesgos.

El esfuerzo cognitivo que supone la toma de decisiones, hace que con el tiempo adquiramos rutinas inconscientes, las conocidas como reglas heurísticas, procesos cognitivos que nos facilitan decisiones rápidas y eficaces. Pero ello siempre y cuando la situación responda a patrones similares anteriores. Si no es así, estas heurísticas pueden convertirse en sesgos o trampas cognitivas.

Lo contrario son sociedades robotizas, de autómatas que se acostumbran y necesitan que siempre les digan lo que tienen que hacer. Acaban convirtiéndose en sociedades esclavizadas y propias de regímenes autoritarios. Por desgracia lo he vivido directamente en algunos países y en los conflictos en los que por mi profesión he participado. No seamos ilusos, somos vulnerables. El riesgo cero no existe y nuestra seguridad es también nuestra responsabilidad.

Alberto Ayora Hirsch es coronel de Infantería y Autor del libro Gestión del riesgo en montaña y en actividades al aire libre.

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