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Columna
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El sentido de Trump

Las victorias del presidente estadounidense eran hasta ayer más imaginarias que reales

Lluís Bassets
Donald Trump, Rex Tillerson y James Mattis durante una reunión del gabinete del Gobierno en la Casa Blanca.
Donald Trump, Rex Tillerson y James Mattis durante una reunión del gabinete del Gobierno en la Casa Blanca.Chris Kleponis (EFE)

Trump tiene sentido. Un año entero escandaloso ha sido preciso para que al fin se concretara, desde el día mismo en que decidió lanzarse a la campaña de las primarias republicanas. Y el sentido es la rebaja de impuestos que acaban de aprobar las dos cámaras del Congreso, la mayor de la historia según las clásicas exageraciones trumpistas, pero en cualquier caso un regalo de Navidad para los más ricos, e incluso para la familia presidencial.

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Para cualquier votante republicano escrupuloso con el comportamiento errático, incorrecto e incluso soez del presidente, la legislación ayer aprobada es la primera y mayor victoria de Trump, que basta para justificar su elección. Además de aligerar la fiscalidad de las rentas más altas, a través de una reducción del 40% del impuesto de sociedades, cumple los requisitos de una política coherente —por más que lamentable—, que aúna los intereses del propio bolsillo, incluso del bolsillo del presidente, y los principios, puesto que contribuye a las guerras comerciales, desprotege reservas de la naturaleza en Alaska, remata la reforma sanitaria de Obama, debilita la financiación de la escuela pública y favorece a los especuladores inmobiliarios, entre los que destaca el máximo responsable del desaguisado.

Sus victorias eran hasta ayer más imaginarias que reales. Los estadounidenses empezaban a acostumbrarse a la firma solemne de decretos y decisiones de efectos imprecisos o aplazados. Fue el caso del muro con México, del acuerdo nuclear con Irán o del traslado de la embajada a Jerusalén. Pero no había conseguido tumbar del todo la reforma sanitaria de Obama. Su mejor balance es el peor, es decir, el de la destrucción de instituciones, tratados comerciales y relaciones multilaterales, acorde con el debilitamiento de la diplomacia y del poder blando (soft power) estadounidense.

La semana de su primera victoria tangible empezó con una exhibición de sus victorias imaginarias, en la presentación de la Estrategia de Seguridad Nacional, un documento que se publica regularmente sobre las principales preocupaciones y objetivos de la administración. Aunque normalmente no es el presidente quien lo presenta, Trump ha querido convertirse en el protagonista y dar así la idea de que había en su cabeza algo que merecía el nombre de doctrina estratégica, bajo el lema America First, de forma que "un año después, el mundo sabe que América es próspera, segura y fuerte" y "se ve impulsado por la renovación de América y la reemergencia del liderazgo americano".

Según la Doctrina Trump, el dudoso cambio climático no afecta a la seguridad, el libre comercio no sirve a la causa de la prosperidad y la estabilidad mundiales, no cuenta la promoción de la democracia en el mundo y apenas merece atención la cooperación internacional. El documento es contradictorio, incluso con las muestras de amistad de Trump hacia Rusia y China. Quienes se lo han escrito querían complacerle, pero a la vez salvar los muebles de los auténticos intereses estratégicos de Washington, forjados en su victoria en la Segunda Guerra Mundial hace más de 70 años. El único sentido de la Doctrina Trump es que tiene muy poco sentido.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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