El monje que planta cara al ISIS
La cruzada liderada por un clérigo para salvar valiosos y añejos manuscritos de la barbarie islamista
La cruzada liderada por un clérigo para salvar valiosos y añejos manuscritos de la barbarie islamista
A MEDIA MAÑANA, con el sol brillando sobre las casas de piedra encalada de Jerusalén, la ciudad más sagrada del mundo, una figura alta y enjuta ataviada con hábito negro deambula por los callejones del zoco. “Este lugar tiene un significado especial para mí”, dice el padre Columba Stewart, benedictino estadounidense de 60 años. Jerusalén vuelve a estar en el punto de mira internacional tras su reconocimiento como capital de Israel por parte de Estados Unidos. Un cambio de estatus declarado recientemente por el presidente Donald Trump que ha encendido la ira en el mundo musulmán cuando se cumplen 30 años de la primera Intifada. En el lado oeste de la ciudad, controlado por Israel, la medida se considera una bendición; en el este, bajo dominio palestino, una afrenta. El grupo islamista Hamás, que controla la franja de Gaza, ha llamado a una nueva Intifada contra Israel. La máxima tensión se ha apoderado desde entonces de la región.
Antes de que se desatase el estado de alerta, el padre Columba Stewart traspasa la verja del monasterio sirio ortodoxo de San Marcos. Aquí recibe la calurosa bienvenida de un grupo de monjes sentados en torno a una mesa de plástico blanco. Tras intercambiar unas palabras y beber un par de sorbos de café con cardamomo, un hombre frágil y barbudo lo conduce escaleras arriba hasta una sala polvorienta. En los armarios de madera de la estancia se alinean manuscritos de los siglos VI y VII después de Cristo de incalculable valor. Algunos de ellos contienen textos de los santos padres de la cristiandad. Columba abre cuidadosamente uno de ellos y se detiene a contemplar la elegante caligrafía de sus páginas amarillentas. “Qué hermoso, ¿verdad?”.
Escritos en siriaco, la lengua de las antiguas comunidades cristianas de Oriente Próximo, los documentos son tan solo una pequeña parte de los más de 50.000 manuscritos cristianos y musulmanes que el padre Columba y sus colaboradores han logrado salvar en los últimos 14 años. Este hombre de voz suave y carácter decidido es el director del Museo y Biblioteca de Manuscritos Hill (HMML, por sus siglas en inglés), una organización sin ánimo de lucro fundada en 1965 con sede en la Universidad de Saint John’s en Collegeville (Minnesota). La misión del HMML consiste en la conservación digital de manuscritos en peligro en cualquier parte del mundo. Actualmente alberga la colección de reproducciones documentales más extensa del mundo, compuesta por más de 140.000 ejemplares guardados en microfilme y en formato digital. Entre ellos, el más antiguo es un papiro egipcio del siglo II antes de Cristo.
Frente al avance
del islamismo radical, el padre Columba ha ayudado a salvar acervos de Irak y Siria
Desde su nombramiento para dirigir la organización en 2003, Columba ha rastreado el planeta desde India hasta Oriente Próximo, y desde los Balcanes hasta Etiopía, con el objetivo de descubrir y digitalizar valiosos documentos cristianos e islámicos, filosóficos y científicos, amenazados por las condiciones climáticas, el robo, las guerras o el fanatismo religioso. Durante los últimos años, mientras el Estado Islámico y otros grupos radicales llevaban la devastación a África y Oriente Próximo, destruyendo antiguos templos e innumerables antigüedades, Columba contrarrestaba sus acciones colaborando con las comunidades cristianas y musulmanas de lugares tan conflictivos como Irak, Siria y Malí. Ha formado a equipos locales para que fotografiasen libros centenarios con el fin de preservar su saber para las generaciones futuras. “Desde la irrupción del Estado Islámico, existe un peligro real para estos papeles”, explica. “Urge asegurarse de que los manuscritos están a salvo. No sabemos qué pasará con ellos”.
El objetivo final de este benedictino es consolidar la colección de material manuscrito digitalizado más completa del mundo. Y facilitar el acceso por Internet a compilaciones en su mayor parte desconocidas. Los principales beneficiarios del programa serán los especialistas, pero Columba también aspira a propiciar un mejor entendimiento entre cristianos y musulmanes. Además de su labor durante décadas en Europa, el HMML ha ampliado sus actividades a India, donde últimamente ha fotografiado 10.000 manuscritos sobre hojas de palmera; y Etiopía, donde ha digitalizado los Evangelios Garima, considerados como los códices más antiguos conservados en el país africano. La organización se ha expandido también a Oriente Próximo a través de Egipto, Irak, Siria, Líbano, Turquía y Jerusalén. Allí han digitalizado miles de originales de todas las confesiones, desde coptos hasta maronitas y armenios, pasando por católicos griegos y latinos. En 2013 tomaron la decisión histórica de empezar a digitalizar también material islámico. Los 900 manuscritos de la Biblioteca Budeiry de Jerusalén fueron los primeros del proyecto.
No hay lugar en el que la inextricable historia común de la cristiandad y el islam sea más evidente que en Jerusalén, donde cristianos, musulmanes y judíos han convivido durante siglos. El HMML lleva digitalizando cuatro colecciones islámicas y cristianas de la ciudad desde 2011. En su visita anual, Columba supervisa la marcha del proyecto e intenta embarcarse en otros nuevos, para lo cual celebra encuentros con austeros monjes ortodoxos sirios, influyentes patriarcas armenios y cosmopolitas familias palestinas en un fascinante mosaico de tradiciones y culturas.
El interés del monje por los manuscritos empezó casi por casualidad. Entró en la abadía de San Juan en Collegeville en 1981. Desde entonces, sus estudios se concentraron en la historia monástica y en los primeros escritos cristianos. “En aquellos años, visité Grecia, Israel, Palestina y Egipto”, recuerda Columba. “Quedé fascinado por la región, sus culturas y sus gentes”. En la primavera de 2003, el entonces director del HMML le pidió que se sumase al viaje para un trabajo de la institución en Líbano. Fue elegido por sus conexiones monásticas y su conocimiento de Oriente Próximo tras años de estudio. Y desde entonces quedó prendado por la tarea de recuperar estos tesoros. Hasta hoy. “No tengo tiempo para hacer uso de los manuscritos. Mi trabajo consiste en encontrarlos y posibilitar su recopilación”.
Esta labor puede llegar a ser concienzudamente lenta y a veces frustrante. La digitalización no representa más que el último paso. Ponerse en contacto con las diferentes órdenes religiosas, organizaciones culturales o familias que conservan las colecciones de manuscritos y ganarse su confianza puede llevar años de viajes, innumerables reuniones y grandes dosis de diplomacia sin la menor garantía de obtener resultados positivos. Muchas de las comunidades a las que se dirige Columba quedaron marcadas por años de guerras y persecución. Para ellas, permitir que un extranjero acceda a sus tesoros culturales es una decisión delicada marcada por el recelo. “Muchas han perdido su tierra natal, sus propiedades y su gente”, explica Columba. “A veces solo les quedan sus manuscritos: el nexo con su pasado”.
“A determinadas comunidades solo les quedan estos manuscritos como
nexo con su pasado”
Una de esas comunidades es la de los cristianos sirios con los que hoy se reúne Columba. Desde que empezaron las guerras de Siria e Irak, muchos han sido perseguidos y se han visto obligados a huir a Europa o se han dispersado por la región en pequeños grupos. Cuando el fraile estadounidense se dirigió por primera vez al monasterio en 2011, los monjes pensaron que aquella podía ser la última oportunidad de salvar su historia. “Son libros que dejaron nuestros santos padres”, explica Shimon Çan, bibliotecario, calígrafo y amanuense de San Marcos. Çan tiene 65 años y ha sido uno de los más fervientes partidarios de este proyecto de conservación. “Es nuestro deber abrir estos tesoros al mundo y permitir que los jóvenes comprendan el saber, el conocimiento y el valor espiritual que emana de ellos”.
Desde el surgimiento del Estado Islámico se han perdido 2.000 de los 6.000 manuscritos que el HMML consiguió digitalizar en Irak entre 2009 y 2014, probablemente destruidos por los fanáticos del autoproclamado califato. Es posible que otros documentos digitalizados en la ciudad siria de Alepo hayan corrido la misma suerte. “Intento no pensarlo porque, si lo hago, me desespero”, prosigue el padre Columba. “De todas maneras, aún me dolería más enterarme de que se había destruido algo que no habíamos fotografiado, porque la pérdida sería absoluta”. Cuando los islamistas vinculados a Al Qaeda tomaron la ciudad maliense de Tombuctú en 2012, sus bibliotecas únicas, que contenían más de 300.000 textos islámicos científicos y religiosos, podrían haber sido víctimas de un destino similar. Gracias a los responsables de su custodia, los valiosos manuscritos fueron trasladados en secreto a la capital, Bamako, donde actualmente están siendo digitalizados por el HMML en lugares seguros.
Los técnicos formados por la organización llevan a cabo este proceso en estudios equipados con luz estroboscópica, empleando cámaras digitales de alta definición con conexión remota a un ordenador. Los archivos de las fotografías se agrupan en una sola carpeta y se guardan en un disco duro para su envío a la sede central del HMML en Minnesota. A su llegada, los ficheros se analizan con un programa antivirus y sus datos se archivan y se cargan en una plataforma digital exclusiva. Los equipos locales son capaces de digitalizar una media de entre 500 y 600 manuscritos al año a un coste anual de menos de 20.000 dólares por proyecto. Financiado fundamentalmente mediante subvenciones de larga duración a través de donantes individuales y relevantes instituciones, el HMML corre con todos los gastos, desde la compra y envío del equipo hasta los salarios.
La encargada de llevar a cabo este proceso de digitalización en Jerusalén es Shaima Budeiry. Tiene 51 años, estudió conservación de manuscritos en Dubái y ha dedicado los últimos años a fotografiar miles de páginas, entre ellas las de la colección privada de su familia. “Me siento muy orgullosa de lo que estoy haciendo”, declara mientras enseña un hermoso manuscrito decorado en oro perteneciente a la Biblioteca Budeiry. Para evitar que las delicadas páginas se deterioren, la investigadora lleva guantes y una bata blanca. Maneja los documentos tras unas ventanas cerradas que los protegen de la luz del sol.
A pesar de la reputación que el HMML se ha labrado en los últimos años, muchas comunidades siguen siendo reacias a abrirse a los expertos occidentales, dadas las decenas de miles de manuscritos robados durante el periodo colonial y actualmente desplazados a diversas bibliotecas de Europa. Entonces es cuando entra en juego la experiencia de Columba como monje. “Todo el mundo ha oído hablar de los benedictinos, de los manuscritos y del conocimiento de los mismos. Forma parte de nuestra identidad. El hecho de ser un monje me sitúa en una categoría diferente. La gente sabe que no represento a una empresa ni a un organismo cultural imperialista”. El HMML, además, forma a personal sobre el terreno para que custodien el control físico total sobre los documentos. “Nosotros jamás los tocamos”, afirma Columba. “Son ellos los que hacen el trabajo y cobran por él. Se sienten orgullosos porque pueden decir con razón que ha sido obra suya”.
Crear réplicas digitales de los manuscritos puede ser bastante fácil, pero preservar los originales del deterioro físico es una cuestión muy distinta. Dado que sus añejas páginas son vulnerables, han de ser envueltos y almacenados entre papeles y cartones que no contengan ácido, a ser posible en un entorno climatizado protegido del exceso de humedad. Pero no todos los propietarios tienen los medios para cuidar de sus libros antiguos ni están dispuestos a hacerlo. Cuando ya están gravemente dañados, restaurarlos es un proceso largo y costoso. “Hace poco gastamos 70.000 dólares en restaurar unos 100 manuscritos”, lamenta Jaled Salameh, de 70 años, bibliotecario de la Biblioteca Al Jalidi, fundada en Jerusalén en 1899 y cuya colección de 1.200 ejemplares persas y otomanos está digitalizando actualmente el HMML. La pasión de Salameh por su trabajo delata su preocupación por el estado de la colección, cuyas obras abarcan desde la medicina hasta la astronomía y desde la exégesis coránica hasta la filosofía y la poesía. Su manuscrito más antiguo, un texto sobre los comienzos de la historia del islam, data del siglo X. “Aunque la mayoría de estos códices tienen que ver con la religión islámica, también permiten entender la cultura de la sociedad de la época en la que fueron escritos. Son obras que no pertenecen solamente a los árabes, a los musulmanes o a los palestinos. Son una herencia para todos los que habitamos el mundo”.
Tras una sesión matutina de meditación y oración, el padre Columba ha quedado atrapado en un rosario de conferencias, reuniones y visitas de cortesía que lo han dejado exhausto. Manejar continuamente asuntos delicados y tratar con comunidades en peligro puede ser emocionalmente agotador, y este hombre lleno de energía empieza a notar el desgaste de su trabajo. En un mundo en el que no faltan las guerras, todavía le esperan retos importantes. Columba ha identificado posibles puntos conflictivos para futuras crisis en los Balcanes y Egipto, y le gustaría incrementar los esfuerzos de digitalización en esas zonas. El tiempo corre para él contra reloj. “Tengo 60 años. Cuando llegue a los 70 ya no me dedicaré a esto”, asegura con una sonrisa beatífica.
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