Cafarnaún
Creíamos que los catalanes eran moderados, prácticos y ecuánimes. Nada
Da la sensación de que el Estado español es una maquinaria metódica e implacable, pero anquilosada, que se mueve todavía en un mundo analógico, mientras los independentistas catalanes lo desafían alegremente desde una realidad digital hinchando ese globo de colores en que se ha convertido el proceso soberanista. En este estado de la cuestión, para que ese globo de colores se convierta en la república independiente con la que sueñan unos millones de catalanes, sería necesario hacer una revolución o ganar una guerra, ambas con los dados a favor, cosa que no se vislumbra ni siquiera en el horizonte más lejano. Por otra parte, tal como vienen los telediarios, parece evidente que tampoco los constitucionalistas conseguirán jamás pinchar ese globo que sustenta la ilusión de gran parte de Cataluña. Si ambos bandos divididos en dos mitades nunca podrán vencer ni convencer al contrario, tratándose de catalanes, sería lo más sensato ponerse a la tarea de convivir en paz, puesto que a esa ardua labor están condenados por el azar y la necesidad. Lejos de las pasiones políticas hoy envenenadas, gane quien gane estas elecciones, habrá que bajar al barro de la vida cotidiana, y en este sentido, la inminente Navidad se presenta como una prueba y una amenaza. Unos y otros tendrán que desearse bon Nadal sin que suene a escarnio, y el 26 de diciembre, fiesta de San Esteve, en la que las familias catalanas, con tíos, sobrinos, primos y cuñados, se amontonan en casa durante toda la jornada, habrá que decidir quién hace los canelones. He aquí el reto: bailar juntos la sardana, cantar juntos en el mismo orfeón, ir en pandilla juntos a buscar setas al Canigó. Creíamos que los catalanes eran moderados, prácticos y ecuánimes. Nada. Para lo que hoy sucede en Cataluña, Josep Pla tenía una expresión: esto es realmente un cafarnaún.
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