21-D, ¿rumbo a Europa?
Para desarrollar las potencialidades de España necesitamos salir del introspectivo diván catalán
Europa se mueve. Recobra estabilidad y autoestima mientras se dispone a impulsar importantes reformas. Empujada por los profundos cambios del mundo angloamericano, tras un impasse electoral de infarto, el continente está en condiciones de afrontar el futuro con moderado optimismo.
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La salida de Gran Bretaña de la Unión aglutina los espantajos que el club europeo se ha conjurado combatir: identitarismo narcisista, sacralización de la soberanía nacional y hostilidad a lo extranjero. La lógica del repliegue, con cualquier envoltorio, es colocada hoy en el cajón de “Peligros a la vista”. En este contexto, y tras el intento de secesión unilateral sin una mayoría de la población que la respalde, el independentismo catalán ha decidido continuar su huida hacia adelante situando frívolamente a la UE como diana de sus ataques.
Mientras en Europa se impone la aplastante lógica de la interdependencia, la flexibilidad institucional y la protección a la ciudadanía, el soberanismo catalán está consumando su camino en dirección contraria. De este modo completa la demolición de los consensos que habían dado forma al catalanismo durante el último siglo: la defensa del autogobierno, preservar la unidad civil, contribuir a la modernización del conjunto de España y hacerlo desde el arraigo a una fuerte vocación europeísta. El Gobierno catalán ha pasado en pocos años de aspirar a liderar la coordinación de los motores industriales de Europa y la participación de las regiones en la toma de decisiones de la Unión a abonar el terreno al euroescepticismo.
En el debate público catalán se destilan buena parte de los fenómenos que atenazan a las democracias liberales: decisionismo, política emocional, una guerra total por el relato que lo resignifica todo o el uso impúdico del pueblo como ariete contra el pluralismo. Todo ello ha favorecido un paulatino aislamiento internacional y desprestigio institucional.
Pero los únicos responsables del aumento de la desconfianza y rechazo hacia la UE entre los partidarios de la independencia de Cataluña, reflejado ya en los estudios demoscópicos, son sus dirigentes políticos tras proyectar durante años expectativas irreales e interesadas sobre Europa. El intento de secesión va en contra de la propia naturaleza del proyecto de integración europea, creado para difuminar fronteras y evitar conflictos que tengan como raíz la identidad nacional. Choca frontalmente con dos de sus piedras angulares, el respeto a la integridad territorial y al Estado de Derecho, y es visto como un potencial precedente con enormes consecuencias geo-políticas disruptivas.
El Gobierno catalán ha pasado en pocos años del europeísmo al euroescepticismo
Al mismo tiempo, en Barcelona, buque insignia de la internacionalización de Cataluña, la alcaldesa Ada Colau hace gala de la necesidad de municipalizar Europa, cuando no ha pisado Bruselas en lo que lleva de mandato. A eso sumamos la reciente expulsión de la parte del gobierno municipal más activa y comprometida con la interlocución y los proyectos europeos.
En Cataluña urge un cambio de rumbo que nos realinee con el Zeitgest y nos comprometa con la brújula marcada por el espíritu del tiempo europeo. En ese escenario, y de la mano del Estado, podría reconstruir y reforzar su influencia, colaborando activamente en los grandes debates europeos y capitaneando la participación de las regiones en la UE. Cataluña podría desplegar a ambas riberas del Mediterráneo su presencia; un mar necesitado de puentes políticos e institucionales que contribuyan a su estabilización. Y usando para todo ello a la mejor representante del poder blando que tanto nos ha costado atesorar; la Barcelona global. Las elecciones del 21 de diciembre nos brindan una inmejorable oportunidad para poner rumbo a Europa.
Al mismo tiempo, el gobierno de España tiene la obligación de encauzar la contienda abierta en Cataluña porque desgasta su imagen y está limitando su proyección. Para España, encauzar la situación política interna es condición necesaria para jugar el papel que le toca en una transformación de Europa en ciernes; desde la gobernanza del euro a la cooperación reforzada en materia de defensa. Una potencia media que acaba de ganar peso relativo en Europa tras el Brexit, puente natural hacia Latinoamérica posee una lengua con un ascendente incalculable y ejerce de privilegiado pivote entre la UE, el Mediterráneo y el Atlántico.
Para desarrollar estas potencialidades necesitamos todos salir del introspectivo diván catalán. Practicar internamente la lógica europea del acuerdo y la transacción. De hecho, conjugar esa lógica, con grandes dificultades, dio paso al mayor periodo de estabilidad política y crecimiento económico de nuestro país. Ha llegado la hora de conjugarlo de nuevo.
Javier López es eurodiputado del PSC-PSOE.
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