Juan Carlos I: “El mar es la libertad”
El trono de Juan Carlos I de España está hoy en el mar. Ha sido una constante a lo largo de su biografía y hoy es su paraíso. Tras 38 años de reinado, ha renovado su pasión por las regatas. Aprendió desde niño a navegar con su padre, don Juan de Borbón. Fue olímpico en Múnich 72 y acaba de convertirse, a sus 80 años, en campeón mundial de la clase 6mR. ‘El País Semanal’ sube a bordo del nuevo ‘Bribón’ patroneado por el Rey emérito para conocer el eje de su nueva vida.
Encajonado en el puesto de gobierno del último prototipo de la saga Bribón, su estatura de metro con noventa enfundada en pantalones y chaqueta impermeables de color gris con el número de vela ESP-16 y el nombre del barco grabados en la pechera, el rostro cubierto con grandes gafas de sol y la gorra burdeos que lleva como amuleto en las regatas, Juan Carlos I, Rey emérito de España, mantiene el rumbo de ceñida a la rueda con la mano derecha mientras señala con la izquierda la ría de Pontevedra a su paso por Sanxenxo. “El mar es la libertad", dice.
Faltan pocos minutos para la salida de la última prueba del circuito español de la clase seis metros (6mR). Una competición que reúne entre marzo y noviembre en estas aguas gallegas resguardadas del océano Atlántico a las tripulaciones de ocho joyas de la navegación a vela. A la una de la tarde, bajo un cielo cubierto de nubes y con el graznido de gaviotas de fondo, los veleros en liza, algunos de ellos construidos en la primera mitad del siglo XX, dibujan con sus maniobras escenas evocadoras de las pinturas costeñas de Edward Hopper. El Bribón ciñe contra una suave brisa a pocos nudos de velocidad. A bordo, la minúscula bañera central de la nave está ocupada por gran parte de la tripulación de élite recientemente proclamada campeona mundial de la clase 6mR clásica en Canadá: el Rey emérito, al timón; Pedro Campos, a la táctica y burdas; Jane Abascal, al control de la vela mayor; Roi Álvarez, al trimado de Génova y spinnaker, y Alberto Viejo, a la proa. La voz de Pedro Campos, de 67 años, uno de los regatistas más laureados del mundo, rompe ocasionalmente el silencio. “Majestad, unos grados a estribor”. El Monarca corrige el rumbo. Vigila de reojo la evolución de los rivales en torno a la línea de salida. Y antes de que todos los contrincantes empiecen a luchar por la mejor posición, explica al polizón infiltrado: “La navegación a vela es un conjunto de sensaciones. Para mí está asociada a practicarla con amigos. Es un deporte sano que fomenta la competición. La competición siempre ha sido lo que más me ha gustado. Siempre he sido muy competitivo. En el deporte y en la vida”.
“Lo que más me gusta es competir. Siempre he sido muy competitivo. En el deporte y en la vida”
Suele decir a menudo que él es regatista, y su padre, Juan de Borbón y Battenberg, el navegante junto a quien aprendió a hacerse a la mar. “Mi padre era un hombre adusto y tierno a la vez, como muchas veces son los marinos”, le contó a José Luis de Vilallonga durante la elaboración de un libro sobre conversaciones con Juan Carlos I. Muchos de los que navegaron con don Juan, conde de Barcelona, recuerdan su vozarrón a bordo y los grandes tatuajes de dragones en sendos antebrazos, uno indio y otro chino, como huella de las singladuras a principios de los años treinta del pasado siglo. Una pasión, la del mar, que el conde de Barcelona heredó a su vez de su padre: el rey Alfonso XIII llegó a capitanear 27 naves e impulsó la vela en el norte de España a principios del siglo XX, como desgrana Luis Tourón Figueroa en su reciente libro Los barcos de Alfonso XIII. La vela es un asunto de familia que el Rey emérito también se preocupó de inculcar desde muy pronto a su descendencia. Las infantas han competido en regatas de alto nivel y su hijo, el rey Felipe, ganó dos campeonatos de España en la clase Soling antes de convertirse en abanderado de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92.
Juan Carlos I está hoy retirado de sus obligaciones como monarca, pero sus tripulantes le siguen llamando “El Jefe”. Todos mantienen la complicidad durante las estrecheces de las singladuras, pero jamás rebajan el tratamiento de “señor”. En tierra, donde las sonoras carcajadas del Rey emérito retumban en el espigón del puerto deportivo de Sanxenxo, bromean todo el tiempo rememorando la navegación del día e incontables aventuras marineras. Su regreso a la competición náutica ha transformado por completo el carácter taciturno que marcó su época previa a la abdicación. Ha de ejercitarse a conciencia para practicar hoy este deporte sin dejar de atender a sus cuidados médicos, pero en el entorno más cercano insisten en su renovado brío gracias al mar. Don Juan Carlos siempre lleva a bordo una mochila de donde lo mismo sale su teléfono móvil que una rutilante navaja multiusos Leatherman que un buen día regala al proel Alberto Viejo por si surge cualquier contratiempo ahí fuera. Él promueve el ambiente propio de un grupo de amigos. Así lo sienten los avezados marinos que están a su lado. Pero para ellos siempre seguirá siendo “El Jefe”.
Como tal ha ejercido durante 38 años al frente de la Casa Real. Tras su nacimiento en Roma en 1938 y el arranque de su infancia en el exilio de Estoril, llegó a España con 10 años. Cursó sus estudios de bachiller y realizó la instrucción militar en todas las academias antes de casarse con Sofía de Grecia. Juntos ocuparon el palacio de la Zarzuela, antiguo pabellón de caza de los Borbones a las afueras de la capital española. Desde allí, reinventó un reinado. Y lo consolidó tras la muerte del dictador Francisco Franco, quien le había nombrado sucesor a título de Rey pasando por encima del orden dinástico correspondiente a su padre, el conde de Barcelona. Ejerció de patrón de la transición española. Restauró la democracia tras cuatro decenios de dictadura promoviendo mediante la Ley para la Reforma Política las primeras elecciones generales, unos comicios de los que el pasado junio se cumplieron 40 años. En 2018 se cumplirán otros 40 de la aprobación de la Constitución Española, que impulsó mediante el consenso de las principales fuerzas parlamentarias. Su papel frente al golpe de Estado perpetrado en el Congreso de los Diputados el 23 de febrero de 1981 lo consolidó como Rey de todos los españoles y se convirtió en el gran hito de su trayectoria. Una intervención sobre la que se ha trazado una analogía con el discurso televisado que su hijo y heredero del trono, Felipe VI, pronunció el pasado 3 de octubre ante el desafío independentista de Cataluña exigiendo el restablecimiento del orden constitucional.
El Rey emérito permanece al tanto de la actualidad. Al margen de la responsabilidad institucional, escruta cada nuevo acontecimiento en torno a las diversas crisis de Estado y, cómo no, Cataluña. En sus círculos más cercanos, alude a sus dotes negociadoras, puestas en práctica durante momentos cruciales de la Transición, recalcando la importancia de dicha cualidad para la resolución de conflictos. Más centrado hoy en fijar el rumbo para la última regata de la temporada, y ante cualquier tentativa de interpelación al respecto, aclara: “Algo que también sucede cuando estamos navegando es que aquí no entra la política. Por supuesto, la sigo de cerca. Es algo que va dentro de uno”. Cumplida su misión como jefe del Estado, Juan Carlos I mantiene la capitanía en el mar. El eje de su nueva vida. Ahora tiene tiempo para dedicárselo a una actividad que, con diversos picos de intensidad, ha sido una constante en su biografía. Está convencido de seguir prestando un servicio a España en el campo de regatas. Ha convertido el impulso a este deporte en compromiso personal. Y lo ha integrado como parte de su inmediato legado.
“Cuando navegamos, aquí no entra la política. Por supuesto, la sigo de cerca. Es algo que va con uno”
El próximo 5 de enero cumplirá 80 años. Durante todo este tiempo, ha llevado el mar en la sangre. Echó los dientes a bordo del Saltillo, un yate que don Juan de Borbón tuvo amarrado en Estoril durante el exilio. Con casco de acero de 26 metros de eslora y 5 de manga, era propiedad del abogado Pedro Galíndez. La figura de Galíndez encontraría decenios más tarde un paralelismo con José Cusí, armador de la flota de 18 Bribones que ha patroneado Juan Carlos I. El conde de Barcelona registró también en el Club Náutico de Portugal el pequeño velero Sirimiri, un Tumlaren que regaló a su hijo para que se adiestrase en su gobernanza con apenas 10 años. Gracias a la financiación de un grupo de monárquicos se diseñó en Dinamarca el primer Giralda, bautizado en honor a uno de los veleros de Alfonso XIII y a la villa de la familia real en Estoril. El segundo Giralda, un motovelero, fue el barco de don Juan hasta el fin de sus días.
La pasión heredada de su padre llevó al entonces príncipe de Asturias a pedir permiso a Franco para participar en los Juegos Olímpicos de Múnich 72. Con la venia, se decidió como asunto de Estado que la clase idónea para participar sería Dragón, una modalidad de vela ligera en la que su cuñado Constantino fue medallista olímpico en Roma 1960. El Príncipe llevó el timón del prototipo Fortuna con Gonzalo Fernández de Córdoba, duque de Arión, y Félix Gancedo como tripulantes. No lograron medalla en Múnich. Don Juan Carlos siempre guardó aquella espina. No se la quitó hasta ganar el pasado septiembre su primer campeonato mundial en Vancouver (Canadá) junto a los hombres que forman parte de su tripulación actual. “Volver me ha hecho comprobar que, si uno quiere, uno puede”, dice hoy a bordo junto a sus camaradas. “He necesitado mucha preparación. Tengo que entrenar y hacer mucho ejercicio antes de subirme al barco. Regresar no ha sido fácil. Pero ha merecido la pena”.
“Tengo que entrenar y hacer mucho ejercicio. Volver no ha sido fácil, pero ha merecido la pena”
Su entrenador para la cita olímpica de 1972 fue Ib Andersen, un veterano danés que también sigue formando parte de su círculo íntimo. Le ha acompañado en la reciente aventura del mundial de Vancouver y continúa escrutando la evolución del Rey emérito. “Su Majestad regateaba desde principios de los años sesenta”, recuerda Andersen. “Para los Juegos de Múnich 72 entrenamos en Francia y en el norte de Europa. Fue el inicio de su carrera internacional en este deporte. Luego vinieron los años de vela de crucero y la colaboración con José Cusí como armador. Más adelante se curtió en la clase TP52, la más competitiva del mundo. Tras el parón de unos años, el regreso del Rey al mar supone para él una nueva experiencia. Conoce sus limitaciones físicas y ha sabido hacer equipo. La clase 6mR es perfecta para este momento de su vida. Su problema de equilibrio lo acusa menos en este tipo de barcos. Actualmente no hay quien le pare, y no solo por haber ganado el mundial de Vancouver. Yo destacaría de Su Majestad la concentración al timón y saber escuchar lo que se le dice, algo que observo desde los años setenta. Pero lo que más admiro de él es su capacidad para crear un buen grupo a su alrededor. Es el mejor ejemplo que ha dado como regatista, pero también como Rey: la capacidad de hacer equipo”.
Aquella cita olímpica también supuso el comienzo de su amistad con el barcelonés José Cusí. “Un fiel servidor”, como a él mismo le gusta denominarse. Camarada y armador de su leyenda náutica. El mar selló su amistad para siempre en el Real Club Náutico de Barcelona, donde tuvieron lugar parte de los entrenamientos previos a los Juegos Olímpicos de 1972. Tras la cita de Múnich, Cusí y el entrenador Ib Andersen se aliaron con el regatista danés Paul Elvström para traer a la Península un par de gemelos de nueve metros de eslora. Uno de ellos, botado en 1973, fue bautizado como Bribón. Así lo recuerda Cusí en el prolijo libro El Rey y el mar (RBA), de Ignacio Gómez-Zarzuela Ros: “Me gustaba Bribón porque es un nombre español, muy sagaz y muy de competición. Es pícaro, pero no ladrón… Lo cierto es que ha traído mucha cola”. El segundo prototipo de la dinastía no tardó en llegar bajo encargo de Cusí. Juan Carlos I se convirtió en su patrón en 1976. Y así arrancó la saga más exitosa de la vela española, que sigue viva hasta nuestros días con ambos protagonistas a la cabeza.
El año 1993 supuso un punto de inflexión para esta flota. También significó el estrechamiento de los lazos entre don Juan Carlos y otro de los hombres que permanece fiel a su lado y se ha convertido en gran instigador de su regreso al mar: Pedro Campos Calvo-Sotelo, sobrino del expresidente del Gobierno Leopoldo Calvo-Sotelo y nieto de José Calvo Sotelo, diputado monárquico asesinado en vísperas de la Guerra Civil. Ilustre regatista de élite. Impulsor y patrón del Desafío Español para la Copa del América 1992, que tuvo al Bribón VIII como banco de pruebas para el prototipo que finalmente compitió en Estados Unidos. Al año siguiente, el mismo Bribón VIII patroneado por Juan Carlos I se alzó con la Copa del Rey en Palma de Mallorca. Fue la primera vez que la ganó junto a Pedro Campos. Para el recuerdo queda la foto que copó las primeras páginas de los diarios. En ella aparecen los tripulantes, con Campos a la cabeza, lanzando al agua al Rey en la piscina del Club Náutico de Palma. En el nuevo milenio, Campos fue clave en los éxitos de la alianza entre don Juan Carlos y José Cusí. Juntos dieron forma al proyecto del Bribón XI, más conocido como El portaaviones. Con él conquistaron la Sardinia Cup, campeonato del mundo por naciones, antes de dar paso a la nueva era de los modelos TP52, en los que patrón, armador y táctico compitieron hasta la retirada forzosa del Rey.
El parón se fraguó a principios de esta década. Varias operaciones quirúrgicas obligaron a don Juan Carlos a abandonar las competiciones náuticas. Una retirada que coincidió con el principio del fin de su reinado. A partir de 2012, con España sumida en la debacle económica, los sondeos de opinión comenzaron a mostrar desapego hacia la Corona. A la onda expansiva del caso Nóos —y el consiguiente procesamiento de su yerno, Iñaki Urdangarin, y de su esposa, la infanta Cristina, finalmente absuelta— se unió la fractura de cadera que Juan Carlos I sufrió durante una cacería de elefantes en Botsuana en la primavera de 2012, mientras Bruselas decidía si intervenir España por la gravísima situación económica. El 18 de abril, el Rey pidió disculpas públicamente. Dos años más tarde, abdicó en su hijo, Felipe de Borbón.
Pocas semanas después de anunciar su abdicación el 2 de junio de 2014, Pedro Campos reunió en su casa a las afueras de Madrid a una nutrida selección de los regatistas que habían luchado en el agua junto a Juan Carlos I para celebrar un almuerzo en su honor. El Rey emérito dijo a Campos nada más llegar: “Prométeme que tú y yo volveremos a navegar juntos”. El aludido lo prometió. Y cumplió su palabra. El regreso comenzó a fraguarse aquel mismo verano. Por entonces, hacía dos años que Mauricio Sánchez-Bella, piloto de aviación y gran amigo de Campos, había comprado el Acacia, una joya sueca de la clase 6mR construida en 1929 y restaurada en 2009 en los astilleros vigueses Lagos. Un día, navegando con Sánchez-Bella en este Stradivarius del mar, a Pedro Campos, presidente del Real Club Náutico de Sanxenxo donde el Acacia tenía y sigue teniendo su base, se le encendió la bombilla. “Es un prototipo donde el patrón va en popa bien protegido y en el que resulta difícil hacerse daño, vas casi metido en el agua”. En el otoño de 2014, Campos comentó al Rey emérito que un amigo suyo tenía un barco en el que podría volver a competir. En el verano de 2015, todo estaba listo para su regreso. “El Rey es un deportista”, dice hoy Mauricio Sánchez-Bella. “No viene a pasearse”. Con el recuerdo de sus años en el Dragón Fortuna, compitió al timón del Acacia en las regatas de septiembre que organiza el Náutico de Sanxenxo. Pedro Campos se hizo cargo de la táctica junto a varios de sus tripulantes de confianza. El equipo ganó. Y Juan Carlos I se quedó prendado. Muy pronto manifestó su deseo de fortalecer esta flota en aguas españolas.
José Cusí, el eterno armador, tardó poco en comprar el Ian, gemelo del Acacia, tras localizarlo en Finlandia. Estos barcos clásicos de la clase 6mR rondan los 60.000 euros en el mercado secundario. Pero el Ian no fue el elegido para seguir la senda de Bribones. Tal honor recayó en el sueco Gallant, diseñado en 1947 por Arvid Laurin. Pasó a llamarse Bribón Gallant Movistar, la nave con la que Juan Carlos I se ha proclamado campeón del mundo a los 79 años. “Comprobamos con él que no solo podía navegar sino también competir”, dice Pedro Campos. “Después de tanto tiempo en dique seco, él creía que no volvería. Pero lo hizo”. Así lo recuerda el Rey emérito: “A raíz de las operaciones, tuve muchas dificultades que complicaban volver a competir. Hace dos años, me invitaron a probar el Acacia de Mauricio Sánchez-Bella. Y dijimos: ‘Esto es lo que necesitamos’. Durante la recuperación de todas las operaciones, esperaba poder volver a navegar algún día. Y cuando me puse bueno, años después de dejar de regatear, volvimos al mar”.
En cuestión de meses surgió una nueva armada española de la clase 6mR concentrada a lo largo de 2016 en el Náutico de Sanxenxo. Aquí ha nacido este circuito nacional de 6mR al que se han sumado armadores dispuestos a batirse con ejemplares clásicos y modernos. Entre ellos, los banqueros Juan Carlos Escotet y Francisco Botas con el Aída; César Elizaga, director ejecutivo del Desafío Mapfre y actual propietario del Ian; Peter Dubens, dueño de la velería North Sails, con el Alibabá; el ejecutivo José Luis Angoso, con el Caprice; Eugenio Galdón, fundador de Ono y armador del Maybe; Alicia Freire, arquitecta y armadora del Titia, y Violeta Álvarez, empresaria y armadora del Erika. Juntos han dado forma a la flota de un grupo de amigos entre los que abundan expertos marinos. Y no todo quedó en Sanxenxo.
Hace un año, José Álvarez, empresario de origen venezolano afincado en Londres, encargó la construcción de un nuevo 6mR. El prestigioso ingeniero naval Juan Kouyoumdjian, artífice de varios modelos ganadores de la Volvo Ocean Race, diseñó el prototipo. Y el ferrolano Javier Cela supervisó su construcción en los astilleros Garrido. El pasado mayo, durante la botadura, el armador anunció que Juan Carlos I sería el patrón de este nuevo Bribón. Pedro Campos y sus hombres desarrollaron la evolución del diseño en el agua con la vista puesta en el mundial de Vancouver del pasado septiembre, pero los ajustes necesarios no llegaron a tiempo. El equipo envió a Canadá el añejo Bribón Gallant de 1947 para participar en la categoría de clásicos. Y con la complicidad del táctico local Ross McDonald, esta misma tripulación que hoy culmina la temporada 2017 del circuito nacional de 6mR en Sanxenxo se convirtió en campeona del mundo tras ocho jornadas y múltiples avatares. Entre ellos, encallar en un banco de arena llamado, paradójicamente, Spanish Bank y un tajo de ocho centímetros en la mano izquierda sufrido por Iñaki Castañer al cortar con la derecha la vela spinnaker que quedó atrapada bajo la quilla en una maniobra. Entre los titanes a los que han batido en Vancouver estaba Dennis Conner, ganador de cuatro ediciones de la Copa del América, y el cinco veces medallista olímpico Torben Grael.
“Volver a regatear, más allá de ganar el mundial en Vancouver, supone sentirme otra vez parte de un equipo”
“Volver a regatear, más allá de ganar el mundial en Vancouver, supone sentirme otra vez parte de un equipo”, dice el Rey emérito. “Este es un equipo formado por un grupo de amigos. La navegación siempre ha sido una pasión a la que hoy puedo dedicarle más tiempo. Y soy el patrón de este barco, pero también formo parte de un equipo. Para ganar el mundial todos los miembros del Bribón hemos puesto nuestro granito de arena. Desde los Juegos Olímpicos de Múnich 72, en los que no conseguí medalla, siempre tuve en la cabeza que no había que dejar de intentar ganar un campeonato mundial”.
La frente prominente ha dejado paso a un cabello fino y plateado en las sienes. La mirada vidriosa guarda cierto aire de melancolía. El apretón de manos es firme y cómplice con los hombres del mar. Cuando embarca, deja en tierra el bastón negro de fibra de carbono con el que apoya su mano derecha al caminar. Su nueva Arcadia es Sanxenxo, 17.500 habitantes, al borde de la ría de Pontevedra. Durante las regatas, un fin de semana al mes, aparece a media mañana en la sede del Club Náutico para compartir con las tripulaciones el brief previo a la competición. “Está llegando El Jefe”, se escucha por los pasillos del club cuando se aproxima un BMW X5 seguido de cerca por los escoltas de la Casa Real que conduce Pedro Campos con el Rey emérito a su lado. Juntos han puesto a Sanxenxo en el mapa. Han impulsado en el puerto deportivo Juan Carlos I este deporte entre los más jóvenes. Y la creación del Centro Nacional de Vela Adaptada. Y la reciente presentación del sexto barco de la Vuelta al Mundo del Team Campos. Entre los próximos retos, traer el Europeo de la clase 6mR y quizá algún día el mundial. “Sanxenxo le ha dado vida al Rey”, dicen sus íntimos. “Y él ha dado vida a Sanxenxo”. Aquí suele alojarse en casa de Pedro Campos. Aquí convive con un círculo reservado con el que comparte las delicias de la gastronomía local y la pasión que más le ha acompañado a lo largo de su vida.
Nadie aventura hasta cuándo seguirá fomentándola. Él tampoco vislumbra ese momento antes de enfilar la salida de la última regata de la temporada, que culminará como vencedor el Alibabá de Peter Dubens. Las velas, bien cazadas. Todo el mundo a sus puestos. A la rueda del nuevo Bribón, Juan Carlos I mete la mano derecha en el agua y dice: “En estos veleros de la clase 6mR sientes el mar, vas prácticamente debajo del agua. Y aquí, en Sanxenxo, podemos salir siempre entre marzo y noviembre. Las rías gallegas son un paraíso para los 6mR, protegidas de las olas pero siempre con viento. A estos barcos no les va bien el mar abierto. Echo de menos la bahía de Palma, han sido muchos años compitiendo en los TP 52. Pero ya no puedo ir en ellos. Quizá los modelos en los que más he disfrutado han sido los Dragón, los cruceros y, últimamente, los 6mR: no son muy rápidos, como mucho alcanzan seis o siete nudos; y son seguros. Hombre…, se puede hundir el barco, pero no es lo habitual”.
Su nuevo trono está aquí, en este Bribón de última generación. Además de los avances de su diseño, tiene rueda de timón y un ergonómico puesto de mando, con forma de “u” y respaldo de piel acolchado. “El mecano”, lo llama el patrón. Operado de ambas caderas, necesita ayuda para embarcar. “Una vez a bordo, me quedo encajonado”, dice entre risas. “De aquí no me sacan”.
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