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Más metros cuadrados para la investigación polar

Gracias a las nuevas infraestructuras, la exploración española dará un salto cualitativo

Vista general de los nuevos módulos de la Base Antártica Española Juan Carlos I, en la isla Livingston.
Vista general de los nuevos módulos de la Base Antártica Española Juan Carlos I, en la isla Livingston.UTM-CSIC

Los científicos españoles dispondrán de nuevas y modernas instalaciones, a la altura de las que disponen en otros lugares de la Antártida los países que lideran la investigación polar, como Reino Unido o EE UU. Durante la presente campaña antártica, culminará la remodelación de la Base Antártica Española (BAE) Juan Carlos I, gestionada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas CSIC. 

Los últimos preparativos para tener operativos los nuevos módulos de la base, y que puedan ser ocupados por los científicos que recalen en isla Livingston –tanto en la actual como en próximas campañas–, los llevarán a cabo los técnicos de la Unidad de Tecnología Marina (UTM) del CSIC encargados de abrir la base, lo que tendrá lugar alrededor de Año Nuevo, día arriba, día abajo.

El camino que nos ha traído hasta aquí ha sido largo, con varios hitos importantes para la ciencia antártica española. Todo empezó en diciembre de 1986, cuando se instaló en isla Livingston el primer campamento español en la Antártida; una tienda de campaña en la que convivieron unos días los científicos Josefina Castellví, Antoni Ballester, Joan Rovira y Agustí Julià. Su principal cometido fue comprobar la idoneidad de aquel lugar para instalar una base permanente –aunque ocupada sólo durante el verano austral– para que nuestro país pudiera llevar a cabo actividad científica en el continente blanco. La BAE Juan Carlos I fue inaugurada en enero de 1988, con los primeros contenedores, que con el paso de los años fueron aumentando en número y capacidad.

Tienda de campaña instalada en Isla Livingston durante la primera campaña antártica española, el 27 de diciembre de 1986.
Tienda de campaña instalada en Isla Livingston durante la primera campaña antártica española, el 27 de diciembre de 1986.CSIC

La mayoría de esas construcciones fueron llegando al final de su vida útil, lo que obligó a pensar en la remodelación de la base y en la construcción de nuevos módulos, más grandes y modernos. Durante la campaña 2001-2002 ya se vio la necesidad de acometer la modernización. El diseño de las nuevas instalaciones recayó en Hugh Broughton Arquitectos y las obras se iniciaron a finales de 2008. Han sido 10 años de trabajo –con un largo parón por los recortes que trajo la crisis económica– y un coste final de 16 millones de euros, aportados casi en su totalidad por el Ministerio de Economía, Industria y Competitividad, del que depende el CSIC. La BAE Juan Carlos I es en la actualidad mucho más espaciosa y está a la última en materiales y equipos, para poder operar con normalidad en las duras condiciones polares.

La construcción de los nuevos módulos –10 distintos e independientes– ha sido un proceso largo y complejo, que ha supuesto importantes retos, tanto logísticos como medioambientales. Hasta isla Livingston se han tenido que transportar 900 toneladas de materiales y se han tenido que acometer las obras velando en todo momento por impactar lo menos posible en el medio natural; compromiso obligado en cualquier actividad llevada a cabo en la Antártida.

Recreación artística de algunos de los nuevos módulos de la BAE Juan Carlos I.
Recreación artística de algunos de los nuevos módulos de la BAE Juan Carlos I.Tecnove

De los menos de 200 metros cuadrados que tenía la antigua área de habitabilidad, donde aparte del comedor se disponía de 10 camas, se pasa a tener un edificio formado por tres módulos agrupados en forma de Y. El edificio tiene una superficie total de 2.000 metros cuadros, de los que 600 constituyen la zona de dormitorios, con medio centenar de camas y una capacidad máxima para otras tantas personas. La zona de habitabilidad la completan la sala de estar-comedor, cocina, comunicaciones y los espacios comunes, al margen de los laboratorios, que en toda la base suponen 600 metros cuadrados. Gracias a las nuevas infraestructuras, la investigación polar española dará un salto cualitativo, cuyos resultados iremos viendo en los próximos años.

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