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Cómo combatir la adicción de los niños por la comida calórica

Cada vez que da a su hijo comida chatarra es como si le metiera un cigarrillo en la boca.
Cada vez que da a su hijo comida chatarra es como si le metiera un cigarrillo en la boca.Martin Parr (Magnum Photos)
Andoni Luis Aduriz

Hasta pasada la adolescencia, el cerebro demuestra gran atracción por los alimentos con alta densidad calórica. La mejor manera de educar a los niños es inculcarles la cocina variada que huye de estereotipos ‘infantiles’.

Existen personas que defienden muchos discursos e ideas. Otras, más cabales, que sostienen un número limitado de las mismas, las que consideran más relevantes. Y luego están los eruditos, que manejan quizá solo una, pero la sostienen y desarrollan de muchas formas distintas”. Esta confesión que en una ocasión compartió conmigo el filósofo Daniel ­Innerarity me viene con frecuencia a la mente e influye en la manera que tengo de abordar los temas que expongo en esta sección. En innumerables ocasiones hemos remarcado la dimensión social, ética, creativa, afectiva y, especialmente, saludable de la cocina y la alimentación. No obstante, hay que seguir insistiendo, a la vista de los datos y previsiones que para los próximos años maneja la Organización Mundial de la Salud, en relación con el incremento de la obesidad, sobre todo en los niños.

Ese esfuerzo pedagógico y educativo hacia la población infantil es labor de todos, de la población en su conjunto. Por ello, me gustaría llamar la atención sobre dos hechos concretos, aparentemente intrascendentes pero, desde mi punto de vista, significativos. El primero es la tan extendida costumbre de premiar a los niños con golosinas. Personalmente, se me encoge el alma al observar cómo el consumo de esas calorías vacías se transforma en un momento altamente placentero que, incluso, llega a sustituir una merienda, o puede que a una comida saludable a largo plazo.

Ese esfuerzo pedagógico y educativo hacia la población infantil es labor de todos, de la población en su conjunto

El otro punto a recalcar apela a la forma que tenemos de influir en la creación de apetencias en los más pequeños a través de los menús infantiles en los restaurantes. Lejos de encaminarlos hacia la paleta de alimentos y elaboraciones más adecuadas para su desarrollo, los premiamos o castigamos, según cómo se mire, delimitando sus opciones a un mundo de pasta, pizzas, hamburguesas, fritos, salchichas, bikinis de jamón y queso… Y pollo, mucho pollo en forma de nuggets, milanesas, muslitos crujientes o fingers.

Parte del problema radica en que, para la industria, los más pequeños son un objetivo que atacar si se desea atraer a los padres a un establecimiento. Y la propuesta que nos hacen no puede ser más perversa: productos baratos de producción masiva e industrial, texturas que oscilan entre la ternura y el crujiente, y sabores grasos, salados y dulces. ¿Y por qué agradan tanto a los niños estas características? Porque su gran palatabilidad e impacto calórico intensifican los mecanismos cerebrales de gratificación. Nuestros cerebros, adaptados evolutivamente a entornos de escasez, articularon hace mucho tiempo estructuras diseñadas para atraernos hacia alimentos ricos en nutrientes. La recompensa se ofrece en forma de cóctel de neurotransmisores que actúan sobre los centros del placer de una forma similar a las drogas. Los hidratos de carbono y sus combinaciones con texturas grasas son una mezcla irresistible para nuestro cerebro.

Por si fuera poco, hasta pasada la adolescencia el cerebro está experimentando y formándose, demostrando una enorme atracción por los reforzadores —drogas, sexo o comida con alta densidad calórica— aunque sin capacidad para evaluar los efectos negativos y percibir las consecuencias. Desde el punto de vista de la adquisición de adicciones puede resultar un tanto exagerado, pero piense que cada vez que da a sus hijos comida chatarra es como si estuviera metiéndoles un cigarrillo en la boca. Creemos adictos, sí, pero a la buena comida, a la cocina variada, a los platos que suman, que ayudan a crecer. No a los que propician un paladar infantil para siempre. Nuestros hijos nos lo agradecerán.

‘Nuggets’ de pollo

‘Nuggets’ de pollo
Óscar Oliva

Ingredientes

Las alitas

  • 500 gramos de alitas de pollo

La marinada

  • 100 mililitros de salsa de soja
  • 10 gramos de jengibre en polvo
  • 30 gramos de jengibre fresco en láminas
  • 5 dientes de ajo machacados
  • Medio limón fresco en láminas
  • 20 mililitros de vodka
  • 30 mililitros de salsa Mirin

El rebozado

  • 200 gramos de pan rallado tostado
  • 10 gramos de pimienta molida
  • 10 gramos de ajo en polvo
  • 20 gramos de tomillo seco
  • 80 gramos de clara de huevo

Acabado y presentación

  • Mostaza en pasta al gusto

Instrucciones

1. Las alitas

Limpiar las alitas de restos de plumones. Cortarlas en dos por la coyuntura del hueso. Retirar el alón.

2. La marinada

Mezclar todos los ingredientes en un recipiente y añadir a esta mezcla las alitas de pollo. Marinar durante toda una noche. Pasado el tiempo, escurrir las alitas de la marinada y hornearlas a 160 grados durante 15 minutos. Seguidamente, deshuesarlas en caliente y reservar la carne.

3. El rebozado

Mezclar el pan rallado con la pimienta, el ajo y el tomillo. Pasar las alitas por la clara de huevo y después por la mezcla de pan rallado, pimienta, tomillo y ajo. Reservar.

4. Acabado y presentación

Precalentar el horno a 210 grados. Una vez el horno esté caliente, hornear las alitas rebozadas durante 10 minutos. Servir bien caliente con un poco de mostaza en pasta.

Frituras

Aporte: En una fritura hay que considerar que la impregnación del aceite en el producto aumentará las kilocalorías.

Calorías: El aceite de oliva aporta unas 900 kilocalorías por 100 gramos de producto: solo un gramo aporta 9.

Temperatura: Es un factor importante, ya que a altas temperaturas se aceleran los procesos de degradación del aceite.

Mezclas: No se recomienda combinar aceite nuevo y usado ni tipos diferentes: sus puntos de humo son distintos.

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Sobre la firma

Andoni Luis Aduriz
Andoni Luis Aduriz (San Sebastián, 1971) es un cocinero reconocido internacionalmente que lidera desde 1998 el restaurante Mugaritz, en Errenteria, con dos estrellas Michelin. Comunicador y divulgador, colabora desde 2013 con ‘El País Semanal’, donde comparte su particular visión de la gastronomía y su mirada interdisciplinar y crítica.

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