De anunciar albóndigas a ser parte del torbellino ‘Stranger things’
El actor Noah Schnapp, de 13 años, cuenta cómo la lían en los rodajes de la serie del momento. Pistolas de agua incluidas
Caminar con los ojos cerrados por la calle. No tener en casa ni Internet ni tele. Carecer de vida social y no leer prensa ni escuchar radio. Esa es la única manera de mantenerse ajeno al éxito de la serie Stranger things. Y ni por esas. En dos temporadas, esta ficción de Netflix sobre una pandilla de amigos que se enfrenta a situaciones paranormales en los ochenta se ha convertido en un fenómeno global. La joven actriz Millie Bobby Brown (una de sus protagonistas) ha sido nombrada por la revista Time como una de las adolescentes más influyentes del planeta, el primer fin de semana la segunda temporada fue vista por casi 16 millones de personas solo en EE UU y por todas partes se montan bares y espacios efímeros inspirados en la estética de la serie. Pero sus protagonistas no dejan de ser unos tiernos chavales que, en la distancia corta, parecen lejos del epicentro de este huracán.
Sin el pelo cortado a tazón, como Will, su personaje, algo que muchos de los que están leyendo estas líneas sufrieron en su infancia en los ochenta, es difícil identificarle. Sin embargo, Noah Schnapp (Nueva York, 2004) posee la misma apariencia frágil que desprende Will. Es un preadolescente delgado y de tez blanquecina que calza unas Jordan que le hacen un pie gigante.
“Sería muy guay ver cómo era la vida cuando no había móviles y se podía ir en bici por la calle a casa de los amigos. Creo que había mucha más libertad cuando mi padre creció”
Saluda a todos extendiendo la mano y observa con curiosidad la cámara analógica de la fotógrafa. Esta termina por prestársela. “Me encantan las cámaras viejas. Tengo una en casa”, dice mientras mira por el visor. “Me fascina que sea manual y tener que tomar decisiones sobre qué foto hacer”, explica. Parece que la ambientación analógica de la serie ha hecho mella en él. Tanto, que le encantaría poder pasar una temporada en la década de los ochenta. “Sería muy guay ver cómo era la vida cuando no había móviles y se podía ir en bici por la calle a casa de los amigos. Creo que había mucha más libertad cuando mi padre creció”, dice.
Este actor nacido en 2004 comenzó anunciando albóndigas en televisión y cuenta con absoluta normalidad cómo le descubrió Steven Spielberg. “Después de rodar muchos anuncios comencé a hacer castings para películas y mi primer papel en el cine me lo dio Spielberg en El puente de los espías. Actué junto a Tom Hanks, el actor a quien más admiro del mundo. Tom es todo lo que yo aspiro a ser”, explica.
También cuenta que no conocía el trabajo de Winona Ryder, que hace de su madre en la serie, antes del rodaje. “Yo no había visto ninguna de sus películas, pero mi madre me habló mucho de ella. Desde el primer día fue muy cariñosa y me ayudó en todo”, dice sonriendo. Lo cierto es que esta nueva generación de actores de Stranger things ha conseguido eclipsar a la propia Ryder. Noah cree que parte del éxito se debe a la relación de la pandilla en la vida real. Como chavales de esa edad que son, aprovechan los tiempos muertos del rodaje para liarla. “No tenemos mucho tiempo libre porque en cuanto terminamos de rodar volvemos al cole, pero en los descansos no paramos de hacer bromas. Llevamos pistolas de agua, nos disparamos y nos lo pasamos muy bien”.
Aunque tiene tres películas por estrenar y un grupo de fans a la puerta del hotel, dice que la fama no ha cambiado mucho su vida. “Cuando se estrenó la serie flipaba con que la gente me conociera por la calle y susurrara cosas detrás de mí. Pero aparte de eso mi vida es igual, mi rutina no es muy emocionante. Me levanto a las siete, voy a un cole público, meriendo en casa de amigos, hago alguna audición o estudio el guion, termino los deberes y me duermo. Si tengo rodaje o hago promoción, me acompaña un profesor, que me da clase en la habitación del hotel. Hasta ahora no he tenido malas experiencias con la fama”, dice.
De los proyectos futuros prefiere no hablar. “No sé si tengo permiso para ello”. Chico cauto. Termina la sesión con un “gracias”, en español. Parece que se lo ha pasado bien porque no ha parado de repetir “cool”. Quién sabe lo que le esperará cuando salga del hotel y dónde quedará esta cándida inocencia en unos años. Lo veremos.
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