Un humanista indeciso
La autora descubrió en la obra de Albert Camus que hay algo bello e inquebrantable en el hombre más allá de las circunstancias: su dignidad.
MI QUERIDO ALBERT, paso todos los días por una librería de viejo y a través de sus cristales veo, cubriéndose de polvo, ese libro tuyo que tiene dos significados. Extranjero y extraño. Parece que se pone el sol amarillo sobre tu libro, que diría Miguel Hernández, y es entonces cuando me pregunto si el librero lo mantiene ahí a modo de advertencia. Una advertencia que dice que nos estamos convirtiendo todos en extranjeros y extraños, o si es una señal dirigida exclusivamente a mí para que no me olvide de escribirte estas líneas de agradecimiento.
Te encontré tarde y por sorpresa, como suceden algunas de las mejores cosas de la vida. Fue en una librería de Buenos Aires y el libro, aquel que la muerte no te dejó terminar, se llamaba El primer hombre y era, en realidad, una búsqueda del primer hombre de tu vida, tu padre, al que no conociste. Yo, que a veces pienso que tampoco conocí al mío, me quedé con aquel libro para recordar que yo también debía salir a buscarlo.
Estudié Periodismo y Filosofía y, al terminar esta última, decidí hacer la tesis. Me sugirieron: “Laura, ve a por los grandes de la filosofía. Camus no es más que un humanista que nunca se decidió por nada”. Por un lado estaba Heidegger y el Dasein, las categorías kantianas. Por el otro estabas tú, que no eras, según decían, nada en concreto. Por eso me quedé contigo, Albert.
Te leí en un despacho acristalado mientras de fondo sonaba Bon Iver y veía la lluvia caer. Años más tarde, ante un tribunal que me miraba con recelo, defendí que tu obra es un recordatorio de que hay algo inquebrantable y bello en el hombre más allá de las circunstancias. Se llama dignidad. Y nunca he sabido cómo darte las gracias por eso: por enseñarme lo que es ser un hombre. Así que lo haré de la mejor manera que sé, regalándote una historia que me contaron y que merecería estar en tus Carnets.
El 19 de junio de 1936, el boxeador alemán Max Schmeling se enfrentó a Joe Louis, El Bombardero de Detroit, un negro conocido como el rey de los pesos pesados. El Perro Nazi, apodo de Schmeling, derribó a Louis y dicen que, al terminar, declaró: “Me siento muy orgulloso de mi raza: la aria”. La historia, sin embargo, se toma a veces sus particulares revanchas y así, poco tiempo después, Schmeling voló a Estados Unidos para enfrentarse de nuevo a Louis. No hubo pelea propiamente dicha porque Louis solo necesitó seis minutos para derribar al alemán. Ante su victoria le preguntaron a Louis: “¿Te sientes orgulloso de tu raza esta noche?”, a lo que respondió: “Sí, estoy muy orgulloso de mi raza. La raza humana”.
Qué poco hemos aprendido desde entonces. Porque si el mundo es hostil e inhumano, si está lleno de dogmatismos, si la vida es pasajera, si la historia, la ciencia o las instituciones finalmente no avalan nada, entonces, con mayor razón las personas tenemos que apoyarnos mutuamente.
Así que gracias, Albert, de corazón. Fuiste tú quien me enseñó que son más las cosas que nos unen que las que nos separan.
Con cariño, Laura.
Laura Ferrero ha publicado Qué vas a hacer con el resto de tu vida (Alfaguara).
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