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MIRADOR
Columna
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Empatía

Deberíamos dedicar unos minutos al día para entender a nuestros semejantes y hacer de la desgracia ajena un motivo de reflexión compasiva

Un mendigo, un hombre mayor, pide limosna en los soportales de la plaza Mayor de Madrid.
Un mendigo, un hombre mayor, pide limosna en los soportales de la plaza Mayor de Madrid. Claudio Álvarez

¿Y si hacemos que la empatía sea una asignatura obligatoria en los institutos de enseñanzas secundarias? Básicamente, obligaríamos a los estudiantes a ponerse en el lugar de las otras personas. Sí, nos esforzaríamos por elaborar un plan pedagógico que ayudase a nuestros adolescentes a desarrollar la emocionalidad de la empatía. Sería un laboratorio de prácticas con tareas precisas. La primera lección duraría tres semanas y les tocaría vivir en la calle con indigentes. Tendrían que acompañar a los hombres y mujeres de edad y nacionalidad indefinida que deambulan melancólicos y sin apenas posesiones por las ciudades y pueblos. Buscar en las miradas de esos rostros arrugados algún vestigio de la luz de su primera juventud.

Los alumnos no solo deben encontrarse con los necesitados sin hogar, sino que, al ejercicio de escoltarlos, acompañarlos y observarlos, se debe sumar el esfuerzo de escucharlos y tratar de imaginar cómo fue su vida a través de las cosas que les cuenten. Nuestros adolescentes con esta asignatura aprenderían de los que han vivido vidas amargas y están allí para contarlo y darles las claves de la supervivencia más atroz. Se recuperaría la noble tradición de honrar a los que sufren. También se celebraría la dura vida errante y desprendida del que no tiene nada. A nuestros jóvenes, les ayudaría pensarse a ellos mismos tal vez con 80 años deambulando por las calles y viviendo el día a día. El Carpe diem más puro y humilde.

Por otra parte, si se coordina bien la asignatura y se reparten las semanas de forma organizada, tal vez podamos garantizar compañía y seguridad sobre todo para los ancianos indigentes durante casi todo el año. Así evitaríamos que les dieran palizas esos grupos de monstruos desalmados alérgicos a la pobreza. La asignatura de la empatía tendría ese lado práctico con el primer laboratorio de apoyo a las gentes sin hogar. Luego le sumaríamos visitas semanales a los centros de acogida de mujeres maltratadas y otros lugares marcados por la urgencia social.

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Los estudiantes evidenciarán sus capacidades y lo mucho que aprendieron siendo amables con todo el mundo. Mostrarán afecto y respeto por sus profesores, sus padres, sus compañeros de clase y los desconocidos. Deberán lamentarse con los desdichados y acompañarles en el sentimiento. Dedicar unos minutos al día para entender a sus semejantes y hacer de la desgracia ajena un motivo de reflexión compasiva. Para que nunca olviden lo vivido se escribirán una carta a ellos mismos pensando en los demás, y la recibirán dentro de 50 años.

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