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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La izquierda y el ‘procés’

El independentismo se ha revelado como un proyecto excluyente y antisocial

El País
Varios manifestantes independentistas cortan las vías del AVE en la estación de Sants durante la huelga general del pasado miércoles 8.
Varios manifestantes independentistas cortan las vías del AVE en la estación de Sants durante la huelga general del pasado miércoles 8.Toni Albir (EFE)

En el abultado pasivo del independentismo hay que destacar la confusión ideológica que ha generado su constante deformación del lenguaje. Por desgracia, para la democracia y los demócratas, poco hábiles en estas lides, la misma perfidia empleada en liquidar las instituciones del autogobierno ha sido aplicada a disfrazar bajo un lenguaje democrático, europeísta y progresista un proceso de destrucción de la convivencia y las instituciones de la Constitución de 1978 que nada tenía de democrático, europeísta o progresista.

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La construcción, por ejemplo, del “derecho a decidir” ha transmutado un proceso de autodeterminación carente de base jurídica internacional ni garantías legales en una benéfica expansión de la democracia y los derechos individuales a la que ningún demócrata de bien podría oponerse.

Una cirugía similar se ha ejercido sobre el europeísmo, utilizado para legitimar el independentismo hasta que —afortunadamente— la Europa comunitaria ha desenmascarado a los secesionistas como arquetipos de aquellos nacionalismos excluyentes que dieron su razón de ser al proyecto europeo y que muy bien podrían desestabilizarlo si lograran imponer su modelo de secesión unilateral.

Algo parecido ha ocurrido con el progresismo. Las credenciales antifranquistas de una buena parte del nacionalismo catalán, sumadas al rechazo que el Partido Popular todavía genera en una buena parte de la izquierda española, han provisto un terreno fértil en el que insertar la causa independentista. Pero ese engaño no ha durado.

Primero, porque ha quedado en evidencia que el apoyo de Podemos y sus marcas afines al derecho a decidir tenía como objetivo primordial deslegitimar el sistema democrático y así forzar su superación.

Segundo, porque ha quedado de manifiesto que las clases populares, tanto en España como en Cataluña, en absoluto apoyan una causa, la secesionista, que reivindica la insolidaridad de los territorios más ricos con los más pobres y que se aúpa en discursos supremacistas y chauvinistas que se dirigen precisamente contra los más humildes.

Como han mostrado los estudios y encuestas publicados en este diario, el hecho de que el independentismo predomine en los estratos más pudientes, con más estudios y con más ascendientes catalanes configura el secesionismo como un proyecto esencialmente excluyente, en absoluto igualador.

Por fortuna, una gran parte de la izquierda, que durante el último año se ha visto confundida y sin saber muy bien qué hacer con el independentismo, ha reaccionado y tomado la iniciativa. Lo lógico ahora es que complete ese camino y, en lugar de intentar posicionarse en el eje nacionalista y discutir sobre identidades o banderas, se sitúe donde tiene que estar, en el eje de los derechos y libertades, la equidad, la igualdad y la justicia social.

Aunque tarde, ha quedado desenmascarada la naturaleza etnicista, antieuropeísta, regresiva en lo social y antidemocrática del independentismo. Toca ahora a la izquierda reivindicar el proyecto de país incluyente, igualador y progresivo en lo social en el que creyó en 1978 y plasmó a partir de 1982. Para a continuación renovarlo.

EL DESAFÍO SOBERANISTA CATALÁN

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