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Una prueba de ADN para estudiar libros medievales

señor salme

CUANDO SE DICE que el código genético contenido en el ADN de nuestras células es el lenguaje de la vida, no estamos haciendo una analogía o una metáfora, sino una descripción bastante precisa. Si excluimos algunos virus y a los viroides, cualquier ser vivo contiene ADN. Este constituye el manual de instrucciones sobre cómo hacer el organismo y tiene la particularidad de que se pueden hacer copias de él, de forma que, cuando se reproduzca, su descendencia llevará la información genética heredada de su progenitor o progenitores.

El código genético es un idioma con un alfabeto de solo cuatro letras donde todas las palabras están compuestas por tres.

El ADN codifica la información utilizando cuatro moléculas: adenina, timina, guanina y citosina, que abreviamos como A, T, G y C. El código genético es un idioma con un alfabeto de cuatro letras donde todas las palabras tienen tres. Cada combinación concreta de tres de estas cuatro letras codifica un aminoácido, que son los constituyentes de las proteínas y que hacen el trabajo en un organismo y se encargan de controlarlo todo. El ADN es una molécula estable, por eso transmite la información de generación en generación, pero no obstante está sometida a errores. La radiación ultravioleta, la radiactividad o diferentes productos químicos pueden inducir cambios que se transmitirán a la siguiente generación. Si esa modificación hace que una proteína esencial deje de funcionar, la descendencia morirá. Sin embargo, esa alteración puede implicar una mejora de tal manera que el portador de esa mutación se adapta mejor al medio que sus progenitores. Este es uno de los mecanismos que explica cómo a partir de una célula primordial se ha generado toda la biodiversidad que conocemos en la actualidad. La tecnología nos permite secuenciar el ADN de cualquier organismo con facilidad. Gracias a eso, y sabiendo la forma en la que se producen y se transmiten las mutaciones, podemos diseñar algoritmos matemáticos para, a partir del ADN, trazar la historia evolutiva de todos los organismos y ver quién desciende de quién.

Y aquí es donde entra la literatura. En la Edad Media los libros se copiaban a mano, y normalmente eran copias de copias. En la Universidad de Birmingham hace unos años diseñaron un proyecto para reconstruir la historia de todos los manuscritos que se conservan de Los cuentos de Canterbury. Utilizando un algoritmo matemático como los que se usan para descifrar la evolución de un organismo a partir de su ADN, se pudo reconstruir cuál era la versión original y cómo habían circulado por diferentes monasterios las diferentes copias. También se utilizó una prueba de ADN de verdad, ya que, al estar encuadernados en piel, se pudo determinar en cuáles se había utilizado cuero del mismo animal, o de seres emparentados. A veces ciencia y literatura no están tan lejos como parece. Aunque algunos intelectuales patrios se permitan el lujo de cuestionar a Darwin, la evolución afecta a todo, hasta a los manuscritos medievales.

Mitos sobre la creación

Aunque mucha gente sostiene que la evolución no existe y que todos fuimos creados, nada mejor que entender el lenguaje del ADN para ver el error de estas afirmaciones. Si hubiera sido así, lo lógico sería que cada organismo tuviera un código genético diferente, lo que impediría la ingeniería genética puesto que un gen de una especie no funcionaría en otra. El hecho de que sea universal desmonta esta idea. En el ADN también quedan vestigios de funciones perdidas a lo largo de la evolución, o algunas que resultan poco eficientes, como si se hubieran generado por azar. Si realmente hay un diseñador, no es inteligente, sino un chapucero.

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