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Columna
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Trump para rato

Un año después de su llegada a la Casa Blanca, lo increíble es la nueva normalidad

Francisco G. Basterra
 El presidente estadounidense, Donald Trump, saluda al presidente ruso, Vladímir Putin en Vietnam.
El presidente estadounidense, Donald Trump, saluda al presidente ruso, Vladímir Putin en Vietnam.MICHAEL KLIMENTYEV / SPUTNIK / (EFE)

Un año ya desde que lo inconcebible se hiciera real. La llegada a la Casa Blanca de Donald Trump, un extravagante millonario, un charlatán inepto, que asaltó el poder con un discurso nacionalista populista, reflejo de un sentimiento extendido en las democracias gripadas tras la Gran Recesión: que reviente el sistema establecido. El 45º presidente de Estados Unidos disparata, promete castigos bíblicos a los enemigos del país, riñe a los aliados. Pero, afortunadamente, sus actos no se compadecen con su enfebrecida retórica.

El mundo no ha sufrido el apocalipsis, incluso nuclear, con el que ha amenazado a Corea del Norte; no ha construido un infranqueable muro para cerrar la frontera con México; no ha expulsado a millones de inmigrantes sin papeles. Aceptamos hoy lo increíble de que la única superpotencia realmente existente esté en manos de Trump, como algo casi corriente. La pesadilla se ha convertido en la nueva normalidad. Cometemos un error, porque la presidencia de Trump no es un reality show televisivo, ni la Casa Blanca una guardería para adultos. La caricatura es la realidad. Su presidencia ya está siendo dañina y ha dejado sin punto de referencia al orden internacional. EE UU se ha devaluado, al tiempo que Trump declara su admiración por el nuevo zar Putin o por el emperador Xi. No nos saldrá gratis que la Casa Blanca, a la que ha degradado, la ocupe un botarate: “Persona con poco juicio que actúa de manera insensata y alocada”.

Nos fijamos demasiado en sus alocados tuits; más de 36.000, con 41,7 millones de seguidores, son el dedo que tapa la luna ¿Para qué preocuparse por los editoriales de The New York Times? Su base electoral, en la América profunda, todavía le respalda, porque entendió muy bien el miedo cultural, demográfico, económico, al extranjero, al terrorismo, de los blancos con pocos estudios a los que prometió recuperar América, un país imaginario abrumadoramente blanco, anglosajón, que ya solo existe como nostalgia. Trump no atiende consejos y funciona por intuición. No sabe que no sabe y la presidencia no le ha cambiado. Sorprende su amor por los militares que constituyen su guardia de corps. Tres generales, desde el Pentágono, el Consejo de Seguridad Nacional y la jefatura de su gabinete, tratan de poner orden en una Casa Blanca disfuncional, y de contener los impulsos imprevisibles del comandante en jefe.

Trump ha logrado borrar la frontera entre la verdad y la mentira. Pero la economía crece a un 3%, el paro es mínimo, un 4,1%; se crean 270.000 nuevos empleos de media al mes; la Bolsa está en máximos históricos. A quién le importa que haya convertido la Casa Blanca en una empresa familiar, que el presidente estimule a la extrema derecha o desbarate el sistema regulatorio. O el abandono por EE UU de la responsabilidad global, ser el único país del mundo que rompe con el acuerdo climático de París. Sus electores pasan. Tenemos Trump para rato. fgbasterra@gmail.com

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