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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

Hace un año ganó Trump

Con la era Trump parece que el capitalismo descontrolado se queda pero los derechos desaparecen

Donald Trump durante su campaña electoral en Iowa.
Donald Trump durante su campaña electoral en Iowa.Matt A.J.

Hoy hace un año que Trump ganó las elecciones. Un año. Recuerdo perfectamente levantarme esa mañana y comprobar con estupor como un resultado que yo daba por cerrado la noche anterior al irme a la cama se había truncado, y Hilary había perdido las elecciones. Me costó un buen rato asegurarme de que efectivamente Trump iba a gobernar. Acababa de volver de Nueva York donde había pasado dos semanas trabajando con amigas del mundo de la publicidad sobre las nuevas narrativas para enfocar los procesos migratorios. Todas mis amigas eran de fuera de los Estados Unidos. Gente brillante, talentosa y muy joven. Muchas de ellas sin green card. Pensé en ellas y en su futuro ahora incierto.

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Tras el choque inicial mi cabeza se fue a Reino Unido. El Brexit había triunfado hacía unos meses. “¿Qué nos está pasando?”, pensé. “Algo estamos haciendo muy mal los que queremos un mundo donde todas las personas tienen los mismos derechos con independencia de su pasaporte”. Me acordé de Joe Cox que fue asesinada unos días antes de la votación del Brexit por defender esa idea, sin que su muerte aparentemente hubiera servido para nada.

Ha pasado un año de eso y sigo estupefacta. Los discursos identitarios continúan su crecimiento inexorable sin prisa pero sin pausa. Las elecciones en Europa confirman un aumento de auge de los discursos antimigratorios y de rechazo de una parte concreta de la población mundial. Y los que deberíamos contrarrestar esta plaga estamos desagregados sin un mensaje único, sencillo y potente con el que trabajar unidos. La historia no se repite pero rima.

Y Trump cada día hace alguna barbaridad nueva, atentando sistemáticamente contra los derechos fundamentales de muchos ciudadanos que están viviendo en su país. En España no es evidente enterarse de lo que está pasando en EE. UU., estamos demasiado inmersos en nuestro localismo de pacotilla. Pero hay fuentes, como el increíble hilo de Twitter de Dori Toribio en el que cada domingo encuentro perlas e informaciones, que no dejan de ponerme los pelos de punta. La influencia de este señor en la conformación de nuestra civilización global está siendo nefasta. Es uno de los mayores exponentes de la decadencia de un modelo, en el que blandíamos con entusiasmo nuestras conquista de los derechos fundamentales en una coexistencia imposible con un capitalismo feroz. Con la era Trump y todos los que le acompañan, parece que el capitalismo descontrolado se queda pero los derechos desaparecen.

¿Queda esperanza? Parece que sí. La semana pasada explotaba el asunto de Rusia y varias personas relacionadas con Trump y su campaña presidencial eran detenidas. Una semana más tarde los Paradise Papers ahondan en esta relación demostrando que existe un fuerte entramado de intereses económicos entre la administración Trump y el gobierno de Putin. Quiero pensar que esta secuencia no es casual. Hace un par de semanas también varios republicanos alzaban su voz contra el presidente, hecho insólito. Y el millonario Tom Setter lanza una fantástica campaña solicitando el impeachment de Trump. Todo esto me hace pensar que quizás podamos conseguir que las cosas cambien.

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