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MIRADOR
Columna
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Antípodas

Esta locución negativa, que refiere lejanía extrema, tiene unas connotaciones de lo más pizpiretas

Manuel Jabois
Concentración en la plaza Universitat de Barcelona para pedir la libertad de los políticos y líderes catalanistas encarcelados.
Concentración en la plaza Universitat de Barcelona para pedir la libertad de los políticos y líderes catalanistas encarcelados.Andreu Dalmau (EFE)

Entre las buenas noticias del proceso soberanista, además de la buena salud que goza la amistad entre Julian Assange y Pamela Anderson, figura una que me hace ilusión especial, pues llevo años siguiendo el fenómeno: la conversión definitiva de la locución “en las antípodas” como elemento de conciliación, de convergencia, de reunión. De que hay buen rollo. Si escucho a alguien diciendo que está en las antípodas de otra persona, es decir, en un lugar radicalmente opuesto, inmediatamente entiendo que se encuentran compartiendo algo. Es así como “en las antípodas”, una locución negativa, que refiere lejanía extrema de cualquier tipo, tiene unas connotaciones de lo más pizpiretas.

Antípodas es hoy, a buen seguro, el mayor imán de adversativas que tiene nuestro lenguaje: curioso tratándose ella misma de una locución de ese tipo. Es muy difícil encontrar en el discurso un “antípodas” sin nada alrededor que lo matice. Por ejemplo: “Yo estoy en las antípodas de fulano, y es mejor para todos que se muera”. No. La palabra ha encontrado su destino como resumen habitual de eso tan clásico de expresar las diferencias antes o después de los acuerdos, como una especie de denominación de origen. Su uso revela cobardía (se coincide en algo con alguien, pero hay que hacer constar la enorme distancia entre los dos como medida de prevención) y dignidad (sirve para explicarle al mundo que se puede pensar muy diferente de alguien, sin que eso impida que se coincida en otras cosas: no existe la impugnación total). Aquí, para no iniciados, me obligo a distinguir entre ciudadanos, públicos o no, y nazis y basura ideológica afín con la que no existe acuerdo ni desacuerdo, solo violento rechazo sin atender a sus gustos.

El discurso sobre Cataluña siempre ha sido un discurso rico en adversativas: en eso no se diferencia de cualquier otro. Nuestros debates son habitualmente generosos en solicitar vendas antes de tener ninguna herida, además de cuidar mucho el qué dirán, algo perfectamente capaz de hundir un partido. Pero ahora mismo, además de eso, hay una barra libre de “antípodas”, un festival al que acude gente que está en las antípodas unas de otras y necesitan expresarlo antes de ponerse a brindar. Se produce así un resultado sorprendente: estar en las antípodas es bueno. Si alguien te lo dice es porque ha cogido un vuelo para darte un abrazo por una causa que compartís y que conviene publicitar: cómo será de grande la causa que nosotros, que nos odiamos, nos queremos. Pronto se dirá: “Quedé con fulano, que está en mis antípodas” del mismo modo que se han formado coaliciones políticas por la misma razón: estar en las antípodas.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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