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Columna
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Donald Trump en el Far West

El presidente viola la regla de oro de la democracia: la separación de poderes

Sami Naïr
Donald Trump atiende a los medios junto a la primera dama antes de subir al helicóptero "Marine One" este viernes.
Donald Trump atiende a los medios junto a la primera dama antes de subir al helicóptero "Marine One" este viernes.SHAWN THEW (EFE)

Por primera vez en décadas, el presidente de la potencia más importante del planeta, que tiene en sus manos el mando de un arsenal terrorífico de destrucción masiva, aparece, tanto en el conflicto con Corea del Norte como frente al terrorismo, determinado a usarlo para hacer gala del poder de su país. Incluso durante la Guerra Fría, ningún responsable político norteamericano se atrevió expresamente a pronunciar las amenazas que Donald Trump vierte hoy en día a través de sus tuits. El atentado del 31 de octubre en Manhattan ha sido esta vez la ocasión para hacer subir a un nivel extremo la verborrea reactiva de Trump. Declara, en uno de sus últimos tuits, que el terrorista uzbeko Sayfullo Saipov “debería ser condenado a muerte”. En su boca, esta frase no es un grito de rabia, es todo un programa político que demuestra, por lo menos, tres características principales.

Primero, una concepción variable de la seguridad, pues no se considera un problema político dejar libre la venta de armas, una tradición cuyas consecuencias se visibilizan, por ejemplo, a través de los 58 muertos de finales de septiembre en Las Vegas; tampoco representan un peligro político las milicias privadas que, en la frontera con México, disparan y matan a quemarropa a los inmigrantes latino-americanos indocumentados; y, menos aún, cuando, en 2003, EE UU destruye Irak de forma contraria a la legalidad internacional, provocando, como reacción, el auge del islamismo terrorista de hoy: en todos estos ataques, EE UU no tiene, por supuesto, ninguna responsabilidad… Solo es un insoportable problema político de seguridad cuando unos locos, vinculados a la inmigración, cometen atentados en EE UU. Entonces ¡hay que combatirlos con la pistola!, grita el vaquero de Washington. Aplicamos el derecho a nuestro antojo…

Los atentados terroristas son, por supuesto, una lacra humana y, entre otras razones, resultan de la política mundial iniciada por EE UU hace 30 años, basada en la exportación del caos en Oriente Próximo. Se requiere, para combatir este terrorismo, una estrategia mundial que debe cortarle las raíces, es decir, favorecer el desarrollo económico y social, apoyar a las fuerzas democráticas que buscan construir Estados de derecho en esta región, condenar a regímenes feudales árabes financiadores del terrorismo y emisores de un integrismo religioso culturalmente criminal (Arabia Saudí); hacer de la justicia el paradigma de las relaciones internacionales. En cambio, Trump echa leña sobre el fuego.

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En segundo lugar, el presidente toma claramente posición a favor de la pena de muerte, tal vez, como tratamiento punitivo estándar para esta clase de crímenes. Cabría comprobar, en este caso, si se va a convertir en posición oficial del país, porque, con este mandatario, lo peor es siempre posible…

Y tercero, Trump viola la regla de oro de la democracia: la separación de poderes. Es función de los tribunales de justicia decidir la pena a imponer, y no la del presidente del poder ejecutivo. La democracia no es el Far West.

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Sobre la firma

Sami Naïr
Es politólogo, especialista en geopolítica y migraciones. Autor de varios libros en castellano: La inmigración explicada a mi hija (2000), El imperio frente a la diversidad (2005), Y vendrán. Las migraciones en tiempos hostiles (2006), Europa mestiza (2012), Refugiados (2016) y Acompañando a Simone de Beauvoir: Mujeres, hombres, igualdad (2019).

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