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Columna
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La tregua electoral

Los independentistas apuestan por el 21-D no por supervivencia, sino como posibilidad de relegitimarse

Josep Ramoneda
Manifestación convocada en Barcelona por la Taula per la Democracia pidiendo la libertad de Jordi Sánchez y Jordi Cuixart.
Manifestación convocada en Barcelona por la Taula per la Democracia pidiendo la libertad de Jordi Sánchez y Jordi Cuixart.Cristobal Castro (EL PAÍS)

Que con la convocatoria electoral —aunque haya sido con el artículo 155 mediando— ha cambiado el clima en Cataluña es una obviedad. Las elecciones ocupan el primer plano, en la información y en el debate político, relegando la efímera república al olvido, mientras la figura de Puigdemont, que el jueves 26 quebró en un mar de vacilaciones, se va desdibujando en una fuga sin norte.

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El independentismo ha aceptado el envite electoral, en un marco muy distinto del soñado, que, en palabras de Junqueras, “en los próximos días obligará a tomar decisiones que no siempre serán fáciles de entender”. Es decir, entramos en una tregua electoral, que sólo las actuaciones judiciales podrían enturbiar. Pero forma parte del pensamiento ilusorio creer que de ellas saldrá la derrota definitiva del soberanismo.

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Pueden ocurrir tres escenarios: que el bloque independentista renueve mayoría parlamentaria. De hecho, si apuesta por el 21-D no es sólo por supervivencia, es porque las ve como una posibilidad de relegitimarse, en unas elecciones que se pueden interpretar como la aceptación por parte de Rajoy de que el problema se dirima en las urnas. De algún modo, volveríamos al punto de partida, pero después de una catarsis que debería servir para regresar a la política. Sería delirante entrar en una espiral de alternancia entre elecciones y artículo 155 hasta que salga un resultado aceptable para el Gobierno.

Que el bloque constitucionalista obtenga la mayoría para gobernar. Es lo que espera el Gobierno, especulando con la fatiga, el miedo y el diferencial de participación entre las autonómicas y las generales (aunque las elecciones de 2015 no avalan este razonamiento). Pero un Gobierno PP- Ciudadanos-PSC no sería fácil de consensuar y de hecho seguiríamos de lleno en la lógica frentista, que garantiza, eso sí, la continuidad del régimen del 78.

La tercera hipótesis, quizás la más probable, es que los comunes se queden con la llave de la mayoría. Evidentemente, no apoyarían nunca un Gobierno en el que estuvieran el PP y Ciudadanos. Tampoco asumirían el programa de máximos del soberanismo. Con lo cual se dibujarían dos opciones, un Gobierno de izquierdas con Esquerra y quizás el PSC (con el PDeCAT volviendo a su espacio ideológico natural) o un Gobierno de frente amplio que incluyera al soberanismo y los comunes, con la independencia en la nevera. Con lo que probablemente la crisis del régimen del 78 volvería a adquirir protagonismo.

Cualquiera de estas variantes conduce a la misma moraleja: estamos en una tregua electoral y el que la confunda con el fin del soberanismo se equivoca. El día 21 de diciembre, un gran número de catalanes seguirá votándole. El problema requiere política y reconocimiento mutuo, que es lo que niega la dinámica frentista. Rajoy ha ganado dos meses, pero en política los milagros no abundan.

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