Querido primer ministro
Mandatarios que hablan de nosotros
Hoy me ha dado por pensar en qué me fijo cuando descubro a un político nuevo. Y he lamentado no ser canadiense.
La primera vez que vi a un indio sij fue desde la azotea de un hostal de Paharganj. Yo andaba amoldándome a Nueva Delhi, compartía habitación con una francesa y nos reunimos unos cuantos para decidir dónde almorzar ese día. La calle hervía de gente, animales y vehículos de todo tipo. Y de repente, en el edificio de enfrente lo vi. Un hombre se desenrollaba un turbante gigante de la cabeza. Debajo, una redecilla recogiendo todo el pelo, mucho pelo. Barba y bigote desmesurados pero mínimamente recortados. La piel aceituna. El pelo larguísimo. Me aislé para disfrutar de la escena como quien se sienta delante de la pantalla de cine. El hombre estaba en la azotea de enfrente, desnudo de cintura para arriba, con un balde lleno de agua a los pies y junto a una mesa con los jabones y aceites con los que procedió a acicalarse. Aseó pecho, axilas y cuello, después lavó bien su pelo y finalmente la barba. Con deleite y paciencia. Peinó su desmelene, primero la barba con un peine de madera con las cerdas muy juntas y después su larga cabellera con otro cepillo del que solo distinguí que era de color más claro.
Mi primer sij fue todo un espectáculo. Me dejó sin respiración sin ni siquiera tocarme.
Evocó un sexo que ni siquiera se me había cruzado y provocó una excitación que desearían muchos. Me pareció un Sandokan entregado a una causa que desconocía pero que implicaba desnudarse delante de mí. Uno de los que estaban en la azotea, un francés que compraba charras en Parvati Valley y lo vendía en Goa, fue el único que se dio cuenta de lo que aquel hombre me había provocado."Vuelve el domingo que viene; repetirá". Sabía que el encanto había hecho efecto. Y yo aprendí que los sijs se asean exhibiéndose como un pavo real.
Tecleen en cualquier buscador el siguiente nombre: Jagmeet Singh. Con que pongan sij y Canadá, será el primero que aparezca, tranquilos. Este pedazo de tío que ilustra este artículo es el representante político de la izquierda en Canadá y, permítanme que lo diga, el segundo sij que se me he cruzado en la vida, trayendo consigo todo lo que me evocó el primero. Es uno de esos políticos de los que podría sentirme muy orgullosa. Abogado criminalista, defensor absoluto de los derechos de la mujer y la comunidad LGTBI, se parte la cara por las mejoras salariales, educativas y sanitarias y apuesta por despenalizar algunas drogas. Este es el que quiere medirse con Justin Trudeau, del que estoy enamorada hace mucho. La misma noche que Donald Trump ganó las elecciones en Estados Unidos, la página web de inmigración del gobierno de Canadá se colapsó. Seguro que más de uno se comparó con su recién elegido presidente e implosionó. Al fin y al cabo, nuestros representantes políticos dicen mucho del país al que representan. Los elegimos los ciudadanos; no llegaron por ciencia infusa a ocupar sus cargos.
Canadá apuesta por el respeto y la diversidad sexual
Por un lado Justin Trudeau y por otro Jagmeet Singh representan lo que quieren y son los canadienses. La defensa de los derechos LGTBI es prácticamente incontestable desde que Canadá aprobara el matrimonio entre personas del mismo sexo, en julio de 2005. Todo el país es un ejemplo multicultural. Se nutre constantemente. Canadá ha puesto en evidencia a todos los demás países, incluyendo, al nuestro, con sus políticas migratorias. Gustan de aprender lo que sea menester y lo que es mejor, de cualquiera. Se defiende y practica el respeto por la sexualidad desde todos los frentes, incluyendo una de las mejores educaciones sexuales que se conoce. A los jóvenes canadienses se les enseña en el colegio el aparato reproductor, pero también las diferentes orientaciones sexuales, la necesidad de que haya consentimiento de todos los implicados en cualquier relación sexual y la manera de protegerse de los embarazos no deseados y posibles infecciones. Igualito que en España.
La diversidad sexual y el respeto son importantes para los gobernantes canadienses y por lo tanto, también para sus ciudadanos. Canadá reconoce el género neutro desde desde este mismo año. Un hombre transexual ha conseguido que su bebé no aparezca ni como masculino ni como femenino en su tarjeta sanitaria, a la espera de que él mismo se identifique como lo que sea. Algo inimaginable para las personas intersexuales del resto del planeta. Canadá también tiene su controversia en el terreno sexual: Las leyes canadienses permiten el sexo con animales siempre y cuando no haya penetración. Esta última ley indignó a muchos colectivos animalistas, pero el Tribunal Supremo canadiese no consideró maltrato que un hombre se untara de mantequilla sus genitales y dejara que sus perros lo lamieran. No se lleven las manos a la cabeza: En Dinamarca hasta 2015 no se prohibió el sexo con animales después de que el país fuera considerado destino turístico sexual zoofílico. Y cuando se aprobó esta ley, solo se consiguió por dieciséis votos de diferencia...
Quizás ya va siendo hora de que asumamos a quiénes elegimos y reconozcamos cuánto nos parecemos a ellos. Y admitamos que las comparaciones son odiosas.
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