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MIRADOR
Columna
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Lija

Frente a la libertad personal siempre se alza la sinrazón delineada por el absurdo político

David Trueba
Serguéi Dovlátov y Yelena Dovlatova en la sede del periódico 'Svoboda' en Jersey City en 1980.
Serguéi Dovlátov y Yelena Dovlatova en la sede del periódico 'Svoboda' en Jersey City en 1980.Mark Serman

Creo que muy pocos escritores han sabido como Serguéi Dovlátov explicar la infinita crueldad de los regímenes totalitarios contra el espíritu libre de un artista. Sus crónicas personales, más bien libros de apuntes, están llenas de la miserable retórica de los comisarios soviéticos para frenar una publicación, un modo de expresión, una palabra que se salga de la norma establecida. Conviene repasar sus libros recién publicados en castellano, Oficio y Retiro, para embridar las tentaciones idealistas y reconocer que frente a la libertad personal siempre se alza la sinrazón delineada por el absurdo político, donde la clave es negarle a alguien la palabra y además justificarlo en aras del sentimiento popular, la creación del hombre nuevo, la protegida ignorancia de los otros.

Cuenta en un momento Dovlátov la peripecia de un operario que escribió al responsable de su fábrica en Moscú para recordarle que aún no le habían adjudicado una vivienda. Harto de la falta de respuesta, le escribe su reclamación en el reverso de un trozo de papel de lija. El jefe le llama al despacho y le pregunta que por qué le ha escrito la petición en papel de lija, y el operario le explica que de ese modo no podrá limpiarse el culo con su carta como lleva haciendo todo este tiempo con las otras que le envía. Es imposible no pensar ante una anécdota así que nuestros artículos están condenados a escribirse en un soporte que ya no araña, que ya no tiene efecto real sobre el poder, que nunca logra hacer cambiar un parecer o una marcha.

En la escalada política del independentismo catalán hace mucho tiempo que las llamadas a la humildad y al esfuerzo por encontrar concordia recibían la mofa. A cuenta de la ilusión de unos y las emociones de otros, solo cabía alimentar el agravio para que el remedio final fuera, indefectiblemente, la pedrada. El día de septiembre en que los miembros del Govern firmaron en una sala del Parlament la nueva ley que les permitía caminar en paralelo a las leyes anteriormente existentes, varios de los consejeros sacaron sus móviles para fotografiarse sonrientes unos a otros. Esa actitud tan frívola delataba una atracción por la puesta en escena más que por la esencia. Hacerse la autofoto de paso por el momento histórico se asimilaba con el turista que se retrata asomando la cabeza por una figura histórica de cartón. Cumplida la foto, los ciudadanos ya podemos pudrirnos en el desamparo, el enfrentamiento y el abandono. A uno le gustaría a veces poder escribir en el reverso de un papel de lija.

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