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Columna
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El vacío siempre se llena

La China de Xi Jinping rellenará el hueco global desocupado por Donald Trump

Francisco G. Basterra
El presidente de China, Xi Jinping.
El presidente de China, Xi Jinping.JASON LEE (REUTERS)

Los vacíos siempre se llenan: ocurrió tras la decadencia del imperio español, en el que no se ponía el sol, y más tarde con el ocaso del imperio británico para dar paso a la marcha imperial de Estados Unidos, que convirtió el siglo XX en la centuria americana. La consolidación del emperador Xi Jinping tras el Congreso del Partido Comunista en Pekín, consagrado constitucionalmente como el núcleo central de China, a la altura de Mao, es una poderosa señal del giro del orden internacional. Cambio propiciado por el vacío originado por la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca decretando un repliegue de la todavía primera superpotencia, y una política errática sin brújula internacional que desconcierta a los aliados tradicionales de Washington.

La tendencia de un mundo que pivota hacia Asia tras un siglo largo americano es confirmada por el reforzamiento del poder de Xi, tan obvio que ni siquiera ha considerado necesario señalar a su sucesor. El tiempo en China tiene una medida diferente, y es posible que Xi, a quien algunos medios llaman ya el líder más poderoso del siglo XXI, prolongue su liderazgo más allá de 2022, la década establecida.

Coincidiendo con la llegada de Trump a la presidencia, Xi no tardó en presentarse como el campeón de las energías limpias y el más firme defensor del libre comercio. Cumplidor de los acuerdos internacionales que el extravagante presidente de EE UU comenzaba a triturar. Además de aparecer como apóstol de la paz, en un mundo incierto y amedrentado, en el que la democracia está siendo desbordada por movimientos populistas y nacionalistas que reclaman la superioridad del pueblo en la calle sobre la ley y la propia democracia. China, en una suerte de mundo al revés, emergería así como una superpotencia capitalista, eso sí, de partido único y sin libertades.

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Xi promete ir despacio y no buscar la hegemonía y, a diferencia de Vladímir Putin, como recuerda The Economist, no es un enredador en la escena internacional. Con esta tarjeta de visita no sorprende que el Occidente liberal solo emita, de cuando en cuando, tímidas protestas por el aplastamiento de los derechos humanos en China, la falta de libertad de expresión, la ausencia de pluralismo político o la férrea censura de Internet, elementos esenciales de China. Xi cierra cualquier resquicio conducente a un cambio democrático, ya sea un suicidio a lo Gorbachov, o el modelo Singapur, o cualquier otra fórmula de una China futura sin el liderazgo aplastante del Partido Comunista. Abandonemos toda esperanza.

Xi afirma: “Cuarenta años de reformas y apertura han hecho posible que nuestro pueblo lleve una vida decente e incluso confortable”. Es cierto. Acumula una extraordinaria concentración del poder que impulsará el sueño chino que persigue convertir a China en gran potencia en 2035, y asentarla como poder global capaz de superar a EE UU a mitad de siglo. Con una clase media próspera, un Ejército poderoso, un medio ambiente limpio, con unos Estados Unidos encallados en el mundo tras la llegada de Trump a la presidencia, Xi busca volver a hacer a China grande.

fgbasterra@gmail.com

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