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MIRADOR
Columna
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Objetividad

Cuando la subjetividad desborda a la realidad ésta se vuelve surrealista

Julio Llamazares
Desalojo de la Policía Nacional y retirada de urnas en un instituto de Barcelona el 1 de octubre.
Desalojo de la Policía Nacional y retirada de urnas en un instituto de Barcelona el 1 de octubre.Samuel Sánchez

Contaba Luis Buñuel en sus memorias (Mi último suspiro, DeBolsillo Ediciones) que descubrió el surrealismo y la objetividad a la vez en su juventud al leer en un periódico anarquista la noticia de la agresión a un cura por parte de unos huelguistas: “En la tarde de ayer caminaban tranquilamente por la Gran Vía de Madrid unos doscientos obreros cuando vieron venir en dirección contraria a un sacerdote. Ante tal provocación…”.

Muchas veces he recordado estos días la anécdota que cuenta Buñuel escuchando y leyendo las noticias que llegan de Cataluña y cómo las cuentan unos y otros. Que la objetividad no existe lo sabemos todos, pero que el surrealismo sí también lo sabemos y estos días podemos comprobar, como Luis Buñuel, que cuando la subjetividad desborda la realidad esta se vuelve surrealista. A partir de ahí cualquier discusión se vuelve infinita, que es lo que está sucediendo en Cataluña y España desde hace tiempo, con la provocación en boca de todos como justificación para desautorizar al otro. Que uno dice que el Gobierno catalán se situó fuera de la ley, el otro dirá que fue por culpa de la Policía y la Guardia Civil, aunque la ilegalidad fuera anterior a la intervención de estas. Que uno argumenta que el presidente Rajoy no hizo nada en cinco años para intentar resolver el problema políticamente, el otro dirá que fue porque los catalanes le provocaron con sus manifestaciones independentistas por más que al principio fueran solo eso: manifestaciones. Así que la provocación del otro justifica la reacción legal o ilegal del contrario y entre todos la espiral aumenta. Si no se ha llegado ya al enfrentamiento civil es porque el miedo (y el recuerdo de tiempos no lejanos) nos atenaza a todos.

Que la provocación del otro se esgrima como justificación de la propia conducta no es nuevo. Ejemplos hay por millones, pero ahora yo recuerdo, sin salir de Cataluña, el de aquel presidente del Fútbol Club Barcelona que justificó así que un aficionado lanzara una cabeza de cochinillo al futbolista Figo —que había dejado su equipo por el Real Madrid— cuando iba a lanzar un córner: “Figo nos provocó”. Juan José Millás, en este periódico, llevaba la anécdota a su terreno, que es el del surrealismo buñuelesco, en una de sus columnas de entonces: “Imagino a ese aficionado cogiendo de la nevera al salir de casa la cabeza de cochinillo que esperaba a ser cocinada diciéndole a su mujer: ‘Me llevo esto, no vaya a ser que Figo nos provoque…”.

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Para desgracia de Cataluña y España, hoy ambas están llenas de personas que se consideran provocadas incluso antes de que las otras abran la boca y así es imposible hablar.

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