_
_
_
_
COLUMNA
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Infantilismo, victimismo… nacionalismo

El independentismo ha recorrido el 'procés' embistiendo al Estado a su antojo como si tuvieran una legitimidad ilimitada

Puigdemont charla con Lluís Corominas en el Parlament este viernes. Vídeo: Puigdemont descarta convocar elecciones.Vídeo: Albert Gea (Reuters) / EPV
Teodoro León Gross

Días atrás, entre el caudal de grandes titulares impactantes del procés, se publicó un episodio delicioso: Jordi Sánchez, el líder de la ANC, solicitaba un traslado de módulo en la cárcel porque un preso le había gritado “¡Viva España!”. La anécdota, elevada a categoría como proponía d’Ors, es de una potencia muy reveladora. Este Jordi Sánchez es el mismo tipo que se encargó de organizar el aquelarre del 26-A para convertir la manifestación contra el terror yihadista en una encerrona bárbara contra el Rey y Rajoy, cercados por tipos malencarados con pancartas insidiosas; sí, el mismo líder de masas sin escrúpulos de los altercados del 20, siempre dispuestos a practicar o justificar ofensas a los símbolos de España –desde quemar banderas a pitar el himno en los estadios– como acto sagrado de libertad de expresión… Y resulta que ese agitador se arrugó afligido por un ¡Viva España! Qué cosas, no por un grito brutal contra Cataluña, sino por un modesto Viva España. Toda una alegoría del fariseísmo moral nacionalista: puño de hierro, mandíbula de cristal.

Más información
Pleno extraordinario del Senado
Declaración de independencia y artículo 155, últimas noticias

El independentismo ha recorrido el procés hasta la declaración de independencia este viernes embistiendo al Estado a su antojo como si tuvieran una legitimidad ilimitada. Y, eso sí, rasgándose las vestiduras a cada respuesta del Estado. Se trata de una expresión, muy característica en el nacionalismo, de ‘la tentación de la inocencia’ de Pascal Bruckner, ese infantilismo social consistente en disfrutar de todos los beneficios de la libertad sin sufrir ninguna de sus desventajas. Y por supuesto sin asumir ninguna responsabilidad. Los indepes actúan como si desafiar al Estado de derecho debiera ser gratis total, avalados por el tongo del 1-O o ficciones como su anexión en 1714. Están convirtiendo en real la vieja coña de Francesc Pujol de que llegaría un tiempo en que los catalanes, por ser catalanes, podrían ir por el mundo con todo pagado. “Se quiere humillar a Cataluña” claman si se reacciona. Dan un golpe, pero denuncian que sufren ellos el golpe con el 155. "El mundo está loco cuando un líder electo que exige el cumplimiento de una constitución democrática es acusado de dar un golpe de estado, pero eso es lo ocurrido en Cataluña este mes", editorializaba esta semana WSJ.

Los indepes actúan como si desafiar al Estado de derecho debiera ser gratis total

Las mentiras secesionistas son insostenibles –desde el derecho a decidir o la permanencia en la UE hasta multiplicar la recaudación aunque huyen cientos de empresas– pero es fácil construir el relato de la culpa de España, incluso aferrase al franquismo y vender “un golpe de Estado del nacionalismo español”. Y percuten las falacias ventajistas: usar el 155 como causa para vulnerar la legalidad, no como consecuencia de vulnerar la legalidad. Pero en definitiva el victimismo es el combustible del nacionalismo, como advertía Tzvetan Todorov en Los abusos de la memoria. Todo es culpa de los otros. Y así se legitiman desde el Espanya ens roba a las cargas policiales, bautizadas impúdicamente Bloody Sunday por la señora Puigdemont. Esto ha sido de locos. El procés, en fin, sin duda va a hacer Historia: será estudiado en universidades de todo el mundo como una delirante excrecencia del viejo nacionalismo en la próspera Europa democrática del siglo XXI, un caso de enajenación colectiva.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Teodoro León Gross
Málaga, 1966. Columnista en El País desde 2017, también Joly, antes El Mundo y Vocento; comentarista en Cadena SER; director de Mesa de Análisis en Canal Sur. Profesor Titular de Comunicación (UMA), licenciado en Filología, doctor en Periodismo. Libros como El artículo de opinión o El periodismo débil... Investigador en el sistema de medios.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_