Limpiar la propia casa
La novela del argentino Pedro Mairal, 'La Uruguaya', repasa la vida de su protagonista mientras este recorre su ciudad. Doblando esquinas, evoca su recorrido vital y se detiene en algunas decisiones que parecen pequeñas y resultan determinantes
“Y yo después me había dado el lujo de hacerme el descarriado, el artista sin empuje empresarial, el bohemio. Era un lujo más. El hijo sensible de la alta burguesía. Pero el precio de mi bohemia se empezaba a pagar ahora. Era a largo plazo. Un resbalar gradual: un cambio de barrio sutilmente justificado, el hijo que no conocería la nieve, ni Europa, ni Disney y habría que cambiarlo de colegio cuando la cuota se volviera inaccesible. El día de mañana lo iban a ningunear en sus primeros trabajos, pertenecería, pero no, estaría semi-invitado, siempre de vacaciones en piletas ajenas y heredando el auto destartalado que debería seguir andando. Yo a los veinticinco tuve que aprender a limpiar mi propia casa, pasar la aspiradora, lavar los baños con Cif, meter ropa a lavar, colgarla, cocinar dos veces al día, lavar los platos antes de irme a dormir. Vivir mi vida. ¿Eso había sido bueno o malo?”.
“Si no podés con la vida, probá con la vidita. Se me había vuelto todo demasiado complejo. Me quedaba grande toda esa vida que habíamos levantado juntos (---) Ahora tengo un pizarrón en la cocina y me hago listas de temas pendientes, pero no me atormentan. Tus listas me perseguían. Y supongo que mis listas invisibles te perseguían a vos. Mis listas tácitas, mis demandas cambiantes. Asimilé de vos las listas visibles y me organizo bastante bien porque son listas propias. Ya no siento como ajenos esos temas por resolver”.
“Seguí por Córdoba, pasé los bares de putas con cortinas misteriosas, las Galerías Pacífico, donde te compré hace seis años ese vestido bahiano que te quedaba tan lindo cuando estabas con la gran panza. Crucé la 9 de Julio y, como siempre, me dieron ganas de tomarme una lancha para que me cruce al otro lado. No sé exactamente cuándo demolieron para hacer la avenida esa cuadra que estaba ahí, materia, que todavía se siente. Ahora quedó un espacio que es mucho más que una cuadra. Es una nada que hay que atravesar y agota al más valiente. Seguí frente a plaza Lavalle, el Teatro Cervantes, cuadras feas, frías, sin referencias personales, hasta el cíber antes de Callao donde hacía las fotocopias para mis clases en la facultad. El McDonald’s, la boca del subte. Pensé en bajar y saltar el molinete. Me sentía muy mal. Todo me parecía imposible. Salvo seguir caminando, cayéndome hacia delante a cada paso, como dice Herzog cuando cuenta su travesía a pie desde Múnich a París”.
La uruguaya, de Pedro Mairal, está publicada por libros del Asteroide. No puedo evitarlo. Pienso con mucha frecuencia que si muchos arquitectos se dejaran llevar más por lo que leen que por lo que ven, y al revés, si muchos ciudadanos se fijaran más en su ciudad o en su vivienda que en sus zapatos o sus camisetas, tendríamos una escala más ajustada. Menos egocéntrica.
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