Vencer al independentismo
Solo hay un camino es realista: convocar elecciones. Pero es determinante saber quién las convocará
Cataluña vive en estos momentos en el cénit de la tensión y la crispación políticas. El cruce de cartas entre los presidentes Rajoy y Puigdemont, la prisión incondicional sin fianza de Sànchez y Cuixart y las presiones efectuadas por todas las fuerzas del espectro político catalán y español, sumen a los catalanes en su hora más delicada. La apuesta por una hipotética vía insurreccional de algunos sectores independentistas y la eventual aplicación del 155, conforman un panorama desolador. Más allá del peligro al que deben hacer frente las instituciones de autogobierno catalanas, muchísimos conciudadanos expresan ya sin disimulo, el temor que tal situación les provoca. Sectores importantes del país sienten literalmente miedo por tres razones: la primera, por el grado extremo de confrontación política; la segunda, por la tendencia, cada vez más acentuada, al empobrecimiento económico del país; y la tercera, por los posibles brotes de violencia que serían difíciles de controlar. Los radicales pretenden obtener en la calle, lo que no han conseguido por el cauce político.
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Con el 155 o sin él, con más o menos intensidad en la aplicación del artículo constitucional, solo un camino es realista: la convocatoria de elecciones. Es determinante saber quién las convocará, Puigdemont o el Gobierno Rajoy. Y urge conocer cuándo pueden ser celebradas. Los tempos políticos son distintos para unos y otros. Es indiscutible, no obstante, que las elecciones serán finalmente convocadas. No hay otra forma democrática alternativa, de saber qué piensan hoy los catalanes y qué rumbo desean fijar, para resolver la caótica situación en la que se abisma el país. A mi juicio, la disolución del Parlament catalán y el anuncio de próximas elecciones que hiciera Puigdemont en las próximas horas, podría serenar el durísimo clima político en el que vivimos. El Gobierno catalán ha repetido hasta la saciedad que se trataba de que los ciudadanos votasen para expresar su apoyo, o no, a la independencia. Se deberá admitir que el 1 de octubre no sirvió para tal propósito. No me extenderé al respecto, bastará con señalar la inexistencia de plenas garantías en la celebración del 1-O. Pues bien, tomémosle la palabra. Votemos. No es solo nuestro derecho, es nuestra obligación.
En este contexto de inmediato futuro, deviene decisivo vencer políticamente al independentismo. No solo es legítimo, es imprescindible. Si el resultado electoral configura dos bloques políticos antagónicos, enfrentados, radicalizados, sin puentes tendidos entre ambos, habremos salido de las brasas para caer en el fuego. Vencer al soberanismo implica que el catalanismo de centro, liberal y humanista, no independentista, ha de poder disputar el voto de cientos de miles de catalanes, que jamás votarán, ni por el PP ni por C's. Aquéllos que, tampoco lo harán por las fuerzas separatistas ni concederán su voto a los socialistas o a la izquierda radical. No se trata, obviamente, de ganar las elecciones. No hay tiempo suficiente para ello. Se requiere que el catalanismo dispute una fracción decisiva del electorado que tradicionalmente ha votado por las fuerzas de centro. De esa necesidad se viene hablando desde hace meses. Algunos incluso hemos apostado nuestro modesto capital político en la configuración de un partido, que defienda los principios del catalanismo puestos al día para la segunda década del siglo XXI. Un partido que pueda extraer enseñanzas de todos estos años de procés. Un partido que disponga de un balance claro, definitivo, del nacionalismo y que haya aprendido la lección.
Los votos arrancados al soberanismo pueden impedir su mayoría absoluta y la geometría del Parlament variaría notablemente
Lo hemos hecho con la profunda convicción de que la sociedad catalana no ha mutado genéticamente en términos políticos. Solo padece una grave inflamación de la que se puede recuperar con el tratamiento adecuado. Nadie puede apostar hoy por el éxito de esta iniciativa, pero muchos deberían reconocer que ese es el único camino para vencer al independentismo. Los votos arrancados al soberanismo pueden impedir su mayoría absoluta. La geometría del Parlament variaría notablemente. Se debe inaugurar una nueva etapa que conduzca el país a la prosperidad.
En Cataluña caben todas las opciones políticas. Nadie sobra, pero unas son perjudiciales y las otras deberían probar que son beneficiosas. Esta es una tarea, fundamentalmente, de catalanes y catalanas, pero no exclusivamente. Nada de lo que suceda en Cataluña, le es ajeno a España. Entendimos esto bien en las últimas décadas del siglo pasado. Estos valores deben seguir vigentes. Son la clave de nuestro bienestar, la llave de un futuro compartido. Y hay que defenderlos, en general, y mañana electoralmente. Aún estamos a tiempo, si es que ustedes no deciden lo contrario.
Antoni Fernández Teixidó fue diputado por CiU (1999-2015) y preside del nuevo partido Lliure.
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