Madrid
Las circunstancias parecen haber impuesto un nuevo uso del nombre de mi ciudad
Es una villa que nunca ha llegado a ostentar el título de ciudad aunque, contando con su área metropolitana, en ella vivimos 6,5 millones de personas. Algunas hemos nacido allí y no somos de ningún otro lugar. La mayoría tiene orígenes muy diversos, aunque no se distinguen del resto porque nosotros no usamos palabras como maketo o charnego. Como en cualquier otra urbe de su tamaño, en Madrid convive gente de todas las ideologías, que piensa de todas las maneras y vota a todos los partidos. En la actualidad, su Ayuntamiento es de izquierdas mientras que en la Comunidad gobierna la derecha, porque el porcentaje mínimo para obtener representación parlamentaria es del 5% y no del 3%, como en origen, desde que el PP lo cambió para perpetuarse en el poder. De lo contrario, allí también gobernaría la izquierda. Entre los líderes políticos actuales, sólo hay dos madrileños. Son Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Ustedes se preguntarán por qué les cuento todo esto, si lo saben de sobra. Se lo cuento porque, durante toda mi vida, he pagado un precio por ser de Madrid, que consiste en que, de entrada, me tomen por lo último que soy, una facha. A eso ya estoy acostumbrada pero, recientemente, las circunstancias parecen haber impuesto un nuevo uso del nombre de mi ciudad, que se ha convertido en sinónimo de Gobierno de España e, incluso, de Estado español. Por eso, aprovechando el momento de descanso que nos ha regalado la partida de ping-pong semántico a la que están jugando Rajoy y Puigdemont, me atrevo a solicitar, en aras de la objetividad, del derecho a la defensa de la propia identidad y del respeto al hecho diferencial, que nos devuelvan Madrid a los madrileños y empiecen a llamar a cada cosa por su nombre. Muchas gracias.
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