Hay que
Se asoma uno a la ventana, a las radios, a la televisión, a los periódicos, a los discursos políticos o filosóficos, se asoma uno al Parlamento, a la calle
Cuando una familia se instala en el “hay que”, mal asunto. Hay que comprar comida para el gato, hay que poner el lavavajillas, hay que planchar la ropa, hay que limpiar el baño, hay que acercarse al contenedor de vidrio y de cartón, hay que hacer los papeles del IVA y llevar al abuelo al médico… Vivimos enrocados en el “hay que”, pero nadie se levanta del sofá para coger al toro por los cuernos. Hay que subir ya los salarios, hay que devolver la capacidad adquisitiva a las clases medias, hay que aumentar el número de contratos indefinidos, hay que trabajar por la paz social, hay que volver al diálogo, hay que restaurar el orden constitucional, hay que construir un sistema impositivo más justo, hay que evitar que a Isabel Coixet la llamen fascista cuando saca a pasear al perro y que Serrat vuelva a exiliarse, hay que impedir que acosen a los hijos de los guardias civiles en el cole, hay que controlar el endeudamiento familiar, hay que detener la fractura social en marcha, hay que sentar las bases para...
Se asoma uno a la ventana, a las radios, a la televisión, a los periódicos, a los discursos políticos o filosóficos, se asoma uno al Parlamento, a la calle, se asoma uno a sí mismo y a la vida cotidiana de este pobre pueblo y escucha un atronador ¡HAY QUE! Hay que aplicar el 155, hay que evitar escenas como las del domingo último, hay que tapar la boca a Rafael Hernando. Coexisten los “hay que” de derechas con los de izquierda, y estos dos, a su vez, con los de centro, y con los “hay que” perplejos y asustados, y con los “hay que” de jóvenes y viejos, y con los “hay que” buenistas y agresivos. Todo el mundo tiene un “hay que” como todo el mundo tiene un culo. En mi casa hay que llevar al tinte la ropa de verano.
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