Cascos azules en la farsa ‘indepe’
Puigdemont se caricaturiza como jefe de Estado, llama a la ayuda internacional y usa un lenguaje prebélico
Queda cada vez menos para que Arnaldo Otegi se ofrezca como "mediador" de la crisis política catalana, no ya reivindicando su proverbial experiencia de forense, sino aspirando al artificio de la "internacionalización del conflicto", más o menos como si Cataluña fuera Irlanda del Norte. O como si resultara necesario apelar a la experiencia diplomática del Vaticano en un litigio tan complejo como la rendición de las FARC o como la segregación de Timor Oriental.
Persigue Carles Puigdemont el aterrizaje de los cascos azules desempeñando tragicómicamente el cargo de jefe del Estado catalán. Y redundando en un lenguaje repleto de trampas y de semántica mendaz concebido desde el chantaje: la declaración unilateral de independencia.
Amenaza con ella el president a medida de una bomba con temporizador, pervirtiendo cualquier propósito de entendimiento y secuestrando la negociación desde las consignas de la CUP y el maximalismo, pero consiguiendo al mismo tiempo despertar la adhesión de entrañables negociadores. Pablo Iglesias se ha ofrecido desde el cinismo, no porque pretenda reanimar su malogrado mesianismo, sino porque desea inculcarnos que el desafío separatista tanto vale la cerrazón de Rajoy. Y que hay que desbloquear el "conflicto" en toda su perversión polisémica,
En efecto, ya a no se trata de hablar, de dialogar, de rectificar, sino de encontrar mediadores a semejanza de un conflicto bilateral que, por lo tanto, implica realidades y responsabilidades simétricas. O interviene Iglesias o interviene la Iglesia, dotando a la crisis el uno y la otra de unas connotaciones prebélicas que evocan con nostalgia los años de plomo en Euskadi.
Puigdemont habla a la BBC pretendiendo que el mundo se sensibilice con el relato del pueblo oprimido. Las escenas de la violencia policial demostrarían la represión, pero sobre todo servirían de coartada al proyecto libertario, encubriéndose al mismo tiempo la desfachatez del pucherazo.
El esfuerzo de Puigdemont consiste en legitimar la Cataluña independiente y en legitimarse como personificación inequívoca de la patria nueva. Se atribuye la representación del pueblo y habla en su nombre —a la misma hora que el Rey por la cadena pública— cuando su papel de condotiero proviene, en realidad, de una carambola parlamentaria. Cabe preguntarse incluso quién coño es Puigdemont, y a quién representa, de dónde proviene su manto púrpura y con qué argumentos democráticos desempeña tantas facultades y tantos poderes. Puigdemont se dirige a la nación como si la nación ya existiera. O como si estuviera a punto de formalizarse.
Para evitarlo, habrían de intervenir los "mediadores" y los "negociadores", extrapolar el "conflicto" a un marco internacional. Y convocar si fuera necesario una conferencia de paz. Y concederle a Otegi el privilegio de presidirla, no necesariamente con el pasamontañas.
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