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Un calvario doméstico

Como cientos de mujeres sin recursos mauritanas, las hermanas Magboula y Sahida Mohamed fueron contratadas como empleadas del hogar en Arabia Saudí y acabaron esclavizadas

Las hermanas Magboula y Sahida Mohamed, en una calle de Nuakchot.
Las hermanas Magboula y Sahida Mohamed, en una calle de Nuakchot.José Naranjo
José Naranjo
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A Magboula Mohamed, de 36 años, todavía le duele. “Tenía muchos sueños, pero todos se han roto”, asegura. Su hermana pequeña Sahida asiente con la cabeza. “Verte convertida en esclava y tener que vivir eso un día tras otro”. Con una semana de diferencia, las hermanas Mohamed viajaron a Arabia Saudí para trabajar como empleadas del hogar. Les prometieron el oro y el moro, un trabajo sencillo y un buen sueldo. Ambas soñaban con regresar a Nuakchot (capital de Mauritania) y emprender algún pequeño negocio, abrir una tienda o quizás invertir en la compra de ganado. Sin embargo, el paraíso se convirtió en infierno. De la noche a la mañana se vieron esclavizadas, enfermas, viviendo en condiciones extremas y sin poder salir del país.

Fue en 2015, poco después del Ramadán. Magboula, casada y con tres hijos, recibía un modesto sueldo como secretaria en una pequeña empresa de informática. Sin embargo, soñaba con algo mejor. Así que cuando unos amigos le hablaron de la posibilidad de ir a Arabia Saudí a trabajar como doméstica no se lo pensó dos veces. “Fui a buscar a una mujer que se movía por Dar Naim, mi barrio”, explica. Aminetou Mint El Moctar, presidenta de la Asociación Mauritana de Mujeres Jefas de Familia (AMFCF), asegura que esa persona no es otra que Mariam la saudí, posteriormente arrestada por la policía.

Los trámites fueron sencillos. “No pagué nada, me llevaron a un dispensario para un examen médico y ellos me hicieron el pasaporte. Al final me enseñaron unos papeles que decían que era un contrato, pero ni lo vi”, recuerda. La promesa era ganar unos 300 euros al mes y que cubrirían todos sus gastos, un caramelo para las miles de mujeres haratin (moras negras) que viven al límite de la supervivencia en los poblados barrios de las afueras de Nuakchot. Una oportunidad de una vida mejor.

El viaje en avión tuvo dos escalas, en Marruecos y Dubai, hasta llegar a Riad, la capital saudí. En el aeropuerto la esperaba un hombre que le quitó el pasaporte y la llevó a la ciudad de Abha, donde comenzó el infierno. “Lavaba la ropa, limpiaba toda la casa, cambiaba las bombonas de gas sin que nadie me ayudara a moverlas, subía y bajaba las escaleras todo el día, cargaba bidones de 40 litros de agua. Era duro”, explica. Luego, por la noche, Magboula dormía sobre un colchón en el suelo en la cocina. “Todo estaba lleno de cucarachas, hacía un calor tremendo y el olor de los productos químicos de limpieza era insoportable”.

Para comunicar con su familia en Nuakchot, su empleadora le había comprado una tarjeta SIM y el crédito se lo iban descontando del sueldo, así que apenas podía usarlo si no quería perderlo todo. A las pocas semanas se había puesto enferma. Pidió tener varias horas de descanso al día o al menos el domingo y le respondieron que es no estaba en el contrato y que si no trabajaba la iban a encerrar. Según Mint El Moctar, que ha acogido a unas 300 mujeres mauritanas que han vivido situaciones similares en países del Golfo, “no podía estar en el contrato porque no existe contrato. Es todo ilegal”.

Cuando vives con los saudíes te hacen sentir que ellos tienen derecho a la vida y tú no Magboula, exempleada doméstica en Arabia Saudí

Pero la enfermedad de Magboula iba en serio. Le costaba respirar y tenía un intenso dolor en el costado. Así que finalmente, la familia decidió venderla a un hombre para tratar de recuperar la inversión realizada. Sin embargo, el agotamiento le impedía seguir trabajando y llegó incluso a desmayarse en la cocina de su nueva casa, así que finalmente su nuevo empleador decidió llevarla al hospital. “Allí me dijo que tenía que pagar si quería ser liberada”, explica Magboula, quien se negó en redondo. “¿De dónde iba a sacar el dinero si no me habían abonado ni un solo mes de salario?”, dice.

El calvario terminó cuatro meses después cuando la familia saudí acabó por ceder y le devolvió el pasaporte. Magboula llamó a su casa, dio instrucciones para que vendieran un pequeño terreno familiar y, con el dinero obtenido, se pagó el billete de vuelta. “Regresé enferma y sin una sola ouguiya —la moneda mauritana—, pero aún así debo decir que no fui la peor parada”, explica. Otras mujeres han sido secuestradas y violadas. “Una amiga trancaba con tablas la puerta de su dormitorio para que no entraran los hombres por la noche. Cuando vives con los saudíes te hacen sentir que ellos tienen derecho a la vida y tú no. Es horrible”, remata.

Apenas una semana después de que su hermana mayor hiciera las maletas para Riad y sin conocer el calvario que ya estaba atravesando, Sahida siguió el mismo camino. Con 32 años, divorciada y con un hijo, desempleada, ¿cómo resistirse a los cantos de sirena? Aunque también fue llevada a Abha, en ningún momento estuvo en contacto con Magboula. “A mí me tocó una gran familia que vivía en una casa de tres pisos. Me despertaba a las cinco de la madrugada y me acostaba, rendida, a las dos o tres. Hacía de todo menos cocinar. Apenas dormía de la cantidad de trabajo que estaba obligada a sacar adelante”.

Aminetou Mint El Moctar explica a mujeres mauritanas los peligros del trabajo como empleadas del hogar en Arabia Saudí.
Aminetou Mint El Moctar explica a mujeres mauritanas los peligros del trabajo como empleadas del hogar en Arabia Saudí.José Naranjo

Al igual que su hermana, pronto empezó a sufrir las consecuencias de tanto esfuerzo y maltrato. “Me encerraba en la habitación con llave y le pedía a Dios que me sacara de allí. Para comer me tiraban los restos, como si fuera un animal. Lloraba todo el tiempo hasta que caí enferma”, recuerda. Pidió a la familia el pasaporte, pero se negaron a dárselo. El tiempo transcurrió y cada vez podía trabajar menos. Un año y siete meses más tarde, con solo tres meses de salario en el bolsillo, Sahida fue finalmente liberada. Ahora se arrepiente de haber ido. “Es la explotación más degradante que he visto, en ese país no hay ningún respeto por las mujeres y menos si no tienes la piel blanca”, apunta.

Para Aminetou Mint El Moctar, se trata de dos casos claros de “trata de personas con fines de esclavitud” y asegura que el Gobierno mauritano es consciente del problema, que ha afectado, según sus cálculos, a un millar de mujeres “casi todas negras y pobres” desde hace años. En opinión de los expertos, Arabia Saudí y otros países árabes como Catar están “explorando nuevos mercados” en África a la vista de que países asiáticos como Indonesia o Filipinas, tradicional origen de las domésticas en dichos países, están cerrando esta posibilidad ante la prolongada historia de abusos. De hecho, además de Mauritania otros países como Etiopía o Senegal también han sido alertados de esta práctica.

Es la explotación más degradante que he visto

Sahida, exempleada doméstica en Arabia Saudí

Ante la presión de sindicatos, ONG y organismos internacionales, y dada “la utilización a veces anárquica de la mano de obra mauritana por agencias de empleo en menosprecio de todas las normas y control y exponiéndola a sufrimiento y violación de derechos”, el pasado 15 de julio los ministros de Trabajo de Mauritania y Arabia Saudí firmaron una convención bilateral para regular este flujo de empleadas. En esta especie de marco legal se contempla la obligación de que exista un contrato y de que si dicho acuerdo fuera violado, la agencia de empleo debe costear la vuelta al país de la trabajadora.

Sin embargo, agencias internacionales como la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y ONG como la de Aminetou Mint El Moctar temen que este convenio tan solo viene a facilitar la salida de domésticas desde Mauritania hacia Arabia Saudí y que no se seguirá ningún control o evaluación del mismo. “Es un negocio controlado por personas que están próximas al poder en Nuakchot. Poco importa el sufrimiento de la gente”, asegura El Moctar.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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