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Referéndum del 1 de Octubre
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Cómo llegaremos al 2 de octubre

Esto tiene mal augurio. Debe vencer la legalidad democrática, sí. Pero sin derrotar, sin derrotados ni humillados

Xavier Vidal-Folch
Una mujer muestra una dos esteladas desde un balcón en Barcelona.
Una mujer muestra una dos esteladas desde un balcón en Barcelona.JOSEP LAGO (AFP)

Ansiábamos llegar al 2 de octubre. Soñábamos con que tras el 1-O todo recomienzo sería viable. Pero ya sabemos que no, que todo fue demasiado lejos. No habrá 2-O habitable tras un 1-O infernal.

¿Lo será, sin remedio? El escenario catastrófico, que nadie evoca, es el de un accidente: ese manifestante que se pasa incluso sin quererlo; ese guardia acorralado que sobreactúa; ese provocador profesional. Con víctimas, heridos, quizá aún peor. Sucede, en las rupturas geológicas.

¿Efectos? Depende de cómo surgiese, desautorizaría al pacifismo indepe, que se reclama ¡de Gandhi! O propinaría un severo revés al crédito del Estado para encauzar litigios. O ambos.

Por debajo está el escenario pésimo. Llegará si el Estado fuese incapaz de cancelar —con carácter previo— el referéndum ilegal... y la consiguiente proclamación de la república catalana en 48 horas, según impone la golpista ley del referéndum. O si lo abortase proporcionadamente (es difícil ser desproporcionado ante tamaño desafío), pero no de forma prudente/minimalista, y generase excesivos daños colaterales.

Ambos supuestos conducirían a la proclamación retórica de la secesión: o vía proclamación de la república por presunta victoria del sí; o vía declaración unilateral de independencia (DUI) tras un fiasco de la consulta. La DUI no concita la unanimidad del secesionismo, pero los hechos indican que ante cualquier encrucijada sus moderados siempre acaban decantándose por la opción más polarizada, por el mayor desatino.

Proclamación o declaración de independencia provocarían una verdadera intervención del Estado —hasta ahora, todo es menor cuantía—, la inmediata aplicación del Código Penal, la detención y/o inhabilitación de cargos electos, el cierre de instalaciones propagandísticas. Llevarían al triunfo del Estado, pero por la vía indeseada. Y pues, podría ser el gran revés para el Estado de derecho, el colapso de Cataluña, el desplome del régimen autonómico, una crisis del concepto moderno de España para largo tiempo.

Hay un escenario deseable, óptimo, visto lo visto. Que el día 1 se certifique (en la realidad) que ese referéndum fue imposible (y no lo hubo), pero que una Diada modelo 9-N a granel resultó imparable.

El desbloqueo combinaría convocar elecciones autonómicas anticipadas, con la apertura de cauces y foros para desanudar el nudo (comisión parlamentaria, grupo de sabios, diálogo estructurado). Nada fácil: ¿con qué interlocutores? ¿Podrían encapsularse los procesos judiciales iniciados?

Así que esto tiene mal augurio. Debe vencer la legalidad democrática, sí. Pero sin derrotar, sin derrotados ni humillados. Porque vae victis, ay del vencido: todos, vencidos. ¿Y quién convencido?

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