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Referéndum de Cataluña
Columna
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Esto va de nacionalismo

Esto va de democracia, nos dicen los independentistas. Pero no es cierto. Va del intento de romperla

Varias estudiantes ponen carteles por el referéndum del 1 de octubre en la pared de la Universidad de Barcelona.
Varias estudiantes ponen carteles por el referéndum del 1 de octubre en la pared de la Universidad de Barcelona.Quique García (EFE)

Llegamos aquí divididos, con un Gobierno tan débil como patético en su incapacidad de dirigirse a la ciudadanía para tranquilizarla sobre el presente y, como sería su obligación, dibujar un futuro mejor donde los problemas y la insoportable tensión que vivimos se encauzara políticamente en las instituciones democráticas de todos.

Pero también llegamos aquí con una oposición gastada, desdibujada e irrelevante a la que nadie parece escuchar, ni cuando acierta ni cuando disparata, y que solo se exige y a la que solo se le pide no empeorar las cosas. Y mientras, soportamos la presión de un magma de fuerzas de izquierda radical que ha visto en el proyecto independentista la oportunidad de empujar su propia agenda de desbordamiento populista.

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Muchos ciudadanos, demócratas que solo aspiran a vivir en paz, se sienten abandonados por la inoperancia de su Gobierno, pero también por aquellos catalanes con quienes pensaban que compartían un espacio de convivencia y de quienes ahora solo reciben desprecio e insultos. Tan huérfanos de sentido común están que se reconfortan enviándose frases de Kennedy que recuerdan lo obvio —que sin ley no hay democracia—. A otros, sin embargo, les da por sacar su bandera —como si el nacionalismo se combatiera con más nacionalismo—. Agotadas las razones y los procedimientos, nos vamos todos a los instintos y las pasiones.

La democracia es la igualdad, el nacionalismo es la diferencia. De ahí su incompatibilidad radical. La igualdad ante la ley y dentro de ley es el único instrumento que tienen los débiles para imponerse a los poderosos, las minorías para sobrevivir a las mayorías y los individuos para oponerse a la irracionalidad de la masa. Con una asombrosa candidez, Puigdemont confesó el pasado domingo que al carecer de la fuerza necesaria en el Parlamento, se veía obligado a forzar la ley desde la calle y mediante la presión popular. Convertirse en víctima para justificar la ilegalidad y asaltar la democracia en nombre de ese victimismo es puro fascismo; Europa lo ha vivido mil y una veces. Esto va de democracia, nos dicen los independentistas. Pero no es cierto, esto va de nacionalismo, puro y duro, y del imperdonable intento de romper la democracia y la convivencia. @jitorreblanca

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