Movilización
La aparente falta de proyecto de Iglesias y Colau es arbitraria y está al borde del fascismo
Este líder, devenido en extraordinario dirigente, llamado Pablo Iglesias, ha concluido, en colaboración con la no menos extraordinaria Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, que el llamado procés merece ser apoyado porque se trata de una movilización. Supongo que quiere decir popular y alejada de las élites. Nada que ver, por ejemplo, ni con Puigdemont ni con Junqueras.
Como las manifestaciones fascistas que se daban antes por el 20-N.
¿Exagero? Nada en absoluto. Las manifestaciones, muy numerosas y llenas de jóvenes, de emocionado recuerdo al sátrapa que llamaban caudillo, eran movilizaciones populares que reunían a millares de entusiastas y desinteresados jóvenes que pensaban, como los militantes anarquistas de la CUP y los leninistas de Podemos, que España se merece un sistema con menos libertades individuales, por ejemplo, que las que identifican a un Estado liberal.
Quizá Pablo Iglesias y otros dirigentes de las nuevas formaciones surgidas del movimiento del 15-M no son capaces de distinguir entre unos y otros tipos de movilizaciones, pero quienes defendemos el ahora llamado régimen del 78 lo tenemos claro: ese régimen representado en la Constitución es el más democrático que haya habido nunca en nuestro país y ha sido y es capaz de defender las libertades públicas como ninguno antes.
Y ahora nos resistimos a cambiarlo por otro cualquiera, aunque tenga detrás una gran movilización popular llena de bienintencionados ciudadanos que creen que su ejercicio del derecho a manifestarse no está escrito en ninguna parte.
Alguien de su confianza le tiene que explicar a Iglesias que una movilización se puede considerar positiva o negativa en función de lo que explícitamente persiga. Y que, por ejemplo, una palabra tan hermosa como “independencia” puede estar emboscando un repugnante proyecto xenófobo. Y que los partidarios del régimen del 78 sabemos muy bien lo que es un preso político. Algo que no se parece nada a alguien que es detenido por violar una Constitución democrática.
Pablo Iglesias y Ada Colau han dejado de hacerme gracia. Son dos desdichados ejemplos surgidos de movilizaciones populares simpáticas que se han convertido en dirigentes populistas que no acaban de casar bien con proyectos sólidamente democráticos.
Su aparente falta de proyecto es arbitraria, y está al borde del fascismo en cualquier caso. Un peligro que llevan dentro los movimientos sin contenido. “El movimiento lo es todo”, decía Otto Bauer, pero se refería a los contenidos y las maneras.
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