¡Mañana, mañana!
A SAN EXPEDITO le han quitado varias veces las credenciales de santo y sus imágenes han sido muchas veces retiradas de los lugares de culto o marginadas en las catacumbas de la fama. Pero hay sitios donde persiste la devoción. Pese a las reticencias de la jerarquía eclesiástica, allí donde se mantiene su memoria, la gente del pueblo acude a él convencida de una cualidad que no es asunto menor en materia de milagros: la celeridad en la mediación.
Todo lo contrario de lo que ocurría con aquel paisano que todos los días 25 de julio acudía a la catedral de Santiago y reclamaba al apóstol mayor diligencia por su modesta petición: que le tocase el premio de la Lotería Nacional. Así uno y otro año de manera infructuosa. Hasta un día en que el veterano devoto se puso exigente, e incluso algo faltón, y percibió que el apóstol le prestaba por fin atención. Podía haberle dicho: “¡Mañana, mañana!”. Pero lo que Santiago apóstol dijo fue: “¡Pon algo de tu parte, hombre! Compra un décimo por lo menos”.
No soy un entendido en martirologio, pero no me extrañaría que ese desembarazarse de Expedito por parte de la nomenclatura que establece el canon santoral pudiese obedecer a una especie de resentida venganza burocrática. Desde luego, la historia o invención de Expedito no es menos consistente que otras vidas de santos vigentes, y sí mucho más interesante para la filología y los tiempos que corren. Y los tiempos que corren son los de la velocidad. Lo sabemos muy bien en periodismo: lo importante no es la calidad de lo que se cuenta, sino lo que primero se cuenta.
Expedito era un centurión romano que ejercía en la Capadocia, alrededor del siglo III. Se interesó por el cristianismo al darse cuenta de que algunos de sus hombres cristianos resistían con una fuerza especial ante la adversidad.
Expedito era un centurión romano que ejercía en la Capadocia, alrededor del siglo III. Se interesó por el cristianismo al darse cuenta de que algunos de sus hombres, que sabía cristianos, aunque lo llevasen en secreto, resistían con una fuerza especial ante la adversidad. Era incompatible con su cargo, suponía la muerte, pero cada vez se sentía más decidido a la conversión. El problema era un cuervo. Cuando iba a dar el paso, siempre aparecía un cuervo que lo desviaba con su voz: “Cras, cras!”. En latín, “¡mañana, mañana!”. El caso es que Expedito acabó por agarrar al cuervo, que representaba el espíritu del mal, y pisarlo al grito triunfal de: “Hodie, hodie!”. O sea: “¡Hoy, tío, hoy!”.
Con un poco de ironía e imaginación, podríamos contemplar que aquel simpático cuervo tendría algo de hispánico. El “¡mañana, mañana!” es una de nuestras tradiciones más consolidadas. Mariano de Larra, que tantas verdades escribió, solo es recordado por el “vuelva usted mañana”. Orwell escribió: “Lo quiera o no, un extranjero siempre acabará aprendiendo la palabra española ‘mañana”. En la isla de Ons me presentaron a un veraneante conocido por el apodo popular de Ves Mañá. Era la respuesta que le daba la gente, año tras año, a su pretensión épica de ir una jornada en un barco de pesca. Y él asumió con toda naturalidad ser rebautizado como Vienes Mañana.
En un delicioso ensayo, Procrastinar, Gabriel Zaid explicaba cómo ese término de origen latino se incorporó perezosamente al castellano por medio del inglés. En el mundo anglosajón es muy utilizado con la forma procrastinate (así como procrastination o procrastinator). Y tiene siempre un sentido crítico, de reprobación. “Procrastinar es un hábito, y no solo de perezosos y dejados”, escribe Zaid. “Procrastinan también los hiperactivos que evitan las decisiones importantes refugiándose en despachar nimiedades”.
Sería muy injusto decir hoy que el “¡mañana, mañana!”, ese procrastinar las decisiones importantes, sea una costumbre exclusivamente hispana. Los grandes poderes, quienes dominan el mundo y mueven los hilos, nos tienen sometidos al “¡mañana, mañana!”. Sea al modo del burócrata tradicional con poltrona o plasma o sea a la manera hiperactiva del tuitero y presidente de la mayor potencia, se merecen el alias de Procrastinator.
Jean Jouzel, un sabio francés que durante años coordinó el Grupo Intergubernamental sobre la Evolución del Clima, no nos habla del calentamiento o cambio climático como una amenaza situada en el futuro, sino como una realidad angustiosa que en pocos años puede situar el planeta en fase agónica: “No es necesario hacer catastrofismo; la situación es catastrófica”. Y la única respuesta de quienes nos están suicidando es: “¡Mañana, mañana!”. Ahora es el cuervo quien grita a Expedito: “¡Hoy, hoy!”.
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