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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El primer indulto de Trump, un canto al racismo

El perdón concedido al 'sheriff' Joe Arpaio es un desafío a quienes cuestionan la política migratoria

Milagros Pérez Oliva
El entonces candidato a la Casa Blanca Donald Trump con el 'sheriff' Arpaio en enero del pasado año.
El entonces candidato a la Casa Blanca Donald Trump con el 'sheriff' Arpaio en enero del pasado año.Mary Altaffer (AP)

Hay gobernantes prudentes que utilizan la prerrogativa de gracia que les concede la ley para reparar rigores excesivos de la justicia, premiar arrepentimientos o reforzar la finalidad de inserción y rehabilitación del sistema penal. Pero los hay también que convierten la capacidad de indultar en un instrumento al servicio de su ideología o de los amigos políticos que han transgredido la ley. Que el primer indulto que concede Donald Trump haya sido para su amigo Joe Arpaio, sheriff durante 23 años del condado de Maricopa (Arizona), es un desafío a todos aquellos, incluidos los jueces, que se atreven a poner trabas a sus polémicas políticas contra la inmigración. Y es también un insulto a toda la comunidad latina, a la que el sheriff Arpaio ha perseguido de forma implacable durante más de dos décadas, hasta que en noviembre del año pasado la movilización del voto hispano le apeó del cargo.

En realidad, Arpaio y Trump son almas gemelas. Comparten un carácter prepotente y narcisista, un gran afán de protagonismo y una especial habilidad histriónica para atraer los focos mediáticos. En los últimos años han hecho gala de una perfecta sintonía personal y política. La motivación racista de su modo de proceder quedó ostentosamente patente cuando ambos emprendieron una campaña para demostrar que Barack Obama no era norteamericano. Para Trump, las políticas de acoso a los indocumentados que Arpaio aplicaba en su condado eran un modelo a seguir en todo el país.

Arpaio fue condenado en julio pasado por desacato. Una juez federal le había ordenado que dejara de aplicar métodos de persecución de inmigrantes que vulneraban los derechos civiles, pero las patrullas a su mando siguieron sus campañas de acoso con detenciones e identificaciones basadas exclusivamente en los rasgos raciales. El sheriff se mofaba del rosario de demandas que la policía recibía cada año. Y presumía de haber encontrado la fórmula para lograr que los presos de Phoenix cumplieran las penas en toda su integridad y con tanta penalidad que no les quedaban ganas de volver a delinquir. Él no tenía problemas de plazas penitenciarias. Se inventó una cárcel tan elástica que podía crecer tanto como el celo de sus patrullas quisiera: un mar de tiendas de campaña en medio del desierto. Podía plantar tantas como hicieran falta. Y no se conformaba con que las condiciones de la prisión, en la que fácilmente se soportaban temperaturas de 45 grados centígrados, fueran de una dureza desmedida, sino que imponía a los internos humillantes medidas disciplinarias, incluidos grilletes y trajes de rayas.

Esto es lo que ocurre en los Estados Unidos del siglo XXI y ese es el personaje a quien Trump acaba de indultar alegando que es un patriota y que su “admirable servicio a la nación” merece el perdón presidencial. Resulta descorazonador que personajes como Arpaio hayan tenido durante tanto tiempo el apoyo electoral necesario para ejercer su racismo. Y, más aún, que las circunstancias que lo explican sean las mismas que han llevado a que otro personaje como Trump pueda ahora indultarle.

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