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3.500 Millones
Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

El increíble domador de moscas

No se puede definir a una comunidad de mil millones de personas por los actos de unos pocos

Barcelona - Mujeres musulmanas se manifiestan con una pancarta que reza: Islam es paz. Manifestación contra el terrorismo 'No tinc por'.
Barcelona - Mujeres musulmanas se manifiestan con una pancarta que reza: Islam es paz. Manifestación contra el terrorismo 'No tinc por'. Miriam Lázaro

-¿Cómo te llamas?

-Me llamo Achraf.

-¡Anda! en el segundo equipo del Real Madrid hay un chico llamado Achraf. Creo que incluso ya ha debutado con la selección de Marruecos.

-¿En el Real Madrid? Pues esta tarde les voy a pedir a mis padres que me cambien el nombre.

En ese momento los dos nos echamos a reír.

Achraf fue nuestro guía turístico en Esauira, ciudad que conocimos durante nuestra estancia en Marrakech, el pasado mes de mayo. Eché mano del fútbol para romper el hielo porque vi que era un valor seguro. No en vano, resulta muy frecuente ver a gente portando camisetas del Real Madrid y, sobre todo, del Barcelona, hegemónico en esas tierras, por las intrincadas y laberínticas calles de “La Ciudad Roja”. Al fin y al cabo, ambos equipos son marcas globales: estoy seguro de que podemos encontrar camisetas blancas y blaugranas prácticamente en todos los países del mundo, ya sean católicos, protestantes, musulmanes, judíos, hinduistas o budistas.

Otra cosa que me llamaba la atención de ese gran zoco con forma de ciudad que es Marrakech, fue el contraste de vestimentas y estilos. Podías observar, por ejemplo, cómo dentro de un mismo grupo de chicas convivían el niqab, el hiyab, los pantalones vaqueros y el pelo suelto. El estilo occidental, o global si quieren, era además claramente pujante entre la gente joven. También me atrevería a asegurar que esto es lo normal casi en cualquier lugar de este planeta, cada vez más pequeño a fuer de conectado.

En resumen, sería muy difícil describir cómo es el ciudadano marraquechí típico. Por este motivo me resulta tan estúpido que haya gente que sea capaz de juzgar no ya a una ciudad, no ya un país, sino a toda una comunidad internacional de más de mil millones de personas, como es la musulmana, por los actos de unos pocos individuos aislados.

Cuando se quiere demonizar a un colectivo tan grande, sin duda hay que seguir una estrategia organizada que pasa por la deshumanización de todos los que forman parte de ese colectivo. Se trata de negar que sean personas, sujetos individuales con sus propios pensamientos y circunstancias vitales y sociales difícilmente generalizables. Según esta postura, no hay mil millones de personas distintas, sino mil millones de componentes de una máquina fría y malvada que solo busca la aniquilación de la impía humanidad.

Desde luego, recuerda al guion de una película de Hollywood. De esas en las que no hay que pensar, solo dar rienda suelta a nuestras emociones e instintos. El problema es que, como los niños, hay quienes no distinguen entre la realidad y la ficción. Pese a ello, no dudan en verse a sí mismos como personas críticas y políticamente incorrectas. Cuando no hay nada más políticamente correcto que seguir el guion. Y nada más infantil.

Las personas son como edificios compuestos de muchos ladrillos: su origen, su lengua, su infancia, su barrio, su clase social, su religión, su trabajo..., pero sobre todo, una persona es sus actos. Una de las mejores personas que he conocido en mi vida es de padre marroquí y madre española. Su familia es gente honrada y trabajadora. Perfectamente integrados, con valores y con una exquisita educación. Buena gente, en resumen.

Me acuerdo de una tarde, en el lejano verano del 98, cuando él estuvo veraneando con nosotros en la casa del pueblo. Yo estaba cansado. Quizá había dormido poco, quizá nos habíamos acostado tarde. El caso es que me fui a echar la siesta, pero pronto me despertaron las risas de mi hermano pequeño, que entonces solo tenía seis años. El escándalo se debía a que mi amigo le enseñó un juego que consistía en atrapar una mosca para, a continuación, agitar el puño en el que el insecto estaba momentáneamente encarcelado. Finalmente, abría la mano y la dejaba escapar. Lo gracioso es que, por el aturdimiento, la mosca volaba como si estuviera a cámara lenta y en línea recta, lo cual no dejaba de ser divertido y fascinante para un niño de seis años. Para mi hermano, mi amigo era en ese momento, más que nada en el mundo, el increíble domador de moscas. Además, tenía un nombre y una religión diferentes, pero eso no era importante.

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