Oliver Reichert, la zapatilla prodigiosa
E N UN MOMENTO INDETERMINADO de comienzos de siglo, que los estudiosos situarán a principios de esta década, Birkenstock dejó de ser una marca para hippies trasnochados y turistas alemanes aficionados a vestir zapatilla con calcetín. Esta vieja enseña de calzado ortopédico, fundada en 1774 en un minúsculo pueblo alemán, logró infiltrarse contra pronóstico en el hermético y caprichoso universo de las tendencias. Sucedió allá por 2012, cuando firmas como Céline o Giambattista Valli introdujeron estas sandalias de doble correa y hebilla en sus desfiles en París y Milán. De la noche a la mañana, las estrellas de Hollywood empezaron a lucirlas en público. Y el resto del mundo se limitó a seguirles el paso. “Todo el mundo nos sigue preguntando cómo logramos que Brad Pitt, Leonardo DiCaprio o Gwyneth Paltrow las calzaran”, dice Oliver Reichert, que tomó las riendas de la compañía en 2013. “En realidad, nunca hemos pagado a nadie para que se las ponga. Ni siquiera tenemos un departamento dedicado a estas cosas. Esas estrellas simplemente entraron en una tienda y se compraron un par. Si las lucen es solo porque les gustan”.
Este alemán de 46 años, al que sus colaboradores definen como una fuerza de la naturaleza, ha liderado con éxito una transición de alto riesgo hacia la relevancia comercial y creativa. Se ha abierto a un público más joven y conectado con el mundo de la moda, pero sin renunciar a la identidad de la marca ni alienar a su clientela tradicional. Algo parecido a la cuadratura del círculo. “Proponemos una combinación perfecta entre calidad y funcionalidad. Nos situamos más allá de la moda. Puede que alguien se compre un par de Birkenstock porque las lleva Rihanna, pero al calzarlas descubrirá que se siente a gusto. Si adquiere otro par, será por eso y no porque se las ponga una estrella”, asegura Reichert. El empresario asegura que el cambio de paradigma estético que llegó con el clima de recesión benefició a estas zapatillas. La crisis propició una moda más ética y menos ostentosa. Birkenstock se ajustaba a la perfección al nuevo espíritu de los tiempos.
Birkenstock produce 25 millones de pares al año y no deja de multiplicar sus nuevos modelos, que presentó en la pasada Fashion Week de París, en lo que fue el primer desfile de su historia. Pese a todo, Reichert asegura que el reto es no crecer demasiado rápido. “Preferiríamos hacerlo de manera lenta y sostenida. En realidad, nuestro éxito ha supuesto una gran amenaza para la compañía. Se ha creado una demanda global en poco tiempo a la que nos ha costado responder”, confiesa el director general. Desde 2013, la plantilla se ha duplicado y hoy se acerca a los 4.000 trabajadores.
Si esta es una marca distinta a las demás, también lo es su máximo responsable. Antes de llegar a Birkenstock, Reichert fue reportero de guerra y dirigió un club de música tecno. Hoy vive en una granja perdida en medio de la Baja Baviera con su esposa, sus cuatro hijos, dos perros y varios caballos. Hijo de uno de los pioneros del marketing en Alemania, se considera más hippy que sus padres, pese a que ellos ya calzaran estas sandalias. “Creo que a mí me importan menos las convenciones sociales”, afirma. También las empresariales: al llegar a la marca, Reichert prescindió de los asesores financieros, “esos idiotas integrales”, para manejar el timón guiándose de su propio instinto. De momento, no le ha ido mal. Pero los retos de futuro no desaparecen del paisaje. El próximo será la diversificación de sus productos. En los próximos meses, Birkenstock lanzará una línea limitada de camas ergonómicas, con un sistema similar al que utilizan sus sandalias, cuyo coste oscilará entre los 5.000 y los 10.000 euros. Para 2018, la marca alemana prepara su desembarque en otro mercado con inmenso potencial: el de los cosméticos naturales.
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