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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Para reforzar el tejido de nuestras reglas de juego

Frente a la intolerancia contra el otro de los fanáticos, la democracia debe velar por la pluralidad

José Andrés Rojo
Ramos de flores, en La Rambla de Barcelona, para recordar a las víctimas del ataque terrorista.
Ramos de flores, en La Rambla de Barcelona, para recordar a las víctimas del ataque terrorista.Andreu Dalmau (EFE)

A los terroristas que han asesinado a 15 personas en Barcelona y Cambrils lo que no les gusta, lo que no toleran, son las sociedades abiertas donde conviven sin mayor problema distintas formas de ver la vida. Por eso mismo abominan de la democracia, ese frágil entramado de reglas e instituciones que permite que el pueblo sea soberano y pueda elegir y controlar a sus gobernantes.

Es verdad que es un sistema imperfecto, un tanto aburrido cuando funciona, que no casa bien con aquellos que sueñan con establecer el paraíso tras haberse lanzado a aventuras de resonancias épicas y resultados (casi siempre) catastróficos. Esos muchachos gobernados por un imán prefirieron este último camino. Quisieron alcanzar la gloria borrando a los pecadores, tenían muy claro el rostro de su enemigo y se fueron armando para destruirlo. El mal tiene ese atractivo para los más jóvenes. Pone en circulación verdades incuestionables, facilita credenciales de heroísmo, habilita para señalar al que hay que liquidar, demonizar, separar, convertir en apestado.

Todo eso no casa con la democracia, que solo exige, al fin y al cabo, ser leales a unas reglas de juego. Aceptar a los gobernantes que han sido elegidos en las urnas, ser escrupulosos con el equilibrio de poderes, someterse a las leyes que salen del Parlamento, respetar a las minorías, garantizar una prensa libre. Poco más. Una serie de tediosas obligaciones frente a la llamada del heroísmo.

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Por no respetar, los asesinos de Barcelona y Cambrils no respetaron ni el más elemental de los derechos que protege una democracia, el derecho a la vida. Arramblaron con su odio y han cubierto de negrura las calles de Cataluña, de España, de Europa, de todos los lugares donde se ejercita la pluralidad y donde saben convivir los que son diferentes. Pero, como decía aquella vieja canción de Sisa, qualsevol nit pot sortir el sol. Habrá luz detrás del túnel.

Es verdad que la noche que ha caído ahora no es ni clara ni tranquila, como se anunciaba en las primeras frases de aquel entrañable tema. Más bien está llena de ruidos, de equívocos y reproches, tiene esa atmósfera amarga que precede a los duelos, se ha manchado de bilis. Pero por eso mismo la actitud de Barcelona no puede ser otra que la de la canción: passeu, passeu.

Sean Blancanieves, Pulgarcito o Frankenstein, que hoy lleguen a Barcelona también Carpanta, los tres cerditos, el conde Drácula, Tarzán y la mona Chita, Papá Noel, Roberto Alcázar y Pedrín, Superman, la emperatriz Sissi y el capitán Trueno en patinete. Blancos, negros, amarillos, rojos, azules y verdes, de izquierdas y de derechas, independentistas y no independentistas, turistas y viajeros, tipos medio tuertos y maleantes, señoritos del sur, viejos rentistas de pasados gloriosos de la industria del algodón, anarquistas, musulmanes. Pasad, pasad. Toca celebrar la democracia ante tanto fanático que quiere liquidarla: qualsevol nit pot sortir el sol.

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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