5 fotos5 destinos para gente que no sabe estarse quieta (o todo les sabe a poco)Vale ya de hacer lo de siempreSalomé García30 ago 2017 - 20:26CESTWhatsappFacebookTwitterLinkedinBlueskyCopiar enlaceQUÉ:Björkliden Arctic Mountain Marathon, una carrera de orientación campo a través en grupos de a dos. Hay recorridos de 20, 50 o 70 kilómetros y se hace noche a la intemperie. POR QUÉ: emprender un trail en convivencia, en un entorno sobrecogedor (224 € por pareja). Olvídese de las carreras balizadas y con avituallamientos cada cinco kilómetros. También de eso de la soledad del corredor de fondo. En su lugar, coja un mapa y brújula, elija pareja de aventura, meta todo lo necesario en una mochila y láncese a trotar por la estepa lapona: 200 kilómetros al norte del Círculo Polar. Disfrutará de la tundra ártica: escaso matojo, riachuelos rocosos y alguna que otra zona nevada. Y se orientará a la antigua usanza: usar un reloj GPS con mapas digitales supone la descalificación inmediata. El vencedor de la pasada edición, Oskar Svärd, un famoso esquiador de fondo sueco, anima a los debutantes: “Este año la prueba es circular, con salida y meta en Riksgränsen. El trazado de la de 30 kilómetros tendrá menos desnivel y será más fácil orientarse. No es una carrera facilona de asfalto, pero tampoco imposible. En cambio, la de 70 kilómetros sí es para corredores bien entrenados”. Una vez ahí arriba aproveche para hacer sus pinitos en la espeleología en las cuevas Kåppasjåkka. Los arneses, el casco y el frontal corren a cargo del organizador del tour (51,76 euros). Usted preocúpese solo de llevar botas de montaña. O láncese a hacer un trekking por el Valle Kärkevagge, cincelado por los hielos de la última glaciación hace 10.000 años. CURIOSIDAD: el aeropuerto más cercano – Kiruna – servirá de base a los vuelos extra atmosféricos de Virgin Galactic.QUÉ:Billabong Pro Teahupo’o (Tahití). Una de las competiciones de surf más impresionantes del mundo, en aguas limpias y coralinas. Sus olas alcanzan los 10 metros. POR QUÉ: ver a grandes surfistas como Gabriel Medina o John John Florence. Para los surfistas, Teahupo’o (al sur de la isla de Tahití, en la Polinesia francesa) suena a gloria bendita: una ola sanguinaria con nombre propio (bautizada en honor a un rey local aficionado a coleccionar cabezas humanas y conocida en el mundillo del surf como Muro de las Calaveras). Normalmente sube hasta los 5 metros de altura, pero puede llegar a alcanzar los 10 formando tubos majestuosos (especie de túneles que forma la ola, que se desplaza a toda velocidad). Lo peligroso está debajo: un afilado arrecife de coral. Encaramarse a la tabla ahí supone jugarse el pellejo si no se es muy experto. Tanto es así que hasta los años 80 nadie lo hizo. Al menos, no había vivido para contarlo. En 2000 llegó el californiano Laird Hamilton, cogió la ola perfecta y conquistó la portada de la revista The Surfer con el ya mítico titular Oh my god!. Desde entonces, lo más granado del surf, liderado por el hoy campeón Kelly Slater (lesionado este año), se mide en esta bahía. Si busca emociones menos intensas no se apure: hay hasta 30 olas golosas para surfear. Todas con nombres llenos de vocales, como las de Taapuna o Mara’a. No descarte pisar tierra firme. Prepare alguna excursión hacia los valles del interior en busca de los marae (altares ancestrales a cielo abierto) o apúntese a explorar la costa de Te Pari, un paraíso de piscinas naturales con grutas y cascadas de postal, los túneles de lava de Hitiaa o el Valle de Papenoo, un antiguo cráter escondido en una alfombra de exuberante vegetación serpenteado por riachuelos y saltos de agua.QUÉ: Bhakti Fest. Apodado el Woodstock Espiritual del Nuevo Milenio es un megaretiro de seis días con yoga, meditación y música sagrada en este árido paraje californiano. CUÁNDO: del 6 al 11 de septiembre POR QUÉ: encontrarse con algunos de los mejores maestros en disciplinas ancestrales de India. Imagine un cruce entre el Festival de Coachella y una concentración de yoguis. Eso es el Bhakti Fest, que este año celebra su IX edición. La cita congrega en el Joshua Tree Retreat Center (un extenso rancho a dos pasos de la entrada principal del Parque Nacional) a lo más granado del kirtan (cánticos espirituales), la meditación y el yoga. Como en todo festival que se precie también hay mercadillo de artesanía y hasta una piscina ecosostenible construida con rocas del desierto. El programa además incluye diversos talleres, como el de autoconocimiento del maestro Radhanath Swami o el de respiración, con el gurú Michael Brian Baker. También hay espacio para música ligera, desde el reggae al pop. Y aquí el cabeza de cartel –valga la analogía con los festivales al uso– es Trevor Hall, famoso por la canción Brand New Day. Contemplar las estrellas al arrullo de un sitar puede parecer bucólico, pero en el desierto el mercurio se desploma con el ocaso y no queda otra que dormir a cubierto. Si su alma ascética se lo exige, descanse en su propia tienda de campaña o en autocaravana. Ahora bien, valore alquilarse los cottages o los caravasares del recinto, diseñados en 1946 por Frank Lloyd Wright y su hijo. Eche cuentas antes: la admisión al evento son 325 dólares (unos 280 euros) y el alojamiento, entre 100 y 450 dólares (86-386 euros). Las comidas –solo vegetarianas y veganas– no están incluidas, pero encontrará un sinfín de puestos con boles, burritos y otras viandas exentas de carne. Olvídese de alucinógenos y alcohol: están proscritos. “Queremos que los asistentes se sientan seguros en el festival poniendo a su disposición todo lo que necesiten para relajarse y entrar en conexión con su propio yo”, señala Sridhar Silberfein, fundador del festival. Este hippy neoyorquino se ganó sus primeros sueldos en el Festival de Woodstock de 1969: “Llevé a Swami Satchidananda. Cuando dio el discurso de bienvenida ante 500.000 asistentes pensé que sería maravilloso atraer a toda esa multitud para entonar los nombres de Dios. Cuarenta años después nacía el Bhakti Fest”. El acceso es, obviamente, por vía terrestre. ¿No le pone lo de conducir bajo el sol abrasador? No se apure. Hay lanzaderas desde Los Ángeles y San Diego. La organización sugiere esta opción por “ser menos lesiva para la madre Tierra, para hacer amistades y para ir aprendiendo cánticos” (unos 40-50 euros, según la ruta y la fecha).QUÉ: BC Bike Ride North, un periplo no competitivo de una semana en bicicleta de montaña por los bosques de la Columbia Británica. POR QUÉ: es una aventura adaptada al nivel popular. Todo aficionado a la bicicleta de montaña sueña con participar en la BC Bike Race (BCBR), una trepidante competición en siete etapas (cada una de 25-50 kilómetros) que tiene lugar en el mes de julio por los montes de la Costa Oeste canadiense. Este año acudieron a la cita 600 deportistas llegados de más de 30 países, incluidos atletas olímpicos, especialistas en enduro (una modalidad) y varios astros del ciclocros. Para 2018 ya están agotadas las inscripciones. “Es la mejor competición de montaña que conozco. Los paisajes, el compañerismo y la dificultad del trazado me recuerdan por qué me enganché a este deporte. Si solo tienes presupuesto para una carrera, haz esta”, sentencia Catharine Pendrel, medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Río. Ante el éxito de la prueba este año nace su hermana pequeña y buenrollista, la BC Bike Ride North: 1.800 kilómetros amables que arrancan en Vancouver y cruzan Williams Lake, Prince George, Burns Lake, Smithers y Cassiar Cannery. Lo de amables es porque se incluyen tramos en avión, coche, autocar, tren, y, por supuesto, bicicleta. El entorno boscoso, con lomas empinadas, desfiladeros embarrados, valles soleados o pasadizos tan estrechos que apenas cabe una bicicleta se encarga de azuzar la adrenalina. Pero no pasa nada por pararse a hacer unas fotos. O por repetir esa bajada vertiginosa. O por adentrarse por ese vericueto que da más vuelta y en el que te cubres de lodo hasta las pestañas. Las tardes en el campo base son para descansar y cenar como un marqués a base de comida gourmet y hasta una bacanal de salmón recién pescado. Y cerveza local sin límite. Ahorre, que la aventura cuesta 2.747 euros (y sin el vuelo transoceánico).QUÉ: campeonato de saltos desde el puente Stari Most en Mostar (Bosnia). Se integra dentro del Red Bull Cliff Diving World Series, un campeonato de saltos y caída libre desde 27 metros de altura. POR QUÉ: por la mezcla entre historia y espectacularidad . En 1993, la imagen del puente que unía ambas orillas de la ciudad bosnia de Mostar dinamitado por las milicias croatas se convirtió en uno de los símbolos de la guerra de los Balcanes. Años después, la UNESCO auspiciaba su reconstrucción, la ciudad recuperaba su vida y con ella, una de sus tradiciones más temerarias: saltar desde la parte más elevada del puente a las gélidas aguas del río Neretva (cruza tres glaciares alpinos, imagine la temperatura). Unos segundos interminables en los que el clavadista cae a 85 kilómetros por hora formando distintas figuras acrobáticas. Las crónicas sitúan los primeros saltos allá por 1664 y la primera competición seria, en 1968. Ahora tiene más fama, pero los de Red Bull no han inventado nada. “Esta ciudad adora esta práctica y quiero mostrarles lo mejor de mí. Antes de venir a Mostar hay que entrenar muy duro para estar a la altura”, contaba el pasado año el británico Gary Hunt, que finalmente se quedaría como segundo clasificado. El día de la prueba solo saltan los que se han inscrito, los 364 días restantes, cualquiera con ganas de desafiar a la gravedad y a la cordura sobre un río de apenas 5 metros de profundidad. A eso del mediodía los miembros del Mostarski Ikari (el club de saltos local) deleitan a los turistas saltando al río, previo pago de 25 euros por el chapuzón. ¿Quiere usted hacer de Ícaro? Ellos le entrenarán, empezando por un puente más moderado río abajo hasta acabar en el Stari Most. Entre zambullidas deje algo de tiempo para pasear por sus calles empedradas o trastear por el bazar del barrio musulmán.