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MIRADOR
Columna
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50 años

Los universitarios venezolanos no entienden que jóvenes de su edad justifiquen la ausencia de libertad, la violencia y el descrédito de los derechos básicos

David Trueba
Un activista anti-gobierno es arrestado durante los enfrentamientos en Caracas el 28 de julio de 2017.
Un activista anti-gobierno es arrestado durante los enfrentamientos en Caracas el 28 de julio de 2017.RONALDO SCHEMIDT / AFP

Hace 50 años se produjo un momento de confusión dramática en gran parte de la izquierda europea. Quienes mejor lo percibieron fueron los jóvenes e intelectuales que lograban evadirse de países bajo la disciplina soviética, algunos recién invadidos por la potencia disuasoria de los tanques. Al llegar a los paraísos soñados en Europa, París por ejemplo, estos expatriados checos o polacos se topaban con que los chicos universitarios de su edad en los países libres estaban fascinados por las mismas dictaduras de las que ellos huían convencidos de que eran la solución a las carencias de sus democracias insatisfactorias. Esa No Satisfaction les llevaría, una vez reconocidos los crímenes y las persecuciones del totalitarismo que admiraban, a dar una gran zancada ideológica hacia adelante y consagrar a Mao como el timonel de su revuelta casera. Pocas veces un error de percepción fue tan grotesco como para permitir que murieran miles de personas por no romper el dogma que sostenía unos pósteres molones.

Al mismo tiempo, y aprovechando la vacuidad más que el vacío, Estados Unidos entregó su armamento democrático a las peores dictaduras militares latinoamericanas y declararon guerras que terminaron por reducir las opciones morales a una tan diminuta expresión que aún estamos pagando, décadas después, el daño. No puede explicarse de otra manera que todavía hoy haya quien pretende asomarse a la crisis institucional en Venezuela con recetas manufacturadas en otros tiempos. Muy torpe tiene que ser la izquierda europea que adopta modelos basados en el caudillaje y la soez dialéctica cuartelero-mística. Otro ha de ser el remedio para enfrentarse al perverso mecanismo contable elaborado en las más cínicas escuelas de negocios y corrupciones.

Los estudiantes universitarios venezolanos no pueden entender que jóvenes de su edad justifiquen en lugares distantes y plácidos la ausencia de libertad, la violencia y el descrédito de los derechos básicos para conservar intocable la solidez de sus ideas gaseosas. También los más maduros conocieron el fraude democrático, la pobreza extrema y el cinismo que impuso la receta neoliberal para un continente tan desigual y frágil. Si algo enseña esta distancia de 50 años es que resulta fácil equivocarte con las vidas ajenas. Y que salvar a los náufragos en la tormenta es un deber muy anterior al de salir a vocear que tenemos la razón.

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