El triunfo de los botarates
EMPEZARÉ ADMITIENDO que quizá chocheo. Quiero decir que las generaciones maduras han refunfuñado de las jóvenes desde el principio de los tiempos. En las pirámides de Egipto hay pintadas de hace 4.000 años que dicen cosas como: “Los jóvenes ya no respetan a sus mayores y no tienen sentido del deber ni del sacrificio”. Son tópicos que la propia historia se encarga de fulminar, porque si las generaciones hubieran ido empeorando sucesivamente desde entonces, ahora la humanidad estaría a la altura de las amebas. Y no, no hemos empeorado, y quizá tampoco mejorado, pero en cualquier caso creo que el porcentaje de necedad se mantiene estable desde siempre.
Y aun así, pese a esta certidumbre, no puedo por menos que sentir cierta angustia ante los modelos que la sociedad actual ofrece a los jóvenes. Hace 100 años los héroes sociales (bien es verdad que no había heroínas) eran los intelectuales, los científicos, los artistas, los gobernantes o los revolucionarios, dependiendo del sesgo ideológico. Décadas después, pongamos hace 30 años, se admiraba a los deportistas, los cantantes o incluso a tiburones como Mario Conde, el cual tampoco es un ejemplo muy provechoso, desde luego. Pero es que hoy el hombre de moda en el mundo es un chisgarabís italiano de 49 años, el supuesto millonario Gianluca Vacchi, y digo supuesto porque dicen que tiene empresas de empaquetado de medicinas, pero lo único que le vemos hacer, día sí y día también, es bailar en traje de baño, todo tatuaje y músculos, junto a una maciza (a la sazón su novia jovenzuela), en lujosos entornos de cielos rutilantes y piscinas turquesa.
Y son estas prendas, a saber, tener músculos, descaro y egolatría, alardear del dolce far niente y de la opulencia más petarda y ser un fantasmón de discoteca, las que le han convertido en un modelo aspiracional para la gente. ¡Pero si incluso se nos ha informado puntualmente de que Gianluca acaba de romper con su novia maciza! Vivimos en una sociedad en la que puede morirse nuestro vecino sin que nos enteremos, pero si este mendrugo tose, lo sabemos corriendo. Tiene más de 10 millones de seguidores en Instagram y es la estrella del momento, sin que para ello haya dado muestra de poseer ninguna habilidad especial, más allá de una jeta superlativa. Mario Conde era por lo menos un laborioso liante. Lo pagó con la cárcel, por fortuna, pero seguro que se trabajaba sus chanchullos duramente.
Hace 100 años los héroes sociales (bien es verdad que no había heroínas) eran los intelectuales, científicos, artistas, gobernantes o revolucionarios.
Hoy, en cambio, impera la pereza. Hoy lo que vende es hacerse rico y famoso sin dar un palo al agua y pensando lo mínimo. He aquí el máximo modelo aspiracional, del que Gianluca constituye una obra cumbre. Pero tenemos otras muestras nacionales más accesibles, chicos y chicas populares por haber intervenido en programas de telerrealidad. Suelen ser guapos, descarados y narcisos, todo muy en la onda de Gianluca. No dudo que sean buena gente, pero muchos de ellos parecen unos marmolillos. Es importante que demuestren que no tienen ni idea de nada, porque así cualquier borrico puede acariciar el sueño de ser como ellos. En el último programa de Supervivientes, que consiste en meter a un puñado de personas en una isla, les hicieron un test de cultura general a los concursantes. Eran siete, y sólo una mujer atinó con todas las respuestas, aunque eran cuestiones elementales. Hubo quien escribió Sherby en vez de Shakespeare, o quien dijo que el autor de la famosa línea Ser o no ser era Cela. Varios respondieron que una tetralogía constaba de 30 partes, y hubo una pregunta, “¿Los reyes de qué país vivían en el palacio de Oriente?”, que desencuadernó a los participantes; tuvieron que repetirla seis o siete veces, porque la mayoría no conseguía entenderla (es lo que se llama analfabetismo funcional). Uno contestó que eran los Reyes Magos.
Todo esto hace reír, pero más nos valdría llorar, porque no es baladí. Sí, ya sé que, como muestran las pintadas de las pirámides, a los mayores siempre nos da por vaticinar tontas catástrofes, pero es que me temo lo peor: nunca ha habido antes en la historia ejemplos tan globalizados y persuasivos de que, para alcanzar el triunfo social, la manera más cómoda, accesible y rápida es ser simplemente un botarate.
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