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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Derrota y delirio en EE UU

El fracaso de Trump en desmontar el 'Obamacare' y la destitución de Priebus auguran una radicalización todavía mayor de la presidencia

Protesta contra el desmantelamiento del 'Obamacare' que patrocina Trump
Protesta contra el desmantelamiento del 'Obamacare' que patrocina TrumpEFE

Donald Trump ha sufrido otra derrota en un asunto central de su agenda con la negativa del Senado de EE UU a derogar parcialmente la ley de asistencia sanitaria impulsada por su predecesor, Barack Obama. La derrota se ha visto seguida de un nuevo episodio circense en la Casa Blanca.

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La votación del Senado garantiza que al menos 20 millones de personas seguirán teniendo cobertura sanitaria. Es inconcebible que en una de las democracias más prósperas del mundo, su líder se empeñe en sacar adelante una medida tan lesiva para sus propios ciudadanos.

Y así lo han visto no solo los representantes demócratas en el Senado sino también los republicanos que han votado en contra de Trump, dando un ejemplo de sentido común. Entre ellos destaca el carismático excandidato a la presidencia John McCain. Su actitud muestra que existe una mayoría no siempre dispuesta a dejar traspasar al presidente ciertas líneas básicas.

Lo sucedido en el Senado se suma al delirante descontrol en la Casa Blanca, donde el nuevo director de Comunicación, Anthony Scaramucci, se ha estrenado insultando a los dos asesores más importantes de Trump, entre ellos el jefe de Gabinete (equivalente a un primer ministro), Reince Priebus. El presidente, que practica un estilo sui generis de estimular la competencia entre sus colaboradores, liquidó la escaramuza fulminando a Priebus —sospechoso de filtraciones y culpable, a ojos de Trump, del fracaso en el Senado— y poniendo en su lugar al general John Kelly, que ocupaba Seguridad Interior.

La caída de Priebus, uno de los pocos representantes del establishment republicano en el Ejecutivo, presagia una radicalización aún mayor de la presidencia. Si Trump quería poner orden entre sus colaboradores, va a conseguir lo contrario. En lo que sí avanza, irrefrenable, es en el deterioro de la dignidad, el prestigio y la eficacia de la Casa Blanca.

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