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‘Butoh’: la danza más misteriosa del mundo

Pintados de blanco, dos miembros de una compañía japonesa de 'butoh' gesticulan y hacen aspavientos en 
plena actuación.
Pintados de blanco, dos miembros de una compañía japonesa de 'butoh' gesticulan y hacen aspavientos en plena actuación. Christopher Gregory (Getty)
Ana Vidal Egea

EL PROPÓSITO DEL butoh es recordar que no sólo somos humanos. Cuando Tatsumi Hijikata y Kazuo Ohno representaron esta danza por primera vez hace casi sesenta años, Japón se escandalizó ante las caras grotescas de los bailarines y sus movimientos febriles, sexuales e irracionales; bizqueaban, imitaban el comportamiento animal, tenían espasmos, reproducían gestos de sufrimiento, temblaban como si se estuvieran electrocutando, ofrecían un espectáculo macabro y, por encima de todo, daban miedo.

Cuando se representó esta danza por primera vez, Japón se escandalizó ante las caras grotescas de los bailarines y sus movimientos.

Es el subconsciente el que marca el ritmo y dicta los movimientos. “Es el alma la que danza, el cuerpo le sigue”, dijo Kazuo Ohno. El bailarín ha de olvidar las limitaciones de su cuerpo y debe adoptar la forma de los cinco elementos (en Japón se incluye el vacío a los cuatro habituales) así como de reptiles y anfibios; puede ser agua, después serpiente. La disciplina, sin embargo, es ardua, los movimientos son extremadamente lentos y exigen precisión. El butoh es un lamento bailado, un retorcerse en nuestra condición humana. Una de las referencias visuales de sus creadores fueron los cuerpos medio muertos que se arrastraban entre los escombros tras la detonación de la bomba nuclear de Hiroshima.

Al contrario que el ballet, donde los danzantes se muestran pulcros y refinados, o de otras coreografías donde se busca con insistencia la belleza, los bailarines de butoh se rapan el pelo, van desnudos y se pintan de blanco la piel, buscando la homogeneidad. En el Japón de los sesenta, los intelectuales subvertían así el sentido de alienación. No hay espacio para el ego, y el entrenamiento para derribarlo es intenso. En los talleres, los profesionales del butoh bailan de 3.30 a 8.30 y de 14.30 a 18.00, después duermen y al despertar vuelven a la práctica. Es la repetición lo que les ayuda a romper las defensas que les impiden alcanzar niveles de conciencia más profundos.

La directora del New York Butoh Institute, una francesa llamada Vangeline, con 14 años de experiencia en la disciplina, explica que el baile consiste en una serie de movimientos con el objetivo de cansar la mente. “El butoh también se conoce como la danza del subconsciente”, explica. Lo que tanto ella como otros profesionales denominan “destino” se alcanza cuando el movimiento corporal es mínimo pero la actividad mental es muy intensa. Para llegar a ese punto hay que aceptar que durante la primera hora de clase no se puede usar ninguna información; como en la meditación, es necesario un tiempo para conectar con uno mismo. Se trata de actuar sin pasado ni futuro, de convertirse en un lienzo en blanco. Aprender a bailar butoh significa dominar una herramienta poderosísima, que puede aplicarse a muchas circunstancias de la vida. Desde 2007, Vangeline imparte clases en una cárcel de mujeres. “En ese contexto, el butoh se convierte en una herramienta transformadora que rompe barreras y paredes”.

Sobre la firma

Ana Vidal Egea
Periodista, escritora y doctora en literatura comparada. Colabora con EL PAÍS desde 2017. Ganadora del Premio Nacional Carmen de Burgos de divulgación feminista y finalista del premio Adonais de poesía. Tiene publicados tres poemarios. Dirige el podcast 'Hablemos de la muerte'. Su último libro es 'Cómo acompañar a morir' (La esfera de los libros).

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