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Cuarto y mitad de manifestantes

Un grupo de personas rodea a Trump en la rueda de prensa donde anunció su candidatura.
Un grupo de personas rodea a Trump en la rueda de prensa donde anunció su candidatura.Christopher Gregory (Getty)

LOS ACTORES EN paro de Los Ángeles tienen un nuevo trabajo temporal para pagar el alquiler mientras persiguen su sueño: hacerse pasar por miembros de una multitud de cualquier índole (entusiasta, condenatoria, interesada). Crowds on Demand, una empresa de Beverly Hills, paga 15 dólares la hora por interpretaciones de lo más colorido: desde hacerse pasar por fans en un congreso literario hasta lanzar consignas de protesta frente a la sede de una organización política o apoyar alguna de las dos partes en litigio a la entrada de los tribunales.

Este servicio de alquiler de personas lleva cinco años ofreciendo operaciones de relaciones públicas imaginativas. Por ejemplo, un grupo de cazaautógrafos que recibió eufórico a los life coaches de una convención en Los Ángeles. O un equipo de rodaje de un documental que acudió a un estreno para animar la sesión de preguntas. Inauguraciones, discursos, simposios: innumerables situaciones pueden beneficiarse de un poco de bombo.

Los actores en paro de Los Ángeles tienen un nuevo trabajo temporal para pagar el alquiler: hacerse pasar por miembros de una multitud.

Teniendo en cuenta que la discreción es fundamental (ningún cliente quiere que se sepa que paga estos servicios, y los actores firman cláusulas de confidencialidad), su fundador no se prodiga en los medios, pero asegura que el negocio ronda el millón de dólares anual. Las tarifas varían entre los 600 dólares (unos 527 euros) por un paparazi que persiga al cliente como si de Angelina Jolie se tratara hasta los 50.000 (43.900 euros) por una serie prolongada de manifestaciones a favor o en contra de una campaña determinada (los que pagó, por ejemplo, el promotor de un proyecto fallido para dividir California en seis Estados, un millonario de Silicon Valley). Servicios similares, como Crowds for Rent, también en EE UU; Rent a Crowd, en Reino Unido, o Easycrowd, en Ucrania, han ido surgiendo en los últimos años.

Mientras los expertos en marketing tradicional ya no saben qué hacer para llamar la atención de la gente, estas compañías usan el efecto imán que tiene la masa. Si un evento aparenta tener éxito de convocatoria, atraerá a más interesados. Si te siguen un montón de paparazis, la percepción de lo importante que eres cambia inmediatamente. Preferimos el restaurante lleno al vacío. Incluso hay quien planta su toalla en la playa en la zona más atestada, convencidos de que por algo los demás se habrán puesto ahí.

En el mundo de la política estos servicios son un arma de doble filo. La campaña de Trump fue objeto de burlas cuando se supo que había pagado a un grupo de actores para hacer de simpatizantes en el anuncio de su candidatura. Clinton fue acusada de trasladar a un grupo de seguidores para posar como espontáneos en una cafetería de Iowa. ¿Anécdotas o fraude? “Normalmente las campañas no pagan a actores, lo hacen de manera más sutil; hay quien regala tarjetas prepagadas de gasolineras o supermercados”, apunta Mary Bottari, directora adjunta del Centro para Medios y Democracia, que lamenta que la práctica no se vigile mejor.

Nada nuevo, opina Edward Walker, profesor y autor de Grassroots for Hire (Cambridge University Press, 2014), donde lista cientos de empresas que ofrecen prácticas similares en el terreno del activismo político y empresarial (envíos masivos de cartas, recogidas de firmas y manifestaciones engordadas con incentivos varios, por no hablar de las que se especializan en generar ruido en las redes sociales). “Es más fácil defender una decisión legislativa si te ha apoyado un grupo ciudadano que si se descubre que una empresa ha financiado tu campaña, por eso los lobistas en Washington llevan tiempo usando estos servicios, para camuflar su presión”. ¿Acabaremos sospechando de todo el que porte una pancarta? “Todo el mundo hace teatro”, afirma la inscripción en el famoso The Globe de Londres. Nunca fue más cierto.

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