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Columna
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Los estropicios de la semana

Una larga conversación entre Trump y Putin, hasta ahora desconocida, fascina y asusta al G20

Lluís Bassets
Donald Trump y Vladimir Putin durante una reunión mantenida en la cumbre del G20 en Hamburgo (Alemania).
Donald Trump y Vladimir Putin durante una reunión mantenida en la cumbre del G20 en Hamburgo (Alemania).Evan Vucci (AP)

No hay semana sin estropicio. Y a veces dos. Un bofetón interno, con trascendencia incluso para el futuro de esta presidencia es el fracaso en el Senado de la anulación del Obamacare, la contrarreforma sanitaria prometida en la campaña electoral y anhelada por su electorado republicano. El otro bofetón exterior es la reunión de una hora con Putin, ocultada durante diez días a la opinión pública, solo con un intérprete ruso del Kremlin y sin testigos, al término de una cena del G20 en Hamburgo el pasado 7 de julio.

Uno y otro estropicio confluyen en el cerco al presidente. La inagotable paciencia del Partido Republicano con Trump tiene un límite: la agenda legislativa. Si los incumplimientos presidenciales la vacían, habrá un momento en que los republicanos le abandonarán, como ya lo han hecho los cuatro senadores que han desertado de su contrarreforma. El nuevo episodio de la rocambolesca relación de Trump con Moscú, que tiene ya a tres comisiones parlamentarias y a un fiscal especial sobre la pista, reaviva la inquietud sobre la caótica gestión de las relaciones exteriores de Estados Unidos.

¿De qué pudieron hablar Trump y Putin durante una hora al término de la cena? Solo el Kremlin lo sabe. El portavoz del presidente nada dijo hasta que empezó a circular la noticia. No se sabe tampoco que el propio presidente haya comunicado nada a nadie, a pesar de que en su viaje de vuelta tuvo una larga y distendida charla con la prensa.

A pesar de los esfuerzos de la Casa Blanca por quitar hierro al asunto, no tiene nada de normal una reunión incontrolada como la que sostuvo Trump con Putin, el mismo día en que tuvo otra formal de más dos horas, con asistencia del secretario de Estado, Rex Tillerson. No fue un periodista, sino un politólogo, Ian Bremmer, presidente de la consultora Eurasia Group, quien difundió la noticia en su boletín y la explicó con detalle a varias radios y televisiones. Bremmer la obtuvo directamente de boca de algunos asistentes a la cena, “desconcertados, confundidos y asustados” por el largo e insólito aparte, lleno de cordialidad, que realizaron Trump y Putin en un rincón de la larga mesa. “Nunca en mi vida como politólogo había visto dos países importantes con una constelación de intereses tan disonantes, mientras que ambos líderes parecen estar haciendo todo lo posible para ser amables y estar cerca uno del otro”, remachó Bremmer.

Este episodio evidencia una vez más que Donald Trump está fuera de control. El Departamento de Estado, infradotado y con presupuesto recortado, apenas cuenta en las relaciones exteriores. La Casa Blanca, donde todo se decide, está en manos de la familia y de los asesores, en buena parte peleados entre sí. Rusia se ha convertido ya en el caso central de esta presidencia, por las interferencias en las elecciones, por el ascendente del grupo de presión ruso y, sobre todo, por la fascinación de Trump con Putin, al que quiere caer simpático a toda costa. Este es el último y quizás más destacado enigma, cuya resolución, quien sabe si a cargo del fiscal especial, puede conducir a resolver todos los otros.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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