El hombre que no odió
La muerte de Liu Xiaobo es otra muestra de crueldad del régimen chino
"No tengo enemigos, no conozco el odio”. Las palabras pronunciadas por Liu Xiaobo ante el tribunal que le condenó en 2009 por pedir respeto para los derechos humanos en China suponen la mejor muestra del contraste entre el premio Nobel de la Paz fallecido ayer y el régimen que lo ha perseguido hasta el mismo lecho de muerte.
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Liu ha muerto finalmente víctima de un cáncer de hígado sin haber recobrado la libertad. Las autoridades comunistas le sometieron a un inhumano encarcelamiento mínimamente suavizado en forma de internamiento hospitalario vigilado cuando ya era demasiado tarde y únicamente se le podían administrar cuidados paliativos. Por mucho que se empeñe la propaganda oficial china, Liu ha sido tratado con suma crueldad durante su injusta estancia en la cárcel, reflejada tanto en el negligente tratamiento de su enfermedad como en la prohibición de visitas de su mujer, contraviniendo las convenciones internacionales sobre derechos humanos.
Esta muerte no puede limitarse a causar una sucesión de lamentos y declaraciones bienintencionadas. Liu, como tantos otros disidentes chinos, arriesgó su vida exigiendo libertad y derechos para los cientos de millones de compatriotas que carecen de ellos y denunció a un régimen feroz con quienes considera sus adversarios y que no duda en intimidar a la comunidad internacional, ya sea utilizando la fuerza de su economía o su capacidad militar para acallar las protestas y las quejas. Los dirigentes chinos deben escuchar, más y mejor, dentro y fuera de China, y comenzar a entender que no pueden violar impunemente los derechos humanos.
Liu podía no conocer el odio pero no acertó al decir que no tenía enemigos. El Gobierno de Pekín sí le consideraba su enemigo. Y ha dado muestras de odiarlo hasta el final.
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