Khadija Saye, el arte que pudo ser
ALMUDENA ROMERO, una artista española afincada en Londres, fue una de las últimas personas que colaboró con la fotógrafa Khadija Saye. El 14 de junio, el fuego que devoró la torre Grenfell se encargó de aniquilar también su futuro y el de su madre, Mary Mendy, ambas residentes en el edificio que se ha convertido en símbolo de las desigualdades de esta sociedad globalizada. Su historia, escrita con la misma tinta que la de los otros (al menos) 78 seres humanos que perdieron la vida en el suceso, expresa —dice Romero— el relato “de una sociedad en la que uno vale lo que tiene”.
Nacida en Londres el 12 de diciembre de 1992, inmigrante de segunda generación, Saye tenía —además de su madre— una hermana y un padre que no vivían con ellas, y varias tías y primos que residen en la capital británica. A sus 24 años, la joven, que compaginaba un trabajo como asistente social (también su madre lo era) con la realización de su obra, solo contaba con su ingenio para despuntar en el mundo del arte: no tenía veteranía, ni contactos, ni mucho menos dinero. Cuando expuso (aún sigue ahí) en el Pabellón de la Diáspora, un espacio donde se muestran obras de creadores emergentes abierto en Venecia en paralelo a la Bienal que ahora mismo se está celebrando, ni siquiera disponía de un estudio propio al que llevar a Andrew Nairne. Poco antes de la tragedia, el director de la galería Kettle’s Yard de la Universidad de Cambridge vio su obra y sugirió a la artista visitarla en su espacio de trabajo. Lo que no sabía es que ese lugar era su casa y a la postre su tumba, un apartamento en la planta 20ª de un edificio que albergaba a gente modesta, individuos y familias que observaban la afluencia del distrito de North Kensington desde sus ventanas, ojos horadados en una carcasa de hormigón que se revistió por estética en vez de para garantizar su seguridad. “Hay algo notable en la presencia de sus obras”, sostiene Nairne. “Las imágenes, una suerte de autorretratos construidos, me parecieron increíblemente auténticas, ya que expresaban la creencia de la artista de que la creatividad puede aportar significado en épocas de trauma”.
Con lo poco que poseía, Saye fue capaz de demostrar su incipiente valía. Su serie de ferrotipos Dwelling: In This Space We Breathe (Morada: en este espacio respiramos), la que se puede ver en Venecia, la que cautivó a Nairne (además de a otros galeristas que habían contactado recientemente con ella) y la que ilustra estas páginas, se adentra en los espacios más recónditos y a la vez más visibles de su identidad, un híbrido de su país natal, Reino Unido, y el de sus progenitores, Gambia, así como de la espiritualidad del islam que profesa su padre y la fe cristiana heredada de su madre. En homenaje a su talento truncado, la Tate Britain expone actualmente una de esas imágenes que invocan los ritos arcanos del misticismo de África Occidental, fotografías que también atrajeron la atención de la BBC, que grabó un documental sobre los creadores del Pabellón de la Diáspora cuya emisión ha sido pospuesta sine die. “Trabajar con Khadija fue muy agradable y enriquecedor”, apunta Romero, que colaboró con ella en este proyecto aportando su estudio, su apoyo y sus conocimientos de la técnica del colodión húmedo “en unas sesiones que fueron muy intensas”.
Poco antes de la tragedia, el director de una galería de arte se interesó por su obra y sugirió visitarla en su estudio. No sabía que ella trabajaba en su casa.
Como persona, Saye ya había destacado mucho antes que como artista: quienes la conocieron hablan de una “mujer cálida, generosa, con una risa contagiosa”. “Todavía puedo oír sus carcajadas”, lamenta Natasha Caruana, profesora de fotografía de UCA Farnham, la Facultad de Bellas Artes donde Saye cursó la carrera después de haber estudiado dos años con una beca en la prestigiosa Rugby School de Warwick. “Se exigía mucho a sí misma y era increíblemente trabajadora”, agrega su antigua docente, que recuerda que ya “empezó a documentar la torre Grenfell en su época de estudiante” con una serie de imágenes que, bajo el nombre de Crowned (Coronadas), se concentraban en el pelo y los peinados de las mujeres negras.
Cuando en mayo desembarcó en Italia, la fotógrafa dejó plasmada su satisfacción en Twitter: “Ha sido un auténtico viaje, pero mamá, soy una artista que expone en Venecia y las bendiciones son abundantes”. Un mes después, el destino volvió a ponerla frente a la pantalla, esta vez con un mensaje espeluznante: “Por favor, rezad por mí y por mi madre”. Colgadas en su muro de Facebook, esas palabras aún remueven la conciencia del diputado londinense David Lammy. Casado con la que fuera amiga y mentora de Saye los últimos tres años, la artista Nicola Green, el político había tratado mucho a la joven. “Este hecho me desespera”, deploró Lammy al diario The Guardian. Ahora Green, que conoció a Saye en una convocatoria fotográfica en la que tuvo que juzgar su obra, ha escrito por última vez su nombre en las redes, en esta ocasión en una campaña para recaudar fondos con los que becar a jóvenes creadores a nombre de Khadija. “La vi emerger como una brillante luz de talento”, lamenta Green. “No me creo que alguien con una energía y una fuerza así haya desaparecido”.
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