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LA PUNTA DE LA LENGUA
Columna
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El pincho y el pinchazo

Frente a lápiz (¿?) electrónico y las siglas USB, alguien pensó en algo que se inserta en el ordenador

Álex Grijelmo
Getty Images

El genio del idioma español es lento. Él va acomodando a sus criterios a cuanto le cae cerca, pero nunca tiene prisa por mucho que le apuremos. Se comporta más o menos como la justicia.

La historia de la lengua dispone de muchos ejemplos que refuerzan esa idea.

Al árbitro de fútbol se le había llamado en España referee, y al fuera de juego, offside. Pero ésos y otros términos ingleses se tradujeron con el tiempo (a veces con mucho tiempo) y se generalizaron. En el tenis ya no decimos out! sino “¡fuera!”, ni smash sino “mate”… Wagons-lit ha ido dejando paso a “coches cama”, link a “enlace” y self-service a “autoservicio”. La persona que cuida un niño por horas se llama ahora “canguro”, pero antes se decía babysitter (literalmente, sentadora de niños); y frente a “tomar el sol en top-less” va progresando la castiza expresión “tomar el sol en tetas”.

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(Hubo quien ridiculizó esta alternativa, por cierto, cuando se anotó por vez primera, en 1998, tomada al oído en una playa. Pero ahora Google recoge 40.000 ejemplos de “el sol en tetas” y la expresión ya figura en el banco de datos académico).

Todo esto viene a cuento de que ese mismo genio popular ha dado en la flor de denominar “un pincho” aquello que se había venido llamando pendrive o pen drive, o “memoria USB” (Universal Serial Bus).

Frente a la idea del lápiz (¿?) portátil (eso quiere decir pendrive), frente a la denominación técnica de unas siglas en inglés, alguien imaginó lo más básico; un instrumento ligero que se inserta en el ordenador como la aguja moruna en la carne troceada.

Las metáforas crean palabras desde los orígenes del español (y antes en latín); así, la sierra montañosa nació de la sierra del carpintero, y del riego de los campos salió el riego sanguíneo. Y la memoria mental dio nombre a la memoria electrónica.

He comprado algunas memorias USB estas semanas, para lo que he pedido deliberadamente “un pincho” en las tiendas de productos informáticos. Y me entregaron de inmediato lo que yo solicitaba. Si hubiera entrado en un bar, habría obtenido sin duda algo muy diferente; pero estas ambigüedades se suelen resolver gracias al contexto y al ambiente (como sucede cuando decimos “voy a llamar a un canguro para que venga esta noche” o “me he comprado una sierra para el taller”).

A veces sólo hace falta traducir el término del inglés. Así sucedió por ejemplo con link y su derivado “linkar” (que ya van quedando en desuso ante los evidentes “enlace” y “enlazar”). Pero en otras ocasiones se requiere algo más: ver el objeto desde una nueva perspectiva. Eso sucedió en el fútbol, por ejemplo, con “portero” (el que está en la portería) frente a goalkeeper (literalmente, “el guardadador de la meta”, que dio “guardameta”). Y así parece estar ocurriendo con “pincho”, que poco a poco almacenamos como hablantes en nuestra primitiva memoria.

Posdata. Hasta ahí lo del pincho. Ahora, el pinchazo. Llamé el pasado domingo “adverbio” al conector “pero”, que es una conjunción “adversativa”. Frente a las interpretaciones benevolentes que algunos lectores me han hecho llegar, no se buscaba con ello reflejar ninguna aportación gramatical propia del arriba firmante, sino que se trató de un simple lapsus cálami favorecido quizás por la cercanía fonética de los términos confundidos. Les pido disculpas.

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Sobre la firma

Álex Grijelmo
Doctor en Periodismo, y PADE (dirección de empresas) por el IESE. Estuvo vinculado a los equipos directivos de EL PAÍS y Prisa desde 1983 hasta 2022, excepto cuando presidió Efe (2004-2012), etapa en la que creó la Fundéu. Ha publicado una docena de libros sobre lenguaje y comunicación. En 2019 recibió el premio Castilla y León de Humanidades

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