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Trabajar con los ex, cuando la función debe continuar

Los trapecistas mexicanos Ernesto López y Francisca Alicia Ramos celebran su boda en el Circo Americano de Madrid, en 1968.
Los trapecistas mexicanos Ernesto López y Francisca Alicia Ramos celebran su boda en el Circo Americano de Madrid, en 1968. EFE

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UCHA GENTE se queja de lo duro que es convivir con los ex en el mismo centro de trabajo, ya se trate de hospitales, universidades, redacciones, partidos políticos y así hasta el infinito. ¿Hasta el infinito? ¡De ninguna manera!, pues por fortuna existe un ámbito laboral donde la profesionalidad está por encima de cualquier contingencia personal. Me refiero al circo y sus artistas, porque la trapecista sabe que tiene que seguir sujetando en el aire a su ex, aunque él la haya dejado por la ayudante del mago.

La historia del circo es riquísima en amoríos y aventuras sin red, como la de Rosita de la Plata, trapecista argentina casada con el uruguayo Antonio Podestá y enamorada del británico Frank Brown, trapecistas los dos. Antonio descubrió que Rosita lo engañaba con Frank, pero los tres siguieron actuando juntos porque Frank era el dueño del circo. Corría el año de 1893 y el trío mantuvo el triángulo incluso después del divorcio de Rosita. Más trágica fue la vida del mexicano Alfredo Codona, primer trapecista que ejecutó un triple salto mortal en 1920. Codona vio morir a su primera esposa, Lillian Leitzel, y asesinó a su segunda mujer, Vera Bruce, ambas trapecistas. ¿Existirá alguna relación entre el amor y la especialidad circense? En 1964 la domadora de perros Sue Yelding se divorció del domador de caballos Norman Barrett para casarse con el domador de chimpancés Rudi Lenz. ¿A Sue le gustaban los domadores o los animales? Imposible saberlo, pero su número de los monos jinetes triunfó en todos los circos.

Codona vio morir a su primera esposa, Lillian Leitzel, y asesinó a su segunda mujer, Vera Bruce, ambas trapecistas.

La vida conyugal de los trapecistas ha sido menos azarosa en España, donde tenemos genuinos linajes del funambulismo, la acrobacia y el trapecio. Así, la célebre Pinito del Oro perteneció a una prestigiosa familia circense; la trapecista jerezana Miss Mara era hija de una trapecista malagueña que se puso de parto en plena función, y Consuelo Cantalejo, La Jerezana, y su marido, Francisco Sala, Francoco, también fueron pareja arriba y abajo del trapecio. Para los matrimonios de trapecistas, el equilibrio sentimental es tan o más importante que el otro.

José Aumente es un párroco sin parroquia porque su rebaño está repartido por todos los circos ambulantes de España, los cuales visita puntual para casar, bautizar y confesar a los artistas. Así, con conocimiento de causa, el padre Aumente asegura que en el circo los matrimonios son muy estables porque la estabilidad es imprescindible tanto para la vida como para el espectácu­lo. Sin embargo, la jurisprudencia española es rica en sentencias de divorcios entre artistas que prefieren quedarse en el mismo circo para disfrutar de la custodia compartida y evitar problemas con los regímenes de visitas.

Que tomen nota los tiquismiquis que piensan que no es posible trabajar con los ex, porque bajo la misma carpa la función debe continuar, aunque tu ex sea quien te lance los cuchillos o sea la que tenga que darle de comer al león antes de que metas la cabeza dentro de sus fauces.

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