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Columna
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El triunfo de la desinteligencia

Manuel Rivas

TODOS LOS seres humanos tienden por naturaleza al saber”. Aristóteles nunca habría comenzado así su célebre Metafísica de haber oído a Rafael Hernando en Castellón. En una intervención pública, este importante político, portavoz del grupo mayoritario en el Congreso, trató de conseguir el favor de los espectadores bromeando con su incapacidad para pronunciar correctamente el apellido del presidente de la Generalitat valenciana, Ximo Puig, y entonó una especie de trino: ¡Pui-pui! Como político, y más dado el puesto que ocupa, un alarde de desinteligencia. Desde el punto de vista humorístico, una desgracia. En el oficio cómico, el reírse o hacer chanza de nombres y apellidos es un recurso que solo se justifica en una situación extrema, como quedarse en blanco y no tener nada que decir.

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El día en que el señor Hernando impugnó la Metafísica de Aristóteles y ejerció el derecho de tender a la ignorancia llegaba discretamente de Canadá la noticia de que Marc Miller, un diputado liberal, había hecho por vez primera en la Cámara de los Comunes una declaración integra en lenguaje mohawk. Este acto de reconocimiento a una de las “primeras naciones” fue aplaudido por todo el Parlamento canadiense. Creo que el señor Hernando debiera dirigirse al señor Puig y presentarle disculpas en mohawk.

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No es costumbre en la política española presentar disculpas por meter la gamba. Esa mínima cortesía puede ser interpretada como una señal de debilidad.

No es costumbre en la política española presentar disculpas por meter la gamba. Esa mínima cortesía puede ser interpretada como una señal de debilidad un poco más arriba de la gamba. En La hoja del olmo no es perfecta, un libro magistralmente imperfecto, Javier López Facal, profesor emérito del CSIC, nos cuenta la historia de Segismundo de Luxemburgo, rey de Bohemia y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. En el concilio de Constanza (1414-1418), Segismundo metió la gamba con la palabra schisma (“cisma”). Lo corrigió con buen estilo un obispo, sabio en latín, pero Segismundo no estaba para autocríticas y le soltó en latín chulo: Ego sum rex romanorum et supra grammaticam. Es decir, en un buen día de faena, en la Carrera de San Jerónimo: “Yo soy el rey de los romanos y estoy por encima de la gramática”.

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Si estamos por encima de la gramática, es difícil afrontar el proceso que se plantea en Cataluña. Para empezar, es un error presentar como simple una realidad compleja. No todos los que desean un referéndum o una consulta son independentistas. Según estudios solventes, un 80% de la población catalana es favorable a pronunciarse en un referéndum, pero una mayoría de esas personas desearía mantener una convivencia política que no pase por la ruptura. Un Estado sostenible tiene que asumir la diversidad. Si en Canadá lo han conseguido de forma bastante ejemplar, hasta el punto de cantar un himno en dos idiomas oficiales, ¿por qué España no puede ser ese modelo ejemplar en Europa? Los espacios de simpatía hay que construirlos con simpatía y no al modo imperativo de Segismundo. Lo primero que hay que cambiar es el lenguaje. Por ejemplo, un gobernante democrático no puede utilizar nunca la expresión “destruir las urnas”. Tampoco se puede desatornillar una relación por las bravas. No hay dos bandos, como quieren hacernos creer los políticos: hay una sociedad plural. Y la forma de respetarla es hablar y negociar sin tabúes ni hostilidades. Sin ponerse “por encima de la gramática”.

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“La honra de una sociedad son sus disidentes”, se decía en tiempos autoritarios en España. Pero la disidencia es también necesaria en una democracia, porque siempre hay pulsiones autoritarias que quieren desdemocratizarla lo más posible. ¿A qué persona que ame la libertad no se le ponen los pelos de punta con lo que está resultando ser la ley mordaza? No estaba en la Constitución, pero parece que se la está devorando. Sé lo que pensaba Juan Goytisolo. Tuve la oportunidad de hablar con él a fondo hace dos años en Madrid. De vivir aquí, ya le habrían aplicado en la calle la ley mordaza. Pienso en él, en su amado Luis Cernuda, en la mejor patria, la del exilio: “La historia de mi tierra fue actuada / Por enemigos enconados de la vida”.

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El lema publicitario de una empresa funeraria de Monforte: “Elegancia hasta en el último traje”.

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