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CONFERENCIA DE LOS OCÉANOS

Las pequeñas islas se hacen mayores

Colocados en primera línea de batalla contra el cambio climático, la contaminación marina o la pesca ilegal, los Estados insulares asumen un creciente protagonismo en la escena internacional

Una niña fiyiana camina por la orilla.
Una niña fiyiana camina por la orilla.Christian Haugen
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Estaban acostumbrados a sentarse en la fila de atrás, pero bien separados unos de otros, y del resto. Eran los más pequeños, estaban dispersos y ni siquiera sus desgracias impresionaban a los más populares —los países que pesan en las relaciones internacionales— cuyas sociedades parecen necesitar cifras mareantes de muertos o desgraciados para pasar del pestañeo. Pero un día, esos países pequeños, formados por islas o islitas y desperdigados por el océano, se rebelaron y decidieron salir a la pizarra.

Parece que la mecha, como suele ocurrir, prendió en París, durante la cumbre COP 21 que derivó en el acuerdo contra el cambio climático que Donald Trump, el chulito de la clase, acaba de arrojar a la papelera. El primer ministro de Fiyi, Frank Bainimarama, levantó la mano y alzó la voz en nombre de sus iguales del Pacífico, archipiélagos todos que ven como el nivel del mar sigue subiendo y amenaza con tragárselos. "Somos los testigos inocentes de la mayor temeridad de la historia", dijo en referencia a la pasividad de los países más desarrollados. La conferencia reaccionó, el acuerdo se aprobó y Fiyi (900.000 habitantes en 333 islas tropicales) fue el primer Estado en ratificarla. "Nuestra voz no se oía a pesar de que repetíamos muchas veces los mensajes de alerta. En París aprendimos la lección y despertamos", opina Kosi Latu, director general del SPREP, el organismo medioambiental que agrupa a las islas del Pacífico.

Quién los ha visto y quién los ve. Las naciones-isla se han sacudido los complejos. Ya no se conforman con ser pequeños estados insulares en desarrollo (SIDS, como se les conoce por el acrónimo en inglés), sino que presumen de ser "grandes Estados oceánicos". Micronesia, por ejemplo, son solo 702 kilómetros cuadrados de islas y atolones (algo más que la ciudad de Madrid), pero rige sobre 2,6 millones de kilómetros cuadrados de océano (unas cinco veces la superficie de España). Así, la acidificación de los mares, contaminación marina y la pesca ilegal se las traen sabidas de casa.

“En comunidades pequeñas, somos más conscientes que nadie de que todos cuentan y de que no se puede dejar a nadie atrás”

Y ahora piden responsabilidades. "Todos los países que se benefician de explotar nuestros atunes deberían compartir la carga de arreglar estos problemas", defendía Baron Waqa, presidente de los 10.000 habitantes que tiene la isla de Nauru (vecina de Australia), en la Conferencia de los Océanos que se celebra esta semana en la sede de Naciones Unidas en Nueva York. La cumbre se abrió con la kava, ceremonia tradicional fiyiana, y los Estados insulares, ya sean del Pacífico, el Índico o el Caribe, son protagonistas estelares casi en cada evento y cada reunión. En la aséptica sede del club de los Estados, los trajes se mezclan con collares de flores, camisas coloridas, sandalias y faldas masculinas. Y además este año el delegado de la clase, el presidente de la Asamblea General, Peter Thomson, es el embajador de la propia Fiyi.

"Que el presidente sea fiyiano significa mucho", mantiene Dessima Williams, la representante de Granada (en el Caribe, es el segundo país más pequeño del hemisferio occidental). Porque las prioridades internacionales del momento, como la sostenibilidad y la resiliencia —estar preparados para resistir desastres—siempre han sido la agenda de las naciones insulares, pequeñas comunidades asomadas en demasiadas ocasiones al abismo. "Los SIDS son como un cristal de aumento. Cuando miramos a través de ellos vemos las vulnerabilidades que nos esperan a todos", advertía en 2014 el ex secretario general de la ONU, Ban Ki Moon.

Son sociedades acostumbradas a hacer más con menos, a compartir esfuerzos y a cuidar de la tierra y el mar. Casi un calco de lo que el mundo quiere conseguir para 2030. "Siempre hemos tenido mucho que ofrecer. Ahora hemos dado un paso adelante y podemos influir en la agenda internacional", opina Williams, la embajadora granadina. "El progreso que vemos en países como Seychelles, Barbados o mi propio país nacen de uno de nuestros fuertes: la cohesión social y la cercanía. En comunidades pequeñas, somos más conscientes que nadie de que todos cuentan y no podemos dejar a nadie atrás", agrega.

“Está por ver si ese creciente protagonismo es real o solo imagen”

Aunque son un grupo de lo más heterogéneo, en el que conviven algunos de los Estados menos desarrollados del planeta (como Kiribati, Vanuatu o Timor-Leste) con otros ya considerados de renta media como Jamaica o Maldivas, tienen muchos desafíos compartidos. Dificultades para el suministro de agua, dependencia casi total de las importaciones en ámbitos como el combustible o la alimentación, problemas de salud específicos o falta de oportunidades laborales. También hay dudas en el respeto a los derechos humanos en varios países. Y el transporte. En el Caribe, al menos, están relativamente cerca de mercados importantes como Estados Unidos. En el Pacífico, lejos de todo. A todo eso, hay que añadir, claro, lo que les coloca en el centro de esta conferencia: su exposición a la degradación del océano y al cambio climático.

Porque tienen una posición única como avanzadilla en la lucha contra esas dos amenazas. Como ejemplo de lo que se puede conseguir con cooperación y apoyo mutuo. Y también gozan de las enormes oportunidades que ofrece un océano explotado con cabeza. Biodiversidad y ecosistemas únicos, turismo, pesca... Al menos eso cuentan estos días en Nueva York, ahora que ya se han hecho oír. Lo que está por ver si ese creciente protagonismo es real o responde solo a cuestiones de imagen y conveniencia política. Si están para quedarse o son solo comparsas que aportan una nota de color. "Por ahora, estamos liderando", se felicita la embajadora Williams. "Nos hemos hecho mayores de edad".

Artículo publicado en colaboración con la UN Foundation.

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